domingo, 31 de diciembre de 2017

Páginas inolvidables San Fulgencio de Ruspe


El comienzo de una nueva etapa – Pasar del Jardín a la Primaria

Éste es uno de los momentos más importantes en la vida de los niños. Dialogar con ellos es esencial para que esta transición concluya en su adaptación al nuevo entorno y rutina. 
El paso del jardín de infantes a la escuela primaria representa un hito importante en la vida de un niño, ya que es uno de los momentos más trascendentes no sólo para ellos sino también para sus padres, ya que implica nuevos desafíos para su crecimiento en lo personal, en el cual tienen que prepararse para asumir nuevas responsabilidades. 
Asimismo, significa muchos cambios, como por ejemplo: ir a un nuevo edificio, en casos donde se cambia de institución, otros compañeros, horarios, consignas más estrictas, reglas a cumplir y mucho por aprender. Conlleva pasar de pautas o reglas más flexibles a otras más estructuradas. Implica cambios de rutinas dentro de la escuela, mayor distancia de los adultos durante la jornada escolar, el trabajo en mesa ocupa mayor tiempo que antes, disminuye el tiempo de juegos físicos, aumentan los juegos reglados. Es una instancia donde el niño se da cuenta de cómo las personas somos diferentes hacia el reconocimiento, con capacidades y limitaciones, propias y de los otros. Se afianza su autoestima y valoración personal otorgando peso a la mirada de los pares a veces más que a su familia de origen. 
El cambio, de a poco. Al ser una etapa de cambio y transición, lo importante es que el mismo sea un proceso que se dé en forma gradual, para lo cual sería conveniente que en el último tramo del jardín los docentes trabajen este período planificando visitas a la nueva institución, a sus aulas, anticipando cómo se distribuirán los mesas, qué tipo de actividades realizarán y con qué materiales. Una vez comenzado el año en escuela primaria, la idea es que los maestros puedan acompañar también a este proceso, yendo por ejemplo de visita a la sala del año pasado, saludando a los docentes o manteniendo algunas de sus rutinas, al menos por un período determinado, como por ejemplo el tiempo de salida al recreo. Actualmente se realizan actos de finalización de etapa de nivel inicial, con distintas modalidades, marcando el fin de un ciclo. Esto suele ayudar a los niños a registrar el cambio que se viene. 
Es bueno ir incorporando de a poco los nuevos elementos que se utilizarán en el primario, como guardapolvo o uniforme, útiles escolares, etc. Se los puede ir “mentalizando” con elementos concretos más que con grandes discursos. En síntesis, se trata de anticipar cómo sigue el siguiente año, acorde con el estilo del niño y su familia. En algunos casos, se los puede ir acompañando en esta transición incorporando nuevos juegos más afines a esta nueva etapa. 
Miedos. Los miedos más frecuentes que los chicos pueden manifestar son a quedarse solos, a separarse de la familia, a conocer un nuevo lugar, una nueva maestra. Dichos miedos se expresan en la dificultad para afrontar este nuevo desafío, experimentando en algunos casos cierta vergüenza, inferioridad, sentimientos de soledad, mezclados con agresividad y frustración. Pueden estar muy pendientes de que piensan los otros (compañeros, maestras, padres, hermanos) de su comportamiento. Según el grado de apertura a la experiencia que posea, la incertidumbre puede acentuar el malestar frente a la nueva etapa. 
Una nueva escuela. Muchos niños siguen en la misma institución, pero otros son cambiados a una nueva escuela. En estos casos, ¿la situación es más traumática para el niño? 
En aquellos casos donde el niño tiene que cambiar de institución, la experiencia suele tornarse más compleja en comparación con aquellos que continúan en su “ambiente conocido”. Conlleva tener que abandonar por completo un espacio con personas y elementos ya familiares a otro que va a percibir como totalmente ajeno, extraño y en algunos casos, hostil. Lo nuevo siempre implica una adaptación, aunque no necesariamente traumática, ya sea porque el contexto acompaña adecuadamente o porque el temperamento del niño facilita el vivir lo nuevo como desafío más que como amenaza.
Para quienes se sienten amenazados o con mucho malestar es fundamental el rol de los adultos, tanto de los padres como de los docentes trabajando de una manera articulada facilitando y acompañando al niño en esta nueva etapa de su vida. 
