sábado, 28 de febrero de 2015

I Samuel 2

I Samuel 2: Capítulo 2

El canto de Ana
1 Entonces Ana oró, diciendo: «Mi corazón se regocija en el Señor, tengo la frente erguida gracias a mi Dios. Mi boca se ríe de mis enemigos, porque tu salvación me ha llenado de alegría.
2 No hay Santo como el Señor, porque no hay nadie fuera de ti, y no hay Roca como nuestro Dios.
3 No hablen con tanta arrogancia, que la insolencia no les brote de la boca, porque el Señor es el Dios que lo sabe todo, y es él quien valora las acciones.
4 El arco de los valientes se ha quebrado, y los vacilantes se ciñen de vigor;
5 los satisfechos se contratan por un pedazo de pan, y los hambrientos dejan de fatigarse; la mujer estéril da a luz siete veces, y la madre de muchos hijos se marchita.
6 El Señor da la muerte y la vida, hunde en el Abismo y levanta de él.
7 El Señor da la pobreza y la riqueza, humilla y también enaltece.
8 El levanta del polvo al desvalido y alza al pobre de la miseria, para hacerlos sentar con los príncipes y darles en herencia un trono de gloria; porque del Señor son las columnas de la tierra y sobre ellas afianzó el mundo.
9 El protege los pasos de sus fieles, pero los malvados desaparecerán en las tinieblas, porque el hombre no triunfa por su fuerza.
10 Los rivales del Señor quedan aterrados, el Altísimo truena desde el cielo. El Señor juzga los confines de la tierra; él fortalece a su rey y exalta la frente de su Ungido».
11 Luego Elcaná se fue a su casa en Ramá, y el niño quedó al servicio del Señor, a las órdenes del sacerdote Elí.
Los abusos de los hijos de Elí
12 Los hijos de Elí eran unos canallas, que no reconocían al Señor
13 ni respetaban los deberes de los sacerdotes para con el pueblo. Cada vez que alguien ofrecía un sacrificio, venía el servidor del sacerdote con un tenedor de tres dientes en la mano, mientras se cocía la carne.
14 Entonces lo metía en la olla o el caldero, en la cacerola o el tazón, y todo lo que recogía con el tenedor, se lo guardaba el sacerdote para él. Así hacían con todos los israelitas que iban a Silo.
15 Incluso antes que se quemara la grasa, venía el servidor del sacerdote y decía a la persona que ofrecía el sacrificio: «Dale al sacerdote carne para asar, él no aceptará de ti carne cocida, sino sólo cruda».
16 Y si el hombre le decía: «Primero hay que quemar la grasa, después, llévate lo que quieras», el servidor replicaba: «No, o me la das ahora mismo, o me la llevo por la fuerza».
17 El pecado de esos ayudantes era muy grave delante del Señor, porque deshonraban las ofrendas del Señor.
Samuel en el Templo de Silo
18 Samuel servía en la presencia del Señor; era un niño, y llevaba ceñido el efod de lino.
19 Su madre le hacía un pequeño manto, y se lo traía cada año, cuando subía con su marido a ofrecer el sacrificio anual.
20 Entonces Elí bendecía a Elcaná y a su mujer, diciendo: «Que el Señor te conceda una descendencia de esta mujer, a cambio de aquel que fue cedido al Señor». Luego se volvían a su casa.
21 El Señor intervino en favor de Ana, y ella concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas. Mientras tanto, el joven Samuel crecía junto al Señor.
Los reproches de Elí a sus hijos
22 Elí era ya muy viejo, y oyó hablar de todo lo que hacían sus hijos a Israel, y cómo se acostaban con las mujeres que prestaban servicio a la entrada de la Carpa del Encuentro.
23 Entonces les dijo: «¿Por qué hacen esas cosas? Oigo hablar de todo el pueblo de las malas acciones que ustedes cometen.
24 No, hijos míos, no es nada bueno el rumor que se hace correr entre el pueblo del Señor.
25 Si un hombre peca contra otro hombre, Dios interviene como árbitro; pero si un hombre peca contra el Señor, ¿quién puede interceder por él?». Pero ellos no escucharon la voz de su padre, porque el Señor quería hacerlos morir.
26 En cambio, el joven Samuel iba creciendo, y era apreciado por Dios y por los hombres.
Anuncio profético contra los descendientes de Elí
27 Un hombre de Dios se presentó a Elí y le dijo: «Así habla el Señor: Yo me revelé a la familia de tu padre, cuando ellos estaban en Egipto, bajo el poder de la casa del Faraón.
28 Elegí a tu padre entre todas las tribus de Israel, para que fuera mi sacerdote y subiera a mi altar, para que hiciera arder el incienso y llevara el efod en mi presencia. Y asigné a la familia de tu padre todas las ofrendas que hacen quemar los israelitas.
29 ¿Por qué entonces pisotean mi sacrificio y mi ofrenda, que yo prescribí para mi Morada? ¿Por qué honras a tus hijos más que a mí, haciéndolos engordar con lo mejor de todas las ofrendas de mi pueblo Israel?
30 Por eso, el Señor, el Dios de Israel, pronuncia este oráculo: Yo había dicho que tu familia caminaría siempre en mi presencia. Pero ahora –oráculo de Señor– ¡lejos de mí todo eso! Porque yo honro a los que me honran, pero los que me desprecian son humillados.
31 Llegan los días en que amputaré tu brazo y el de la familia de tu padre, de manera que no habrá más ancianos en tu casa.
32 Tú verás un rival en la Morada; y aunque todo le vaya bien a Israel, nunca habrá ancianos en tu casa.
33 Sin embargo, mantendré a algunos de tus descendientes cerca de mi altar, para que se consuman tus ojos y se desgaste tu vida; pero todos los vástagos de tu casa morirán en la flor de la edad.
34 Y te servirá de señal lo que les sucederá a tus hijos Jofní y Pinjás: ambos morirán el mismo día.
35 En cambio, yo me suscitaré un sacerdote fiel, que obrará conforme a mi corazón y a mis deseos. Yo le edificaré una casa duradera, y él caminará en presencia de mi Ungido todos los días de su vida.
36 Y todos los que subsistan de tu casa irán a postrarse delante de él por una moneda de plata y una miga de pan, y le dirán: Admíteme, por favor, a cualquiera de las funciones sacerdotales, para que tenga un pedazo de pan que comer».

