lunes, 30 de abril de 2018

Hipertensión arterial: Qué es, síntomas, causas, diagnóstico y tratamiento

QUÉ ES
La hipertensión arterial es la fuerza de la sangre a medida que fluye por las arterias de su cuerpo. Las arterias son vasos sanguíneos que transportan la sangre del corazón al resto del cuerpo. Cuando el corazón late, empuja la sangre por las arterias. A medida que la sangre fluye, ejerce presión sobre las paredes de las arterias. Esto se llama presión arterial. 
La HTA ocurre cuando la sangre fluye por las arterias a una presión más alta que lo normal. Muchos factores diferentes pueden causar HTA. Si su presión arterial sube demasiado o se mantiene alta durante un tiempo prolongado, puede causar problemas de salud. La HTA no controlada lo pone en mayor riesgo de accidente cerebrovascular, cardiopatía, infarto de miocardio e insuficiencia renal.

Existen dos tipos de hipertensión arterial: 
Hipertensión primaria. Esta también se llama hipertensión esencial. Se la denomina así cuando no existe una causa conocida de la HTA. Este es el tipo más común de HTA. Por lo general, este tipo tarda muchos años en aparecer. Probablemente sea resultado de su estilo de vida, su entorno y cómo su cuerpo cambia a medida que envejece. 
Hipertensión secundaria. Esta se produce cuando un problema de salud o un medicamento provocan su HTA.
Los factores que pueden causar hipertensión secundaria incluyen:
  • Problemas renales
  • Apnea del sueño
  • Problemas de tiroides o glándulas suprarrenales
  • Algunos medicamentos.
SÍNTOMAS
La mayoría de las personas que tienen hipertensión arterial no tienen síntomas. Por eso, a veces se la llama “el asesino silencioso”. Es muy importante que revise su presión arterial regularmente. Algunas personas experimentan dolores de cabeza, hemorragias nasales o dificultad para respirar como consecuencia de la hipertensión arterial. Sin embargo, esos síntomas pueden parecerse a los muchos otros problemas (graves o no). 
Por lo general, estos síntomas ocurren una vez que la presión arterial ha alcanzado un nivel peligrosamente alto durante un período de tiempo. 

CAUSAS
La comida, los medicamentos, el estilo de vida, la edad y la genética pueden causar HTA. Su médico puede ayudarlo a descubrir qué podría causar la suyo. 
Los factores comunes que pueden producir HTA incluyen:
·         Una dieta alta en sal, grasa o colesterol.
·         Afecciones crónicas, como problemas renales y hormonales, diabetes y colesterol alto.
·         Antecedentes familiares, especialmente si sus padres u otros parientes cercanos tienen HTA.
·         Falta de actividad física.
·         Mayor edad (cuanto más años tenga, más probabilidades tendrá de padecer HTA).
·         Sobrepeso y obesidad.
·         Algunos medicamentos anticonceptivos.
·         Estrés.
·         Consumir tabaco o beber demasiado alcohol.

DIAGNÓSTICO
La HTA se diagnostica con un monitor de presión arterial. Esta es una prueba común en todas las consultas médicas. Un enfermero colocará un brazalete alrededor de su brazo. La banda está conectada a una pequeña bomba y a un medidor. El profesional apretará la bomba. Usted sentirá presión alrededor del brazo. Luego, el profesional se detendrá y mirará el medidor. Aparecerán dos números que conforman su presión arterial. El número superior es su valor sistólico (la presión sanguínea máxima cuando su corazón está expulsando la sangre). El número inferior es su valor diastólico (la presión cuando su corazón se llena de sangre). También puede escuchar al médico o la enfermera decir que la presión arterial es “120 sobre 80”.
·         La PA normal es inferior a 120 en el valor más alto y menor a 80 en el valor más bajo.
·         Los niveles de pre HTA son 120-139 en el valor más alto y 80-89 en el valor más bajo.
·         La HTA de la etapa 1 es 140-159 en el valor más alto y 90-99 en el valor más bajo.
·         La HTA de la etapa 2 es 160 en el valor más alto y 100 o más en el valor más bajo.
Cuanta más alta sea su PA, más a menudo necesitará controlarla. Después de los 18 años, controle su PA al menos una vez cada dos años. Hágalo con más frecuencia si ha tenido HTA en el pasado. 