Como padres debemos tener presente que lo más importante es que el niño sepa de este cambio, diciéndole que lo nuevo puede ser una oportunidad de crecimiento. Puede ser beneficioso que les transmitamos que podrá seguir en contacto con los amigos más cercanos de la anterior institución, siempre y cuando contemos con esta posibilidad. Es importante mantener una comunicación fluida desde la escuela con los padres, orientándolos para establecer un lazo que facilite el tránsito de los niños en estas etapas vitales de aprendizaje y crecimiento. Algunos aspectos a tener en cuenta: 
-Puede ayudar hacer un reconocimiento previo del lugar para facilitar el fortalecimiento de la seguridad en el niño.
-Si bien es una decisión de los padres cuál es la escuela elegida, la participación activa y guiada también ayuda 
-Siempre será beneficioso escuchar sus inquietudes en lugar de intentar convencerlo rápidamente de que será mejor lo elegido. Es muy importante tomar como punto de partida para el diálogo la perspectiva del niño aunque no coincida en el inicio con la decisión tomada. 
Cambios en el comportamiento. Muchos cambios en el comportamiento pueden ser esperables, como las perturbaciones en el sueño, en la alimentación, alteraciones en los juegos, estado de ánimo más irritable, mayor cansancio por el ritmo más intenso, tristeza, malhumor, retraimiento, exacerbación de “oposicionismo” o decaimiento. Lo más importante es evaluar la intensidad y duración de estos cambios. Si vemos que no disminuyen entre 3 a 6 meses es conveniente hacer una consulta. 
Cómo acompañarlos. Los padres deben acompañar a sus hijos en esta nueva etapa brindándoles un espacio seguro en el cual puedan dialogar sobre todas aquellas dudas, inquietudes, temores, inseguridades y hechos cotidianos que vayan experimentando en el día a día de este nuevo paso, para poder trabajar en conjunto con el personal de la institución y en casos que sea necesario, con profesionales especializados en el tema para que la adaptación sea lo más rápida y mejor posible.
Es importante tener en cuenta que tienen tiempos diferentes a los adultos y diferentes modos de comunicación, así como diferencias interindividuales. Algunos saldrán del colegio con ganas de contar como les fue la jornada, otros saldrán con deseos de conectarse con otros aspectos de su vida. Debemos respetar los tiempos y deseos de comunicación de cada uno. 
Es bueno estar atentos a las individualidades sin esperar que los niños reaccionen por igual. Tenemos que valorar las habilidades de cada uno, y a la vez reconocer sus aspectos más vulnerables. Los niños en esta etapa comienzan a desarrollar un conocimiento de sí mismos en relación con los pares que puede ser muy preciso de sus fortalezas y debilidades. Necesitan que se les dé crédito a lo que perciben de sí mismos, sin que por ello salgan dañados en su autoestima. Hay que aprecias las diferencias y reconocer tanto los puntos fuertes como aquellos en los que necesitan mejorar, brindándoles las herramientas para ello. 
En síntesis, los padres deben confirmar las capacidades y limitaciones del niño/a y no optar por el desconocimiento de las nuevas dificultades con las que se encuentran. Deben apoyar el desarrollo de competencias acorde con sus posibilidades, favorecer el desarrollo de redes escolares como la vinculación activa con otros padres y madres. La experiencia se fortalece y consolida con la inserción de la familia en el contexto escolar. 
Conclusión. Hablar sobre dicha transición es tener en cuenta factores sociales, culturales, económicos, políticos e históricos que influyen en la preparación para la escuela primaria.
Los niños experimentan grandes diferencias cuando atraviesan este cambio, especialmente en relación con la estructura del entorno y el plan de estudio. Es decir que, cuando las aulas de la enseñanza preescolar y primaria son totalmente diferentes es probable que existan mayores dificultades para adaptarse. Por lo tanto, es importante que los padres evalúen y analicen en profundidad todos estos factores. Lo ideal es que se pueda establecer desde el comienzo una buena comunicación, articulación y continuidad entre las familias y las escuelas, para que este proceso se realice de la forma menos abrupta posible, pudiendo trabajar en equipo incluyendo las diferencias que pueda haber. 
Desde la perspectiva del niño/a es muy positivo no confrontar con el equipo docente “a espaldas” del mismo. Si hubiera diferencias, afrontarlas más que evitarlas. Es más positivo favorecer dialogo sincero en lugar de simular bienestar.
Dra. Edith Vega - Lic. Paula Preve - Lic. Estela Figueroa

