Todavía estaba
hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía
una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle».
Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús,
acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Ellos
alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban
del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo
del hombre haya resucitado de entre los muertos».
«Se transfiguró delante de ellos»
Comentario:
Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós (Barcelona, España)
Hoy, camino hacia la Semana Santa, la liturgia de
la Palabra nos muestra la Transfiguración de Jesucristo. Aunque en nuestro
calendario hay un día litúrgico festivo reservado para este acontecimiento (el
6 de agosto), ahora se nos invita a contemplar la misma escena en su íntima
relación con los sucesos de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
En efecto, se acercaba la Pasión para Jesús y
seis días antes de subir al Tabor lo anunció con toda claridad: les había dicho
que «Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día» (Mt 16,21).
Pero los discípulos no estaban preparados para
ver sufrir a su Señor. Él, que siempre se había mostrado compasivo con los
desvalidos, que había devuelto la blancura a la piel dañada por la lepra, que
había iluminado los ojos de tantos ciegos, y que había hecho mover miembros
lisiados, ahora no podía ser que su cuerpo se desfigurara a causa de los golpes
y de las flagelaciones. Y, con todo, Él afirma sin rebajas: «Debía sufrir
mucho». ¡Incomprensible! ¡Imposible!
A pesar de todas las incomprensiones, sin
embargo, Jesús sabe para qué ha venido a este mundo. Sabe que ha de asumir toda
la flaqueza y el dolor que abruma a la humanidad, para poderla divinizar y,
así, rescatarla del círculo vicioso del pecado y de la muerte, de tal manera
que ésta —la muerte— vencida, ya no tenga esclavizados a los hombres, creados a
imagen y semejanza de Dios.
Por esto, la Transfiguración es un espléndido
icono de nuestra redención, donde la carne del Señor es mostrada en el
estallido de la resurrección. Así, si con el anuncio de la Pasión provocó
angustia en los Apóstoles, con el fulgor de su divinidad los confirma en la
esperanza y les anticipa el gozo pascual, aunque, ni Pedro, ni Santiago, ni
Juan sepan exactamente qué significa esto de… resucitar de entre los muertos (cf. Mt 17,9), ¡Ya lo sabrán!
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