PREVENCIÓN
Si su HTA es causada por factores relacionados con su estilo de vida, puede tomar medidas para reducir el riesgo:
·         Baje de peso.
·         Deje de fumar.
·         Coma apropiadamente.
·         Haga ejercicio.
·         Disminuya el consumo de sal.
·         Reduzca el consumo de alcohol.
·         Aprenda métodos de relajación.
Si su HTA es causada por una enfermedad o por un medicamento que toma, hable con su médico. Él puede recetarle un medicamento diferente. Además, tratar su enfermedad (como controlar su diabetes) puede reducir su HTA. 

TRATAMIENTO
El tratamiento por lo general comienza con cambios que puede realizar en su estilo de vida para reducir la PA y reducir el riesgo de cardiopatía. Además, su médico puede recetarle medicamentos para disminuir la PA. Estos se llaman ‘medicamentos antihipertensivos’. 
El objetivo del tratamiento es reducir su PA a niveles normales. Su médico puede recetarle un medicamento que sea fácil de tomar y que tenga pocos efectos secundarios, si es que produce alguno. Si su PA solo puede controlarse con medicamentos, deberá tomar el medicamento por el resto de su vida. Es común necesitar más de un medicamento para controlar su PA. No deje de tomar el medicamento sin antes consultar con su médico. De lo contrario, puede aumentar su riesgo de tener un accidente cerebrovascular o un infarto de miocardio. 

VIVIR CON HIPERTENSIÓN ARTERIAL
Controlar su HTA es un compromiso de por vida. Siempre tendrá que controlar su peso, elegir alimentos saludables, hacer ejercicio, aprender a manejar el estrés, evitar fumar y limitar el consumo de alcohol. Si necesita medicamentos para controlar su HTA, es probable que los necesite toda la vida. 
Además, deberá acostumbrarse a los controles regulares de la PA. Es posible que su médico quiera que acuda a la consulta regularmente. También puede que se le pida que controle su PA en su hogar y que lleve un registro de los valores para informarle al médico. Algunas farmacias y clínicas tienen máquinas disponibles para medir la PA. 
Puede comprar su propio brazalete automatizado de PA para usar en casa. Es posible que su médico quiera que controle su PA varias veces al día. Otra opción es usar un monitor de PA ambulatorio (se usa mientras usted se encuentra en movimiento). NIH

Junto al Pozo de Sicar - Reflexión N° 1


La liberación del deseo...


No te preocupes... 02


Sabías que... 01


01 de Mayo - Jeremías

Jeremías, Santo
Profeta, 01 de Mayo

Etimológicamente significa: Dios me levanta. Viene de la lengua hebrea.

Vivió en el año 566 antes de Cristo. Este profeta es uno de los llamados grandes por la extensión de sus escritos. Dios se vale de personas en cada tiempo para hacer el bien y para dar a conocer la buena noticia que viene del cielo.
El vivía feliz con sus padres en una aldea cercana a Jerusalén. De pronto el Señor irrumpió en su vida y le trastornó todos sus planes. Al principio se opuso indicándole que era muy joven y que, además, era tartamudo. Ante estas palabras, Dios le dijo: “No digas que eres demasiado joven o demasiado débil, porque yo iré contigo y te ayudaré”. Le tocó predicar en tiempos difíciles en los que reinaron varios reyes. Profetizó acerca de la destrucción que sufriría Jerusalén. Ante profecías como ésta, alguna gente reaccionaba en contra suya apedreándolo o expulsándolo a otros lugares o naciones.
Entre tanta pena tuvo el consuelo de que el rey Josías lo entendió y le ayudó en suscitar o restaurar la religiosidad del pueblo elegido por Dios, Israel. Otros reyes, sin embargo, le hicieron la vida imposible.
Jeremías, a pesar de su juventud, no tenía pelillos en la lengua para decir las verdades a cualquiera. Cosa que también ocurre con los mártires y profetas de este siglo XXI y del recién acabado XX. Hubo reyes que se permitieron el lujo de quemarle sus escritos proféticos. Otros lo encarcelaban y le amenazaban con darle muerte si no se callaba.
Estando en estas circunstancias, el Señor que nunca defrauda a nadie que se fíe de él, le dijo estas palabras: “Te haré fuerte como el diamante si no te acobardas. Pero si te dejas llevar por el miedo, me apartaré de ti”. Estas palabras le animaron a proseguir en su labor apostólica. Sentía en sus carnes que parte del pueblo y sus gobernantes pasaban de él. “Señor, todos se burlan de mí. Cuando voy por las calles se ríen y dicen: Allá va el de las malas noticias”. Eran los desahogos del profeta ante Dios.