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01 de Enero - Segismundo Gorazdowski

Segismundo Gorazdowski, Santo
Presbítero y Fundador del Instituto de Hermanas de San José, 01 de Enero

Martirologio Romano: En Lvov, ciudad de Ucrania, san Segismundo Gorazdowski, presbítero, originario de Polonia, que se distinguió por su amor al prójimo, por ser precursor en el empeño de proteger la vida y por fundar el Instituto de Hermanas de San José, dedicado a la atención de los pobres y abandonados ( 1920).
Fecha de beatificación: 26 de Junio de 2001 por S.S. San Juan Pablo II.
Fecha de canonización: 23 de octubre de 2005 por S.S. Benedicto XVI.

Nació en Sanok (Polonia) el 01 de noviembre de 1845, en una familia noble que vivía con fervor su fe católica. Desde su más tierna infancia se esforzó por ayudar a los que sufrían. Terminada la escuela secundaria, estudió derecho en la universidad de Lvov. Interrumpió los estudios en el segundo año de la carrera, al sentirse llamado al sacerdocio, y entró en el seminario mayor de Lvov. Allí tuvo que superar una gran prueba: su estado de salud se agravó cada vez más, hasta el punto de correr peligro de muerte, por ello sus superiores no quisieron admitirlo a la ordenación sacerdotal. Sus compañeros, que vivieron de cerca su drama existencial, escribieron en sus memorias: “El hecho de no haber sido admitido al sacerdocio fue para Segismundo un golpe muy doloroso; sufría moral y físicamente, pero no perdió su confianza en Dios”. Dos años después, cuando su estado de salud mejoró notablemente, recibió la ordenación sacerdotal en la catedral de Lvov, el 25 de julio de 1871.
Desde el inicio de su ministerio pastoral unió su actividad sacerdotal con la caritativa. Al ver las diversas dificultades vinculadas al anuncio del mensaje evangélico, elaboró un Catecismo, que logró gran difusión. Para los muchachos y muchachas publicó el libro: “Consejos y recomendaciones”.
Promovió con empeño entre los fieles los sacramentos, sobre todo la Eucaristía. A imitación de Cristo, no excluía a nadie de su acción pastoral, ejercida con amor total; dedicaba una predilección especial a las personas marginadas de la sociedad. Durante una epidemia de cólera, olvidándose de sí mismo, socorría a los enfermos llevándoles el consuelo de su ministerio sacerdotal y ayuda concreta.
Dedicaba mucho tiempo a la catequesis en varias escuelas; escribía y publicaba artículos y libros para padres y educadores. Creó la asociación “Bonus Pastor”, para apoyar la labor de los sacerdotes. Fundó numerosas obras de beneficencia: la “Casa del trabajo voluntario” para pobres que no tenían dónde vivir; la “Cocina popular”, que daba comidas a un precio muy bajo, para ayudar a personas pobres; el “Centro para enfermos terminales y convalecientes”, a fin de acoger a los enfermos que no tenían la posibilidad de ser atendidos en los hospitales; el “Hospicio de San Josafat”, para estudiantes pobres; el “Centro del Niño Jesús”, para madres solteras y niños abandonados. También fue uno de los fundadores de la “Liga de las asociaciones y los centros de beneficencia”, que coordinaba las actividades de las obras de misericordia cristiana.
Para salvar a los niños católicos de la indiferencia religiosa, e incluso del ateísmo, fundó la escuela católica polaco-alemana, que encomendó a los Hermanos de las Escuelas Cristianas. La iniciativa de la escuela, y la del periódico católico que fundó y dirigió —“La Gaceta diaria”—, le originaron grandes sufrimientos e incomprensiones, que perduraron casi hasta su muerte.
Con el fin de gestionar la mayor parte de sus obras de beneficencia pidió colaboración a un grupo de terciarias franciscanas, cuidando de su adecuada formación. Así, el 17 de febrero de 1884, vio la luz una nueva congregación: las Religiosas de San José. A medida que se desarrollaba la Obra, su fundador implicaba a las religiosas en el servicio a los enfermos en los hospitales, orfanatos, asilos, así como en las casas privadas.
Él mismo fue para sus religiosas un modelo de oración y de servicio heroico a los necesitados. El “sacerdote de los desheredados”, el “padre de los pobres”, el “apóstol de la misericordia de Dios”, como fue llamado, murió el 1 de enero de 1920, en Lvov.