Perdonar y liberar

Perdonar y liberar (01-03-15)

“El perdón es algo curioso; calienta el corazón y enfría la picadura”.
Sé que todos hemos leído un millón de artículos sobre el perdón y escuchado mil charlas sobre el tema. Pero, de todas maneras, es muy difícil de practicar. El perdón no nos viene fácil a la mayoría de nosotros.
Cada vez que alguien nos lastima, quedamos con un sentimiento de herida, ira y venganza. Nos es muy difícil pasar por alto la herida que alguien nos ha infligido. Pero el perdón no es olvido, es simplemente soltar la herida. No es algo que damos a otros sino a nosotros mismos.
La herida y dolor que alguien nos causa, pudieran ser siempre parte de nuestra vida, pero el perdón nos ayuda a soltar su agarre para que podamos seguir adelante.
Y en cuanto a quién perdonar, comencemos con un amigo que nos ha lastimado mucho, y el extraño que nos pisó el callo en un bus, y luego a aquellos entre esos dos extremos.
Perdonarnos a nosotros mismos es también importante. Y perdonemos rápido ya que entre más tiempo tomamos y más lo pensamos, podríamos nunca estar listos para hacerlo. Así que hagámoslo tan pronto como podamos porque aunque no cambie el pasado, definitivamente cambiará el futuro.
Y recordemos: “No perdonar es como ingerir raticida y entonces esperar que la rata muera”. PA
Si bien no tengo manera de saber si el autor del pensamiento de hoy tiene trasfondo cristiano, me encanta la manera como enfoca la naturaleza e impacto del perdón.
Hoy día, algunos sectores del cristianismo han mistificado al perdón, convirtiéndolo en “atadura” para quienes nos han ofendido y a quienes no hemos perdonado. Sin embargo, estoy convencido de que la razón por la que el Señor nos llama a perdonar es precisamente porque, al no hacerlo, somos nosotros mismos los más perjudicados. Y en esto, aún la ciencia confirma el impacto sobre nuestros cuerpos de la amargura resultante del no perdonar.
Así que, vivamos la vida abundante que Dios nos ofrece dando el indispensable primer paso: perdonando a quienes nos ofenden.
Adelante y que el Señor les continúe bendiciendo. RI

Evangelio del Domingo 01 de Marzo

Día Litúrgico: Domingo II (B) de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mc 9,2-10): En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.
Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