La vid y los sarmientos

Juan 15, 1-8. El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante. Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.

Reflexión
El Evangelio de hoy se ubica dentro del discurso de despedida de Jesús, tal como lo trasmite San Juan. Son las últimas enseñanzas del Señor, algo así como su testamento personal, antes de entregarse a los judíos. En este ambiente solemne y dramático, les presenta la parábola de la vid y de los sarmientos.
El tema no puede ser más bíblico. La viña era uno de los cultivos preferidos en Palestina. Era lógico que se tomara la imagen de la viña para dibujar por medio de ella la historia del pueblo. La viña era Israel, Dios era su viñador. Profetas y salmistas contaron la aventura de este viñedo cultivado por Yahvé.
También Jesús recurre varias veces a los viñedos para sus parábolas. Pero esta vez le da su sentido pleno: Jesús es la vid, la verdadera vid. Los que creen en Él, son los sarmientos. Y el Padre es el viñador de esta gran cepa. Con ello, la imagen del Antiguo Testamento ha crecido en anchura y en profundidad. Ahora simboliza al gran árbol de la humanidad entera: su ramaje no son ya sólo los judíos, sino todos los que aceptan ser hijos de Dios.
¿Qué quiere enseñarnos el Señor con esta parábola de la vid? Me parece que quiere decirnos lo siguiente:
1. La Iglesia es, como la vid, un organismo vivo
La Iglesia no es una organización jurídica o social. Como la vid, ella es un organismo vivo, es el Cuerpo de Cristo, una comunidad y una corriente de vida. Para formar parte viva de esta vid del Señor no es suficiente, haber sido bautizados y estar inscritos en la lista de miembros. Formamos parte de esta vid en la medida en que estamos unidos vitalmente a ella, en la medida en que compartimos su vida íntima.
2. La fuente de vida de la Iglesia es Jesucristo
La rama por sí sola no es nada: lo es todo por la savia que recibe del tronco al que está adherida. Así también cada discípulo de por sí no es nada; pero unido a Cristo lo es todo. Éste es el secreto de la vitalidad de la Iglesia y de las comunidades cristianas.
Al resucitar Jesús, Él se transforma en la vid llena de vida y de fuerza. Y nosotros nos convertimos en sus ramas. Nuestra vida de cristianos es parte de su vida. Porque Él es el único autor de la vida. Él es el principio y fundamento de la Iglesia. Él mantiene unidos los sarmientos, para que tengan vida y la tengan en abundancia. Esto supone una vinculación permanente e íntima con Jesús: “permaneced en mí y yo en vosotros”. Mientras que permanezcamos unidos a Él, participaremos de su comunión de vida.
3. Sólo en la unión íntima con Cristo podremos ser fecundos
Los sarmientos producen fruto porque están unidos al tronco y se alimentan de su savia. El único camino para que nosotros podamos producir fruto y vida es, por eso, la unión íntima y personal con Cristo. El sarmiento que se separa del tronco, se seca y se lo echa al fuego, porque no sirve ya para otra cosa. Y para que podamos dar más fruto, el Padre nos va podando, nos purifica de nuestro egoísmo y de todo aquello que nos impide dar fruto en abundancia.
¿Pero qué significa dar fruto? Se trata de la fecundidad interior, no del éxito exterior. Tenemos que aprender a ver las cosas no con los ojos miopes humanos, sino con la visión de Dios. Los éxitos y fracasos ante los ojos de Dios son, por lo general, muy distintos de los que considera el mundo como tales. Y el Señor nos da aquí el único criterio para medir la verdadera fecundidad de nuestras obras: “no podéis dar fruto, si no permanecéis en mí”.
Queridos hermanos, pidámosle por eso al Señor que nos regale esa relación personal profunda con Él y con su Madre, para que así podamos ser fecundos por su Reino y transformarnos en auténticos discípulos suyos. NS

Evangelio del Martes 01 de Mayo

Día litúrgico: Martes V (B) de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 14,27-31a): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: ‘Me voy y volveré a vosotros’. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado».

«Mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo»

Comentario: Rev. D. Enric CASES i Martín (Barcelona, España)

Hoy, Jesús nos habla indirectamente de la cruz: nos dejará la paz, pero al precio de su dolorosa salida de este mundo. Hoy leemos sus palabras dichas antes del sacrificio de la Cruz y que fueron escritas después de su Resurrección. En la Cruz, con su muerte venció a la muerte y al miedo. No nos da la paz «como la da el mundo» (cf. Jn 14,27), sino que lo hace pasando por el dolor y la humillación: así demostró su amor misericordioso al ser humano.
En la vida de los hombres es inevitable el sufrimiento, a partir del día en que el pecado entró en el mundo. Unas veces es dolor físico; otras, moral; en otras ocasiones se trata de un dolor espiritual..., y a todos nos llega la muerte. Pero Dios, en su infinito amor, nos ha dado el remedio para tener paz en medio del dolor: Él ha aceptado “marcharse” de este mundo con una “salida” sufriente y envuelta de serenidad.
¿Por qué lo hizo así? Porque, de este modo, el dolor humano —unido al de Cristo— se convierte en un sacrificio que salva del pecado. «En la Cruz de Cristo (...), el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido» (San Juan Pablo II). Jesucristo sufre con serenidad porque complace al Padre celestial con un acto de costosa obediencia, mediante el cual se ofrece voluntariamente por nuestra salvación.
Un autor desconocido del siglo II pone en boca de Cristo las siguientes palabras: «Mira los salivazos de mi rostro, que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido».

domingo, 29 de abril de 2018

El tiempo... 10


Feliz domingo... 09


Virgen... 71


30 de Abril - Benito de Urbino

Benito de Urbino, Beato
Presbítero Capuchino, 30 de Abril

Martirologio Romano: En Fossombrone, del Piceno, en Italia, beato Benito de Urbino, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que fue compañero de san Lorenzo de Bríndisi en la predicación entre husitas y luteranos (1625).
Etimológicamente: Benito = Aquel a quien Dios bendice, es de origen latino.