¿Agobiado o Resucitado?

I. El hombre agobiado
Agobiado es un adjetivo que indica, según el diccionario de la Real Academia, al que está «cargado de espaldas o inclinado hacia delante». «Agobiar», es voz derivada del latín «gibbus=giba», o sea, joroba (del árabe «huduba»; de allí el fig. fastidiar, molestar) según su significado etimológico, no es otra cosa que «inclinar o encorvar la parte superior del cuerpo hacia la tierra» o en su segunda acepción: «hacer un peso o carga que doble o incline el cuerpo sobre que descansa». De ahí que, figuradamente, agobiado es el hombre que lleva un peso grande que lo abate, lo deprime, le hace bajar los brazos, lo deja cansado, sin ilusiones, sin ganas de luchar. Es un hombre sin «burbujas», apesadumbrado.

¿Qué cosas agobian a nuestros contemporáneos?
1º) – El hombre moderno está agobiado por las preocupaciones de este mundo: los problemas familiares, las crisis, las situaciones económicas… vive agobiado por el exceso de trabajo: vivimos en una sociedad materialista en la que el trabajo nos impide descansar y dedicar un tiempo a nuestra alma, a Dios, a nuestras familias. Poco a poco nuestro pueblo se va quizá asimilando a lo que es característico de la cultura japonesa: no trabajar para vivir sino vivir para trabajar. Desde la Revolución Francesa hasta nuestros días, ¡cuántos intentos por suprimir el domingo, día instituido por Dios precisamente para el hombre agobiado, para todo el que está fatigado por el peso del trabajo semanal! Además, ¡cuántas veces y con cuánta facilidad los mismos católicos transgredimos para nuestro daño espiritual, no solamente el precepto de la misa dominical sino también el precepto del descanso dominical, ambos resumidos en el tercer mandamiento: santificarás las fiestas! Nos dice Dios, en Ex 20, 2–17: Recuerda el día del sábado para santificarlo –ahora es el domingo, por haber resucitado Cristo en este día–. Seis días a la semana trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo día descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado.
Pero en muchos países, muchas personas se sienten agobiadas más que por este exceso de trabajo, por la falta de trabajo, la cual ha producido en muchas personas la tan actual depresión laboral, o tantas situaciones de desesperación, que incluso han llevado a suicidios motivados por la pérdida de un empleo…
2º – En nuestros días, vemos que los hombres se sienten terriblemente agobiados por muchos miedos: hoy, como nunca, se ve a la gente con tanto miedo. El miedo es una pasión que paraliza, que nos impide crecer espiritualmente. La violencia que se experimenta en las calles, que llega a nuestras casas a través del televisor, hace que el hombre tema constantemente: desde la madre que está terriblemente preocupada por la hija o el hijo que no regresa al horario en que avisó que volvería del trabajo o de la escuela, hasta los ancianos que se encierran en sus casas, con mil pasadores y candados en las puertas, por temor al ladrón, al asesino…
3º – Un fenómeno de nuestra época, aunque ha sido una angustia para todos los tiempos, desde que entró el pecado en el mundo, es el peso de la enfermedad. A pesar de los avances de la ciencia, ¡cuántos hombres viven agobiados por las enfermedades, muchas de ellas todavía incurables! Los dolores físicos son una carga muy difícil de llevar, que muchas veces vienen acompañados de otra enfermedad tan característica de nuestros días: ¡la depresión! La misma es un peso, un agobio tremendo: la depresión abate físicamente y espiritualmente al hombre, lo encorva literalmente.
4º –Pero en realidad no hay ninguna cosa que agobie tanto al hombre, como es el peso de sus pecados.
5º – Ahora bien, por la fe sabemos que por el pecado entró la muerte en el mundo, y esta muerte, originada en el pecado de nuestros primeros padres, hace que vivamos agobiados y humillados por un peso insoportable, si no tenemos una respuesta satisfactoria a nuestros interrogantes existenciales: ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Para qué fin estoy sobre la tierra? ¡Cuántos hermanos nuestros no han logrado dar con una respuesta acertada y viven angustiosamente agobiados por el peso de la muerte de un ser querido, ya sea la madre, el padre, un hijo, un amigo…!
En definitiva, al hombre moderno le agobian todas las cosas que causan molestia o fatiga, o más aun, las cosas que le causan tristeza o dolor, y esclavitud anímica o espiritual.