Comentario: Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós (Barcelona, España)

«Se transfiguró delante de ellos»

Hoy contemplamos la escena «en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor» (Juan Pablo II): «Se transfiguró delante de ellos y sus vestidos se volvieron resplandecientes» (Mc 9,2-3). Por lo que a nosotros respecta, podemos entresacar un mensaje: «Destruyó la muerte e irradió la vida incorruptible con el Evangelio» (2Tim 1, 10), asegura san Pablo a su discípulo Timoteo. Es lo que contemplamos llenos de estupor, como entonces los tres Apóstoles predilectos, en este episodio propio del segundo domingo de Cuaresma: la Transfiguración.
Es bueno que en nuestro ejercicio cuaresmal acojamos este estallido de sol y de luz en el rostro y en los vestidos de Jesús. Son un maravilloso icono de la humanidad redimida, que ya no se presenta en la fealdad del pecado, sino en toda la belleza que la divinidad comunica a nuestra carne. El bienestar de Pedro es expresión de lo que uno siente cuando se deja invadir por la gracia divina.
El Espíritu Santo transfigura también los sentidos de los Apóstoles, y gracias a esto pueden ver la gloria divina del Hombre Jesús. Ojos transfigurados para ver lo que resplandece más; oídos transfigurados para escuchar la voz más sublime y verdadera: la del Padre que se complace en el Hijo. Todo en conjunto resulta demasiado sorprendente para nosotros, avezados como estamos al grisáceo de la mediocridad. Sólo si nos dejamos tocar por el Señor, nuestros sentidos serán capaces de ver y de escuchar lo que hay de más bello y gozoso, en Dios, y en los hombres divinizados por Aquel que resucitó entre los muertos.
«La espiritualidad cristiana -ha escrito Juan Pablo II- tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro», de tal manera que -a través de una asiduidad que podríamos llamar "amistosa"- lleguemos hasta el punto de «respirar sus sentimientos». Pongamos en manos de Santa María la meta de nuestra verdadera "trans-figuración" en su Hijo Jesucristo.

28 de Febrero - Daniel Brottier

Daniel Brottier, Beato
Sacerdote, 28 de Febrero

Martirologio Romano: En París, en Francia, beato Daniel Alejo Brottier, presbítero de la Congregación de San Sulpicio, que se dedicó completamente a trabajar en favor de los huérfanos (1936).
Fecha de beatificación: 25 de noviembre de 1984 por el Papa Juan Pablo II.

Nació en La Ferté Saint-Cyr (Francia), su biógrafo no escribió datos de su familia y su niñez, sólo se tienen datos biográficos a partir de su ingreso en el seminario diocesano y al ser ordenado sacerdote de la Congregación del Espíritu Santo.
Para evangelizar en África, se unió a los misioneros de la congregación del Espíritu Santo. Enviado a Senegal en 1902, su celo apostólico se volcó en dar a conocer a Cristo entre los paganos.
Durante siete años de predicación, enfermó debido a las carencias y el clima africano. Regresó a su país y se dedicó a educar y asistir a niños y jóvenes abandonados.
Al estallar la Primera I Guerra Mundial se preguntó: "¿Qué puedo hacer frente a esta barbarie que arrasa con la salud, la vida y la civilización?", la respuesta fue ofrecerse como capellán de los militares.
Durante cuatro años de entrega arriesgó la vida. Fue esperanza para los soldados y salvación para los moribundos. Los testigos de su trabajo reconocieron su estoicismo y le hicieron digno de la Legión de Honor y la Cruz de Guerra.
En 1923, después de la contienda se ocupó de la dirección de la Casa de Huérfanos Aprendices de Auteil, con 175 alumnos Trece años después, antes de su muerte, la población estudiantil aumentó a 1400.
Confió el mantenimiento de la obra a la Providencia divina y a la intercesión de santa Teresa del Niño Jesús, y nunca faltó lo necesario en la institución.
El padre Brottier destacó por ser hombre de oración y humildad, con dotes de creatividad, iniciativa y capacidad administrativa. Propició la construcción de la Catedral de Dakar (Senegal) y participó en la integración de la Unión Nacional de Excombatientes, obra de beneficio social.
Durmió en la paz del Señor, en París, el 28 de Febrero de 1936 y los milagros se suscitaron.