Nunca se es completamente libre para poder elegir lo que uno quiera. Al menos eso es lo que me pasó a mí. Porque yo nací en Urbino, una ciudad de las Marcas en la Italia central, en septiembre de 1560 y dentro de una familia de nobles, los Passionei. Fui el séptimo de once hermanos, y a los pocos días me bautizaron imponiéndome el nombre de Marcos.
A los cuatro años me quedé sin padre; y a los siete nos dejó también mi madre. Total, que los tutores de la familia nos fueron criando y educando hasta que pudimos valernos por nosotros mismos.
Por lo que a mí respecta, aún recuerdo aquel 28 de mayo de 1582 cuando nueve ilustres «lectores» del Estudio universitario de Padua me declaraban doctor en leyes, en derecho civil y canónico, entregándome la toga, el birrete y el anillo doctoral; tenía 22 años.
El mundo se abría ante mí, y para conquistarlo de una forma más rotunda me hice presentar en el ambiente de la nobleza romana, sobre todo eclesiástica. Pero la cosa no fue como yo soñaba. El precio del éxito era demasiado caro para que me decidiera a invertir en él, por lo que apenas aguanté un año en medio de ese ambiente que me producía asco y también miedo.
De vuelta al pueblo empezó a invadirme una especie de «crisis» espiritual. Mi vida iba tomado sentido a medida que la soñaba como una entrega total a Dios y a la gente. Y una forma de concretarla era haciéndome Capuchino.
Muchas tardes subía al convento y me pasaba las horas muertas en la iglesia; hasta que me decidí a comunicarle al P. Guardián mi voluntad de hacerme religioso. Pero todos se pusieron en contra: los Capuchinos, mi familia, y hasta el obispo. A los frailes les parecía que un señorito como yo no podría aguantar el rigor de la vida capuchina. Para mi familia era demasiado duro tener que perder a uno de sus miembros más cualificados; mientras que el señor obispo trataba de desviarme hacia otra Orden menos austera, como eran los Camaldulenses.
Sin embargo, aunque de naturaleza frágil y quebradiza, mi tenacidad era de acero, por lo que insistí varias veces hasta conseguir que me admitieran en el Noviciado. Recuerdo que al recibir en la calle la noticia de mi admisión pegué tal salto y tal grito de alegría, que todos se quedaron extrañados, dada mi habitual compostura y timidez. Mi gozo era tan grande que me fui directo al convento sin pasar siquiera por mi casa a despedirme.
En el Noviciado lo pasé francamente mal, debido a mi quebradiza salud; pero mi empeño por seguir adelante -y mi enchufe con el General, que todo hay que decirlo- hizo que pudiera profesar como Capuchino. Repartí todos mis bienes y comencé una vida nueva.
Una vez ordenado sacerdote y tras ejercer el ministerio por los conventos de las Marcas, me enviaron a Bohemia, junto con S. Lorenzo de Bríndisi y otros hermanos, a convertir a los protestantes. Menos mal que estuve poco tiempo, porque aquello fue durísimo. De nuevo volví a las Marcas y allí se desarrolló toda mi vida.
Los que escribieron mi biografía han dicho que me distinguí por tres cosas: por la cantidad y calidad de la oración, por mi austeridad de vida, y por dedicarme al ministerio de los pobres. Ellos sabrán.
Lo que sí os puedo decir es que, después de abandonar mi vida de «señorito» y hacerme fraile, estaba como seducido por esa presencia misteriosa que es Dios, de modo que dedicaba a Él todo mi tiempo disponible; así fue como me salieron hasta callos en las rodillas de estar arrodillado en su presencia. Sin embargo lo que más me asombraba era experimentarlo como un Dios sufriente; de ahí que reflexionara continuamente sobre la Pasión de Cristo.
Esto me hacía pensar en mi frágil salud y en la urgencia de remediar las necesidades de los pobres. Con frecuencia los enviaba a casa de mis hermanos para que los atendieran, hasta el punto de que solían decir, en plan de broma: «Nuestro hermano el fraile, no contento con haber distribuido todo lo suyo en limosnas, quiere también repartir todo lo nuestro».
La verdad es que yo me contentaba con poco, y hubiera estado dispuesto a repartirlo cien veces si hubiera tenido algo que dar; pero sólo disponía de mi persona y del servicio que pudiera prestar a los demás. Así que la mayoría del tiempo lo pasaba predicando en los pueblecitos donde me llamaban, ya que, por lo visto, mi oratoria no iba muy allá. Sin embargo yo me encontraba muy a gusto entre esa gente pobre, pues eran más receptivos al Evangelio.
Y así estuve casi toda mi vida, hasta que mi frágil cuerpo empezó a envejecer y a resistirse a caminar. Ya al final de mis días, un hermano religioso, creyendo que estaba ya en la agonía final encendió, como era costumbre, una vela; pero yo me di cuenta y le hice una señal para que la apagara, porque todavía no me estaba muriendo. Tardé tres días más, y el 30 de abril de 1625 me encontraba con la hermana muerte.
La gente me veneraba como un santo, hasta el punto de que tuvieron que cambiarme de sepultura y guardarme en un lugar tan escondido, que estuvieron dos siglos sin encontrarme. Por fin lo hicieron y pudieron beatificarme en 1867. Después de todo me cabe la satisfacción de no ser un «santo» del todo, sino simplemente el beato Benito de Urbino.

Creer

El que permanece en mí…
La fe no es una impresión o emoción del corazón. Sin duda, el creyente siente su fe, la experimenta y la disfruta, pero sería un error reducirla a «sentimentalismo». La fe no es algo que depende de los sentimientos: «Ya no siento nada; debo estar perdiendo la fe». Ser creyentes es una actitud responsable y razonada.
La fe no es tampoco una opinión personal. El creyente se compromete personalmente a creer en Dios, pero la fe no puede ser reducida a «subjetivismo»: «Yo tengo mis ideas y creo lo que a mí me parece». La realidad de Dios no depende de mí ni la fe cristiana es fabricación de uno. Brota de la acción de Dios en nosotros.
La fe no es tampoco una costumbre o tradición recibida de los padres. Es bueno nacer en una familia creyente y recibir desde niño una orientación cristiana de la vida, pero sería muy pobre reducir la fe a «costumbre religiosa»: «En mi familia siempre hemos sido muy de Iglesia». La fe es una decisión personal de cada uno.
La fe no es tampoco una receta moral. Creer en Dios tiene sus exigencias, pero sería una equivocación reducirlo todo a «moralismo»: «Yo respeto a todos y no hago mal a nadie». La fe es, además, amor a Dios, compromiso por un mundo más humano, esperanza de vida eterna, acción de gracias, celebración.
La fe no es tampoco un «tranquilizante». Creer en Dios es, sin duda, fuente de paz, consuelo y serenidad, pero la fe no es sólo un «agarradero» para los momentos críticos: «Yo cuando me encuentro en apuros acudo a la Virgen». Creer es el mejor estímulo para luchar, trabajar y vivir de manera digna y responsable.
La fe cristiana empieza a despertarse en nosotros cuando nos encontramos con Jesús. El cristiano es una persona que se encuentra con Cristo y en él va descubriendo a un Dios Amor que cada día le atrae más. Lo dice muy bien Juan: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor» 1 Jn 4, 16.
Esta fe crece y da frutos sólo cuando permanecemos día a día unidos a Cristo, es decir, motivados y sostenidos por su Espíritu y su Palabra: «El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada». JAP