II. Jesucristo resucitado libera al hombre de su agobio
Ante todos los hombres agobiados, encorvados espiritualmente o físicamente por todas estas cargas que son consecuencia del pecado de nuestros primeros padres y de nuestros propios pecados, se nos presenta fulgurante la figura de nuestro Redentor: Jesucristo, agobiado como nadie bajo el peso de la cruz, que cargó con nuestros pecados y nuestras enfermedades, al punto que por sus heridas hemos sido curados (Is 53,5). Mas en este momento, en esta noche sublime, Cristo se nos presenta glorioso, triunfante de todas sus angustias, resucitado de entre los muertos…
¡Sí!, a todos los hombres agobiados Jesucristo resucitado les dice, hoy más que nunca: Venid a mí, todos los que estáis afligidos y agobiados, que yo os aliviaré. Cargad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy paciente y humilde de corazón; y encontraréis alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana (Mt 11,28–30).
1– Ante el agobio de las preocupaciones de este mundo, Cristo resucitado tiene una solución: Él, como Único Maestro, le enseña a los hombres de hoy, es decir, a cada uno de nosotros: Buscad el Reino de Dios y su justicia y las demás cosas se os darán por añadidura (Mt 6,33); a tantas personas fatigadas de tanto trabajar, agobiadas, quizá nos recuerde lo mismo que a santa Marta: Marta, Marta, por muchas cosas te afanas y sola una es la necesaria (Lc 10,41). O mejor aún, nos señale con toda claridad, como lo hizo con la multitud de judíos que le buscaba ansiosa luego de la multiplicación de los panes: trabajad no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre (Jn 6,27).
«No trabajen por el alimento de cada día», sencillamente quiere expresar la prioridad de valores que debemos dar a lo espiritual por encima de lo material. ¡Tenemos que trabajar…! Para alimentar a nuestros hijos, para sustentar a nuestra familia… pero no debemos dejar esclavizarnos por tantas inquietudes, problemas familiares, etc., que nos impiden dar prioridad a lo espiritual, nos hacen olvidar del primer mandamiento.
Ante el agobio por las muchas tribulaciones, conflictos, angustias, aflicciones… Jesús resucitado nos repite individualmente en nuestra alma: Os digo esto para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo (Jn 16,33). El don de la paz interior en el sufrimiento, es fruto de la victoria de Cristo; por eso Él nos dejó su paz y constantemente está dispuesto a comunicárnosla. Así vemos que lo primero que dijo, luego de la resurrección a los apóstoles, que se encontraban turbados por mil remordimientos, angustias y temores, cuando se les apareció por primera vez estando las puertas cerradas del Cenáculo, fue sencillamente: ¡La paz esté con vosotros! (Jn 20,19).
2– Ante el agobio del miedo, los mismos ángeles que fueron los primeros en anunciar la resurrección del Señor, hoy nos dicen a nosotros lo que avisaron a las santas mujeres: No temáis. Yo sé que vosotras buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho (Mt 28,5). Pero no son sólo los ángeles quienes nos animan, sino que el mismo Señor, que en el camino se apareció a estas mujeres llenas de temor, hoy, como en aquella madrugada de la resurrección, nos da fuerza, nos robustece, con las alentadoras palabras que nos deben marcar definitivamente en nuestras vidas: Soy yo, no temáis (Mt 28,9). Constantemente Cristo nos dice: No temáis. Lo dijo a través del ángel a María, a José, a los apóstoles en la tempestad, luego de la resurrección, a San Pablo prisionero, cuando se encontraba lleno de temores por los peligros que le acechaban en Corinto: No temas. Sigue predicando y no te calles. Yo estoy contigo. Nadie pondrá la mano sobre ti para dañarte, porque en esta ciudad hay un pueblo numeroso que me está reservado (He 18,9–10). En definitiva, toda la fortaleza que nos da el Señor, se reduce a esta realidad: No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar al alma (Mt 10,28).
3– Ante el agobio del pecado, la fe nos dice: «Fue sepultado, y resucitó por su propio poder al tercer día, elevándonos por su resurrección a la participación de la vida divina, que es la gracia». Y esto que Pablo VI señalaba en el Credo del Pueblo de Dios tiene su fundamento en aquella expresión patética del apóstol a los corintios: Si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe; aun estáis en vuestros pecados. Por consiguiente, los que murieron en Cristo se perdieron (1Cor 15,17), lo que quiere decir que si no hubiese resucitado, nuestros pecados no habrían sido perdonados.
4– Ante el agobio de la enfermedad, el Señor resucitado nos habla por boca del apóstol San Pablo para decirnos: Y nosotros sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará junto con él y nos reunirá a su lado junto con ustedes (…) Por eso, no nos desanimamos: aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. Nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, que supera toda medida. Porque no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno (1Cor 4, 14–18).
Ante el agobio de las tristezas de este valle de lágrimas, nuestra actitud debe ser la de los Apóstoles apenas vieron al Señor: Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor (Juan 20, 19). La alegría es un mandato de Cristo resucitado a todos sus discípulos. Fue lo primero que ordenó a las santas mujeres cuando se les apareció en el camino: Alegraos.
5– Finalmente, ante el agobio por el problema de la muerte, Cristo nos da la esperanza de la futura resurrección: Si solamente para esta vida tenemos esperanza en Cristo, somos los más miserables de los hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que durmieron. Puesto que por un hombre vino la muerte, por un hombre también la resurrección de los muertos. Porque como en Adán todos murieron, así también en Cristo todos serán vivificados (1Cor 15, 19–22).