viernes, 27 de febrero de 2015

I Samuel 1

I Samuel 1: Capítulo 1

La peregrinación de Elcaná al santuario de Silo
1 Había un hombre de Ramataim, un sufita de la montaña de Efraím, que se llamaba Elcaná, hijo de Ierojam, hijo de Eliú, hijo de Toju, hijo de Suf, efraimita.
2 El tenía dos mujeres: una se llamaba Ana y la otra Peniná. Peniná tenía hijos, pero Ana no tenía ninguno.
3 Este hombre subía cada año desde su ciudad, para adorar y ofrecer sacrificios al Señor en Silo. Allí eran sacerdotes del Señor, Jofni y Pinjás, los dos hijos de Elí.
4 El día en que Elcaná ofrecía su sacrificio, daba a su esposa Peniná, y a todos sus hijos e hijas, porciones de la víctima.
5 Pero a Ana le daba una porción especial, porque la amaba, aunque el Señor la había hecho estéril.
6 Su rival la afligía constantemente para humillarla, por el Señor la había hecho estéril.
7 Así sucedía año tras año cada vez que ella subía a la Casa del Señor, la otra la afligía de la misma manera. Entonces Ana se ponía a llorar y no quería comer.
8 Pero Elcaná, su marido, le dijo: «Ana, ¿por qué lloras y no quieres comer? ¿Por qué estas triste? ¿No valgo yo para ti más que diez hijos?».
La súplica y el voto de Ana
9 Después que comieron y bebieron en Silo, Ana se levantó. Mientras tanto, el sacerdote Elí estaba sentado en su silla a la puerta del Templo del Señor.
10 Entonces Ana, con el alma llena de amargura, oró al Señor y lloró desconsoladamente.
11 Luego hizo este voto: «Señor de los ejércitos, si miras la miseria de tu servidora y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu servidora y le das un hijo varón, yo lo entregaré al Señor para toda su vida, y la navaja no pasará por su cabeza».
12 Mientras ella prolongaba su oración delante del Señor, Elí miraba atentamente su boca.
13 Ana oraba en silencio; sólo se movían sus labios, pero no se oía su voz. Elí pensó que estaba ebria,
14 y le dijo: «¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡Ve a que se te pase el efecto del vino!».
15 Ana respondió: «No, mi señor; yo soy una mujer que sufre mucho. No he bebido vino ni nada que pueda embriagar; sólo me estaba desahogando delante del Señor.
16 No tomes a tu servidora por una mujer cualquiera; si he estado hablando hasta ahora, ha sido por el exceso de mi congoja y mi dolor».
17 «Vete en paz, le respondió Elí, y que el Dios de Israel te conceda lo que tanto le has pedido».
18 Ana le dijo entonces: «¡Que tu servidora pueda gozar siempre de tu favor!». Luego la mujer se fue por su camino, comió algo y cambió de semblante.
El nacimiento y la consagración de Samuel
19 A la mañana siguiente, se levantaron bien temprano y se postraron delante del Señor; luego regresaron a su casa en Ramá, Elcaná se unió a su esposa Ana, y el Señor se acordó de ella.
20 Ana concibió, y a su debido tiempo dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel, diciendo: «Se lo he pedido al Señor».
21 El marido, Elcaná, subió con toda su familia para ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir su voto.
22 Pero Ana no subió, porque dijo a su marido: «No iré hasta que el niño deje de mamar. Entonces lo llevaré, y él se presentará delante del Señor y se quedará allí para siempre».
23 Elcaná, su marido, le dijo: «Puedes hacer lo que mejor te parezca. Quédate hasta que lo hayas destetado, y ojalá que el Señor cumpla su palabra». La mujer se quedó, y crió a su hijo hasta que lo destetó.
24 Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con ella, llevando además un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino, y lo condujo a la Casa del Señor en Silo. El niño era aún muy pequeño.
25 Y después de inmolar el novillo, se lo llevaron a Elí.
26 Ella dijo: «Perdón, señor mío, ¡por tu vida, señor!, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti, para orar al Señor.
27 Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y él me concedió lo que le pedía.
28 Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a él; para toda su vida queda cedido al Señor». Después se postraron delante del Señor.