Evangelio del Lunes 30 de Abril

Día litúrgico: Lunes V (B) de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 14,21-26): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él». Le dice Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?». Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho».

«El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre,
os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho»

Comentario: Rev. D. Norbert ESTARRIOL i Seseras (Lleida, España)

Hoy, Jesús nos muestra su inmenso deseo de que participemos de su plenitud. Incorporados a Él, estamos en la fuente de vida divina que es la Santísima Trinidad. «Dios está contigo. En tu alma en gracia habita la Trinidad Beatísima. —Por eso, tú, a pesar de tus miserias, puedes y debes estar en continua conversación con el Señor» (San Josemaría).
Jesús asegura que estará presente en nosotros por la inhabitación divina en el alma en gracia. Así, los cristianos ya no somos huérfanos. Ya que nos ama tanto, a pesar de que no nos necesita, no quiere prescindir de nosotros. 
«El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él» (Jn 14,21). Este pensamiento nos ayuda a tener presencia de Dios. Entonces, no tienen lugar otros deseos o pensamientos que, por lo menos, a veces, nos hacen perder el tiempo y nos impiden cumplir la voluntad divina. He aquí una recomendación de san Gregorio Magno: «Que no nos seduzca el halago de la prosperidad, porque es un caminante necio aquel que ve, durante su camino, prados deliciosos y se olvida de allá donde quería ir».
La presencia de Dios en el corazón nos ayudará a descubrir y realizar en este mundo los planes que la Providencia nos haya asignado. El Espíritu del Señor suscitará en nuestro corazón iniciativas para situarlas en la cúspide de todas las actividades humanas y hacer presente, así, a Cristo en lo alto de la tierra. Si tenemos esta intimidad con Jesús llegaremos a ser buenos hijos de Dios y nos sentiremos amigos suyos en todo lugar y momento: en la calle, en medio del trabajo cotidiano, en la vida familiar.
Toda la luz y el fuego de la vida divina se volcarán sobre cada uno de los fieles que estén dispuestos a recibir el don de la inhabitación. La Madre de Dios intercederá —como madre nuestra que es— para que penetremos en este trato con la Santísima Trinidad.