III. Los dos principales beneficios de la resurrección de Cristo para el hombre agobiado
La resurrección de Nuestro Señor nos trajo dos beneficios principales, en los cuales se pueden resumir los puntos anteriores: nuestra futura resurrección corporal y nuestra presente resurrección espiritual.
a) La futura resurrección corporal
De la primera, tenemos que recordar que es un dogma de fe que profesamos en el Credo cuando decimos: «Creo en la resurrección de la carne, creo en la resurrección de los muertos». Lamentablemente hay que confesar que un número muy significativo de católicos da muy poca importancia a esta verdad de fe, principalmente porque es muy poco predicada. No sucedió así con los primeros cristianos, que era una de las verdades que más tenían asimiladas. Basta leer los testimonios de fe en la resurrección de los muertos que escribían en sus sepulturas. Pero si bien no se lo dice explícitamente, San Pablo nos podría recriminar como a los corintios: ¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana es también vuestra fe… ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron (1Cor 15,12.14.20).
b) Nuestra presente resurrección espiritual.
Cuando el antiguo Catecismo Romano se preguntaba por qué señales se conoce que uno ha resucitado espiritualmente con Cristo, hermosamente respondía con la frase del apóstol: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que son de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios Padre (Col 3,1), claramente indica que los que desean tener la vida, los honores, la paz y las riquezas, allí sobre todo donde está Cristo, han resucitado verdaderamente con Cristo; y cuando añade: saborearos en las cosas que están sobre la tierra, agregó también como una segunda señal, para poder con ella conocer si realmente hemos resucitado con Cristo. Pues así como el gusto suele indicar el estado y la salud del cuerpo, de igual suerte, si agradan a uno todas las cosas que son verdaderas, las que son honestas y las que son justas y santas, y con el sentido interior del alma percibe en ellas el gozo de las cosas del Cielo, esto puede ser una prueba excelente de que, quién así se halla dispuesto, ha resucitado en compañía de Jesucristo a la vida nueva y espiritual».
«De cómo al alma muerta por los pecados se le propone como modelo la resurrección de Cristo, lo explica el mismo Apóstol diciendo: Así como Cristo resucitó de entre los muertos para gloria del Padre, así también procedamos nosotros con nuevo tenor de vida. Pues si hemos sido injertados con Él por medio de la semejanza de su muerte, igualmente lo seremos también en la de su resurrección y pasadas algunas líneas, añade: Sabiendo que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Porque la muerte que Él murió, la murió al pecado una vez para siempre; mas la vida que Él vive, la vive para Dios y es inmortal. Así también vosotros teneos muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.
Porque el amor de Cristo nos apremia, al considerar que, si uno murió por todos, entonces todos han muerto. Y Él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (1Cor 5, 14–15).
Conclusión:
Hemos visto como de la resurrección del Señor, han llegado a la humanidad los bienes más grandes. Por eso, todo hombre agobiado, en definitiva, tiene que hacer suya la oración de los discípulos de Emaús, cuando le rogaron sin aun reconocerle: Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.
Debemos resucitar con Cristo: ¡Ser hombres nuevos! No hombres agobiados, sino hombres espirituales. No apesadumbrados, sino con alegría de vivir. No abatidos, sino con ansias de hacer el bien al prójimo. No con los brazos caídos, sino con gran capacidad de lucha frente al mal. Sólo empeñados en el bien, en favor de la vida, de la libertad, de la justicia, del amor y de la paz.
No lo olvidemos nunca: Cristo resucitado nos sigue diciendo: Venid a mí, todos los que estáis afligidos y agobiados, que yo os aliviaré. Cargad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy paciente y humilde de corazón; y encontraréis alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana (Mt 11, 28–30). CMB