Un misterio resuelto con la ayuda del amor

Un misterio resuelto con la ayuda del amor (28-02-15)

“No hay nada más misterioso que un recién nacido”. Así se expresaba un novelista contemporáneo frente al conjunto de llantos y balbuceos que observamos en todo bebé en sus primeros momentos de “vida pública”. Queda atrás la experiencia misteriosa, vivida a solas con la madre (pero no sin la participación del padre), de los nueve u ocho meses de embarazo.
Lo que está claro es esto: si antes la madre era la gran protectora, incluso de un modo pasivo o inconsciente, del desarrollo fetal, ahora entran en juego más personas, más vientos, más virus, más alimentos, más amores y... más peligros.
La vida de todo hombre y mujer se desarrolla, durante muchos meses y años, bajo la mirada atenta de familiares, educadores, vecinos, amigos. El niño descubre nuevos rostros, nuevos juguetes, animales simpáticos o peligrosos, cajas que esconden misteriosos tesoros o televisores con imágenes que se mueven a una velocidad incontenible, juegos electrónicos divertidos y realidades crudas, difíciles, incomprensibles. Así van pasando los días, los meses, los años.
Si el ambiente es sano y lleno de cariño, ayudará al crecimiento de un niño física y psicológicamente normal. Si el ambiente, en cambio, está lleno de conflictos, discusiones, peleas, castigos injustificados, subalimentación, engaños, recriminaciones continuas, sufrirán la mente y el corazón del hijo que quiere adaptarse de la mejor manera posible a la vida familiar, pero que no puede hacerlo bien por los defectos de una atmósfera dañina a su propia formación.
Desde luego, todos los padres y madres buscan ofrecer a sus hijos lo mejor, pero no siempre dan en el blanco. Hoy será un despiste respecto de la hora de dar el biberón. Mañana será el dejar encendida la televisión con un programa inconveniente para la psicología de un niño demasiado pequeño. Otro día será una pequeña discusión entre los papás en presencia de ese pequeño habitante de casa que todo lo ve y que capta mucho más de lo que podamos imaginar...
La acción pedagógica más correcta es aquella que toma las decisiones desde una posición de amor, de cariño, de respeto. Un niño puede tener padres exigentes que lo aman, y, por ese amor, la exigencia será más humana y el hijo tendrá más facilidad en aceptarla. Un niño puede tener padres “bonachones” y permisivos, pero carentes del verdadero afecto que se preocupa y que sigue los pasos de su pequeño (y del hijo que ya empieza a crecer): esa libertad que recibirá el niño y adolescente, fuera de un contexto de amor, dañará su psicología y facilitará los vicios y desorientaciones que luego lamentaremos toda la vida.
Así que la receta en esto, como en todo, consiste en el amor. El amor indicará, en cada momento, si conviene ahora una cara severa o una sonrisa de comprensión y de perdón. El amor sostendrá el mundo interior que el niño, como el adulto, forma y desde el cual cree que vale la pena vivir. El amor, en definitiva, será la única fuerza que sostendrá a quien será un día un hombre o mujer joven y responsable, en la hora del dolor y de la traición, para seguir luchando, pues quien ha sido amado sabe que tiene mucho que amar. Y que hay poco tiempo para hacerlo... FP

Evangelio del Sábado 28 de Febrero

Día Litúrgico: Sábado I (B) de Cuaresma

Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».

Comentario: Rev. D. Joan COSTA i Bou (Barcelona, España)

«Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan»

Hoy, el Evangelio nos exhorta al amor más perfecto. Amar es querer el bien del otro y en esto se basa nuestra realización personal. No amamos para buscar nuestro bien, sino por el bien del amado, y haciéndolo así crecemos como personas. El ser humano, afirmó el Concilio Vaticano II, «no puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás». A esto se refería santa Teresa del Niño Jesús cuando pedía hacer de nuestra vida un holocausto. El amor es la vocación humana. Todo nuestro comportamiento, para ser verdaderamente humano, debe manifestar la realidad de nuestro ser, realizando la vocación al amor. Como ha escrito Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente». 
El amor tiene su fundamento y su plenitud en el amor de Dios en Cristo. La persona es invitada a un diálogo con Dios. Uno existe por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva, «y sólo puede decirse que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente este amor y se confía totalmente a su Creador» (Concilio Vaticano II): ésta es la razón más alta de su dignidad. El amor humano debe, por tanto, ser custodiado por el Amor divino, que es su fuente, en él encuentra su modelo y lo lleva a plenitud. Por todo esto, el amor, cuando es verdaderamente humano, ama con el corazón de Dios y abraza incluso a los enemigos. Si no es así, uno no ama de verdad. De aquí que la exigencia del don sincero de uno mismo devenga un precepto divino: «Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48).