sábado, 28 de abril de 2018

Advierten sobre un tipo de raquitismo hereditario

El ‘raquitismo hipofosfatémico familiar (XLH)’ es una enfermedad poco frecuente (EPOF) que se estima afecta a alrededor de 2 mil argentinos, levemente más a las mujeres que a los hombres, y que en el 80% de los casos es heredada de alguno de los padres. Se la puede confundir con déficits nutricionales extremos o trastornos óseos, pese a que su diagnóstico es sencillo: mediante un análisis de sangre, orina y con una radiografía tradicional. 
“Los papás suelen ser los primeros en sospechar que algo no está bien: al cambiarle los pañales, perciben que su bebé tiene las piernas arqueadas o lo notan algo chueco al dar los primeros pasos. Entonces consultan con el pediatra, quien debe estar alerta a estos signos y solicitar los estudios para confirmar o descartar el cuadro”, explicó el Dr. Hamilton Cassinelli, médico endocrinólogo pediatra, integrante de la División de Endocrinológica del Hospital de Niños ‘Ricardo Gutiérrez’. 
El diagnóstico temprano influye favorablemente en el pronóstico del paciente, por eso es tan importante prestar atención a las señales que podrían indicar que se esté ante un caso de este tipo de raquitismo. Otros signos son el retardo del crecimiento con baja talla, movilidad disminuida, muñecas o rodillas desproporcionadas, dolor de huesos, músculos o articulaciones, y trastornos dentales.
Todos estos signos empeoran con los años si el cuadro no es abordado a tiempo y en forma satisfactoria. En quienes llegan a adultos sin haber sido diagnosticados (o que fueron diagnosticados y no realizan en forma adecuada el tratamiento), también pueden aparecer pseudo fracturas, osteoartritis, problemas en los ligamentos, dificultades en la audición y fatiga. 
Esta enfermedad consiste en la pérdida de fósforo, un mineral clave para los huesos, los dientes, la sangre y los músculos. La pérdida se produce por una mutación en el cromosoma X, que hace que se sobre exprese una hormona (denominada factor de crecimiento fibroblástico 23), lo que ocasiona que el riñón deje pasar fósforo en exceso a la orina y, por lo tanto, disminuye la cantidad de este mineral en sangre, con consecuencias negativas para la salud. 
Desde la Fundación Enhué, que trabaja para promover la mejora de la calidad de vida de las personas con enfermedades poco frecuentes, Belén González Sutil, su Directora Ejecutiva, señaló que acompañan al paciente y a todo su entorno familiar en el proceso: “contribuimos a que el niño encuentre un médico especialista y asesoramos a todo su entorno sobre los pasos a seguir una vez alcanzado el diagnóstico”. 
“Por lo general, las cuestiones que más aquejan a los pacientes niños y jóvenes son la estatura y las deformaciones, que en ocasiones, cuando se escolarizan, son motivo de burlas por parte de sus compañeros. Luego, a medida que van creciendo, comienzan a preocuparse más por los dolores que les puede ir produciendo su condición”, expresó el Dr. Cassinelli. “Nuestro equipo de atención a pacientes también interviene en estos casos y brindamos todo el soporte para que los pacientes tengan una buena calidad de vida”, agregó González Sutil. 
Respecto del abordaje terapéutico, tal como explicó el Dr. Cassinelli, en esta enfermedad el riñón funciona “como una canilla abierta que pierde fósforo: uno debe reemplazar ese fósforo o cerrar la canilla”. El tratamiento convencional consiste en incorporar dosis elevadas de este mineral, para reemplazar lo que el cuerpo pierde, a través de unos comprimidos de sales de fosfato solubles en agua. 
El tratamiento temprano corrige las deformidades de los miembros inferiores, reduce el número de cirugías correctivas y mejora la talla al llegar a la edad adulta. La adherencia de los pacientes a estas sales es elevada en la niñez, dado que sus padres suelen llevar un adecuado control de las tomas. La adolescencia, como con muchas otras enfermedades crónicas, representa desafíos más grandes para garantizar el cumplimiento del tratamiento. 
Para el Dr. Cassinelli, es necesario lograr que la adecuada adherencia “sea sostenida a lo largo del tiempo para prevenir todas las complicaciones a la salud propias de la enfermedad. Por eso, es importante trabajar sobre la relación médico-paciente, seguir de cerca al joven y transmitirle la necesidad de cuidar su salud futura”. Al tiempo que agregó que “esperamos en un futuro contar con alguna opción terapéutica que logre cerrar la canilla y el organismo sea capaz de frenar esa pérdida de fósforo”. 

8 de cada 10 casos, de origen hereditario
“Como hay un fuerte componente hereditario, la existencia de miembros de la familia diagnosticados debería encender una señal de alarma para seguir de cerca al resto, sobre todo a los recién nacidos, realizándoles los estudios correspondientes”, agregó el Dr. Cassinelli. 
Cada hombre afectado transmitirá la enfermedad a todas sus hijas mujeres, pero a ninguno de sus hijos varones (ya que a las mujeres les otorga el cromosoma X, pero a los varones el Y). Por otra parte, las mujeres tendrán un 50% de chances de trasmitirla a cada uno de sus hijos, sin importar el sexo. En alrededor del 20% de los casos, sin embargo, la mutación se da espontáneamente, sin ser heredada por los padres. “Todavía a la gente le cuesta aceptar que otro sea diferente y se sigue notando en las miradas”

Ser buena persona... 02


Mis hijos...


Virgen... 70


29 de Abril - Antonio Kim Song-u

Antonio Kim Song-u, Santo
Catequista y Mártir, 29 de Abril

Martirologio Romano: En Seúl, en Corea, san Antonio Kim Song-u, mártir, que acostumbraba a reunir en su casa a varios fieles hasta que, encerrado en prisión, fue estrangulado ( 1841).
Etimológicamente: Antonio = Aquel que es digno de estima, es de origen latino.