Fiesta de la Sagrada Familia

Hogares Cristianos
Hoy se habla mucho de la crisis de la institución familiar. Ciertamente, la crisis es grave. Sin embargo, aunque estamos siendo testigos de una verdadera revolución en la conducta familiar, y muchos han predicado la muerte de diversas formas tradicionales de familia, nadie anuncia hoy seriamente la desaparición de la familia.
Al contrario, la historia parece enseñarnos que en los tiempos difíciles se estrechan más los vínculos familiares. La abundancia separa a los hombres. La crisis y la penuria los unen. Ante el presentimiento de que vamos a vivir tiempos difíciles, son bastantes los que presagian un nuevo renacer de la familia.
Con frecuencia, el deseo sincero de muchos cristianos de imitar a la Familia de Nazaret ha favorecido el ideal de una familia cimentada en la armonía y la felicidad del propio hogar. Sin duda es necesario también hoy promover la autoridad y responsabilidad de los padres, la obediencia de los hijos, el diálogo y la solidaridad familiar. Sin estos valores, la familia fracasará.
Pero no cualquier familia responde a las exigencias del reino de Dios planteadas por Jesús. Hay familias abiertas al servicio de la sociedad y familias egoístas, replegadas sobre sí mismas. Familias autoritarias y familias donde se aprende a dialogar. Familias que educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad.
Concretamente, en el contexto de la grave crisis económica que estamos padeciendo, la familia puede ser una escuela de insolidaridad en la que el egoísmo familiar se convierte en criterio de actuación que configurará el comportamiento social de los hijos. Y puede ser, por el contrario, un lugar en el que el hijo puede recordar que tenemos un Padre común, y que el mundo no se acaba en las paredes de la propia casa.
Por eso no podemos celebrar la fiesta de la Familia de Nazaret sin escuchar el reto de nuestra fe. ¿Serán nuestros hogares un lugar donde las nuevas generaciones podrán escuchar la llamada del Evangelio a la fraternidad universal, la defensa de los abandonados y la búsqueda de una sociedad más justa, o se convertirán en la escuela más eficaz de indiferencia, inhibición y pasividad egoísta ante los problemas ajenos?

Indiferencia 
La actitud más inhumana ante el sufrimiento de tantos hombres y mujeres que mueren de hambre en el mundo es, sin duda, la apatía e insensibilidad de quienes nos sentimos a salvo de tan trágica situación. Gracias al desarrollo de los medios de comunicación hoy sabemos más que nunca de la miseria, el hambre y las desgracias que asolan a pueblos enteros de la tierra. Pero todo ello, lejos de estimular nuestra solidaridad, nos acostumbra a veces a mirarlo todo con resignación y apatía. Hemos aprendido a quedarnos indiferentes ante las cifras y estadísticas que nos hablan de miseria y muerte. 
Podemos calcular cuántos niños mueren de hambre cada minuto, sin que se conmueva un ápice nuestra conciencia. Las imágenes más crueles y trágicas que pueda servirnos la televisión quedan rápidamente borradas por el telefilme o el concurso de turno. Y, sin embargo, la muerte por hambre es la más indigna e inmoral de todas las muertes porque es evitable y sólo se produce por nuestra indiferencia y complicidad. Lo dicen los expertos: sobran alimentos, falta solidaridad. 
La indiferencia en los países occidentales alcanza a veces rasgos escandalosos y provocativos. Estas mismas navidades hemos podido ver anunciadas en la prensa cenas de fin de año a 115 euros el cubierto. A los pocos días se nos informaba que los indios de Chiapas (México) viven durante todo el año con el equivalente aproximado a 85 euros.
¿Cómo se puede calificar este estado de cosas? 
Mientras cien mil personas mueren de hambre cada día, en nuestras sociedades ricas casi la mitad de la población vive preocupada por problemas derivados de una alimentación excesiva. Sobre la misma tierra en que caen cada día tantos hombres y mujeres vencidos por el hambre, nosotros, bien alimentados, paseamos, corremos o hacemos «footing» para bajar el exceso de peso. Este es nuestro pecado y también nuestra mayor vergüenza. 
En esta fiesta de la Sagrada Familia hay algo que los creyentes no deberíamos olvidar. Según Jesús, la familia no puede quedar reducida a quienes estamos unidos por lazos de sangre. Todos los humanos formamos «la familia de Dios». 
No podemos celebrar satisfechos la Navidad dentro de nuestro hogar mientras hay familias en el mundo que mueren de hambre.