Nació en Gusan, Corea del Sur, en el año 1795. En Seúl, en Corea, san Antonio Kim Song-u, catequista y mártir, que acostumbraba a reunir en su casa a varios fieles hasta que, encerrado en prisión, fue estrangulado el 29 de abril de 1841.
Fue canonizado, junto con otros 102 mártires coreanos, por S.S. Juan Pablo II el 6 de mayo de 1984.

Nos quedamos sin sabia

El que permanece en mí... da fruto abundante.
La imagen es de una fuerza extraordinaria. Jesús es la «vid», los que creemos en él somos los «sarmientos». Toda la vitalidad de los cristianos nace de él. Si la savia de Jesús resucitado corre por nuestra vida, nos aporta alegría, luz, creatividad, coraje para vivir como vivía él. Si, por el contrario, no fluye en nosotros, somos sarmientos secos. Éste es el verdadero problema de una Iglesia que celebra a Jesús resucitado como «vid» llena de vida, pero que está formada, en buena parte, por sarmientos muertos. ¿Para qué seguir distrayéndonos en tantas cosas, si la vida de Jesús no corre por nuestras comunidades y nuestros corazones? Nuestra primera tarea hoy y siempre es «permanecer» en la vid, no vivir desconectados de Jesús, no quedarnos sin savia, no secarnos más. ¿Cómo se hace esto? El evangelio lo dice con claridad: hemos de esforzarnos para que sus «palabras» permanezcan en nosotros. La vida cristiana no brota espontáneamente entre nosotros. El evangelio no siempre se puede deducir racionalmente. Es necesario meditar largas horas las palabras de Jesús. Sólo la familiaridad y afinidad con los evangelios nos hace ir aprendiendo poco a poco a vivir como él. Este acercamiento frecuente a las páginas del evangelio nos va poniendo en sintonía con Jesús, nos contagia su amor al mundo, nos va apasionando con su proyecto, va infundiendo en nosotros su Espíritu. Casi sin darnos cuenta, nos vamos haciendo cristianos. Esta meditación personal de las palabras de Jesús nos cambia más que todas las explicaciones, discursos y exhortaciones que nos llegan del exterior. Las personas cambiamos desde dentro. Tal vez, éste sea uno de los problemas más graves de nuestra religión: no cambiamos, porque sólo lo que pasa por nuestro corazón cambia nuestra vida; y, con frecuencia, por nuestro corazón no pasa la savia de Jesús. La vida de la Iglesia se trasformaría si los creyentes, los matrimonios cristianos, los presbíteros, las religiosas, los obispos, los educadores tuviéramos como libro de cabecera los evangelios de Jesús. JAP

Evangelio del Domingo 29 de Abril

Día litúrgico: Domingo V (B) de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 15,1-8): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. 
»Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos».

«La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto»

Comentario: Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach (Vilamarí, Girona, España)

Hoy, el Evangelio presenta la alegoría de la vid y los sarmientos. Cristo es la verdadera vid, nosotros somos los sarmientos y el Padre es el viñador.
El Padre quiere que demos mucho fruto. Es lógico. Un viñador planta la viña y la cultiva para que produzca fruto abundante. Si nosotros montamos una empresa, querremos que rinda. Jesús insiste: «Yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto» (Jn 15,16).
Eres un elegido. Dios se ha fijado en ti. Por el bautismo te ha injertado en la viña que es Cristo. Tienes la vida de Cristo, la vida cristiana. Posees el elemento principal para dar fruto: la unión con Cristo, porque «el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid» (Jn 15,4). Jesús lo dice taxativamente: «Separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). «Su fuerza no es sino suavidad; nada hay tan blando como esto, y nada como esto tan firme» (San Francisco de Sales). ¿Cuántas cosas has querido hacer sin Cristo? El fruto que el Padre espera de nosotros es el de las buenas obras, el de la práctica de las virtudes. ¿Cuál es la unión con Cristo que nos hace capaces de dar este fruto? La fe y la caridad, es decir, permanecer en gracia de Dios.
Cuando vives en gracia, todos los actos de virtud son frutos agradables al Padre. Son obras que Jesucristo hace a través tuyo. Son obras de Cristo que dan gloria al Padre y se convierten en cielo para ti. ¡Vale la pena vivir siempre en gracia de Dios! «Si alguno no permanece en mí [por el pecado], es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego (...) los echan al fuego y arden» (Jn 15,6). Es una clara alusión al infierno. ¿Eres como un sarmiento lleno de vida?
Que la Virgen María nos ayude a aumentar la gracia para que produzcamos frutos en abundancia que den gloria al Padre.