En el seno de una familia judía
En Nazaret, la familia lo era todo: lugar de nacimiento, escuela de vida y garantía de trabajo. Fuera de la familia, el individuo queda sin protección ni seguridad. Solo en la familia encuentra su verdadera identidad. Esta familia no se reducía al pequeño hogar formado por los padres y sus hijos. Se extendía a todo el clan familiar, agrupado bajo una autoridad patriarcal, y formado por todos los que se hallaban vinculado en algún grado por parentesco de sangre o por matrimonio. Dentro de esta «familia extensa» se establecían estrechos lazos de carácter social y religioso. Compartían los aperos o los molinos de aceite; se ayudaban mutuamente en las faenas del campo, sobre todo en los tiempos de cosecha y de vendimia; se unían para proteger sus tierras o defender el honor familiar; negociaban los nuevos matrimonios asegurando los bienes de la familia y su reputación. Con frecuencia, las aldeas se iban formando a partir de estos grupos familiares unidos por parentesco.
En contra de lo que solemos imaginar, Jesús no vivió en el seno de una pequeña célula familiar junto a sus padres, sino integrado en una familia más extensa. Los evangelios nos informan de que Jesús tiene cuatro hermanos que se llaman Santiago, José, Judas y Simón, y también algunas hermanas a las que dejan sin nombrar, por la poca importancia que se le daba a la mujer. Probablemente estos hermanos y hermanas están casados y tienen su pequeña familia. En una aldea como Nazaret, la «familia extensa» de Jesús podía constituir una buena parte de la población. Abandonar la familia era muy grave.
Significaba perder la vinculación con el grupo protector y con el pueblo. El individuo debía buscar otra «familia» o grupo. Por eso, dejar la familia de origen era una decisión extraña y arriesgada. Sin embargo llegó un día en que Jesús lo hizo. Al parecer, su familia e incluso su grupo familiar le quedaban pequeños. El buscaba una «familia» que abarcara a todos los hombres y mujeres dispuestos a hacer la voluntad de Dios. La ruptura con su familia marcó su vida de profeta itinerante. JAP

Evangelio del Lunes 01 de Enero

Día litúrgico: 1 de Enero (Día octavo de la octava de Navidad)

Texto del Evangelio (Lc 2,16-21): En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.

«Los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre»

Comentario: Rev. D. Manel VALLS i Serra (Barcelona, España)

Hoy, la Iglesia contempla agradecida la maternidad de la Madre de Dios, modelo de su propia maternidad para con todos nosotros. Lucas nos presenta el “encuentro” de los pastores “con el Niño”, el cual está acompañado de María, su Madre, y de José. La discreta presencia de José sugiere la importante misión de ser custodio del gran misterio del Hijo de Dios. Todos juntos, pastores, María y José, «con el Niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16) son como una imagen preciosa de la Iglesia en adoración.
“El pesebre”: Jesús ya está ahí puesto, en una velada alusión a la Eucaristía. ¡Es María quien lo ha puesto! Lucas habla de un “encuentro”, de un encuentro de los pastores con Jesús. En efecto, sin la experiencia de un “encuentro” personal con el Señor no se da la fe. Sólo este “encuentro”, el cual ha comportado un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un “tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar «a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17).
Se nos señala aquí un primer fruto del “encuentro” con Cristo: «Todos los que lo oyeron se maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de pedir la gracia de saber suscitar este “maravillamiento”, esta admiración en aquellos a quienes anunciamos el Evangelio.
Hay todavía un segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor.
María, maestra de contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre significa “Dios salva”. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el corazón este sagrado y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros labios!

sábado, 30 de diciembre de 2017

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