Melecio de Antioquía, Santo
Obispo, 12 de Febrero
Martirologio Romano: Conmemoración de san Melecio, obispo de Antioquía, que, por
defender la fe de Nicea, fue exiliado varias veces y falleció mientras presidía
el primer Concilio Ecuménico de Constantinopla. San Gregorio de Nisa y san Juan
Crisóstomo exaltaron su figura (381).
San Melecio de Antioquía (Meletius, Melétios, en griego, Μελέτιος) fue
un eclesiástico griego del siglo IV nacido en Melitene en una familia destacada
de la que heredó una hacienda en Armenia Menor y que falleció en el año 381.
Por su buen carácter adquirió una gran reputación, y cuando Eustaquio
fue depuesto como obispo de Sebaste en el concilio de Melitene el año 357,
ocupó su lugar; el lugar era conflictivo y renunció, retirándose a Berea
(Alepo) de donde supuestamente fue obispo y se decantó a favor de los arrianos
y suscribió probablemente la confesión de fe de Ariminio, y la de los acacianos
en Seleucia el año 359 bajo influencia de los cuales fue nombrado obispo (arzobispo)
de Antioquía en el año 360 o 361.
Durante un tiempo intentó contentar a todo el mundo, con un lenguaje
ambiguo, pero progresivamente regresó a una plena comunión con la Iglesia. Fue
llamado por el emperador Constancio II quien ordenó a varios prelados que
explicaran el texto del Libro de los Proverbios: «Diome Yavé el ser en el
principio de sus caminos» (8,22-23). Habiendo recibido ya a Jorge de Laodicea y
Acacio de Cesarea y habían dado explicaciones más o menos heterodoxas, sin
embargo, Melecio lo expuso con sentido católico; los arrianos le acusaron
entonces de sabelianismo y convencieron al emperador de que lo depusiera y
desterrara, cosa que hizo y Melecio fue desterrado a Melitene; Euzoius, (quien
anteriormente había sido expulsado de la Iglesia por san Alejandro, arzobispo
de Alejandría), fue nombrado para ocupar el obispado que el destierro había
dejado bacante (hacia el año 361). Esto produjo un cisma, aunque el inicio real
de este fue el destierro de san Eustaquio en el año 330.
Al llegar Juliano al trono el año 362, Melecio pudo regresar a Antioquía
y trató de reconciliar a las partes, cosa que parecía más fácil después de la
muerte de Eustaquio, pero el ordenamiento de Paulino como obispo de la Iglesia
en Antioquía, lo hizo imposible; mientras los arrianos conservaban muchas
iglesias y los católicos tan sólo tenían dos. Valente las privó de estas y
Melecio fue nuevamente desterrado (hacia 365). En su ausencia, los católicos
fueron dirigidos por Flaviano y Teodoro.
En 378, a la muerte de Valente, Melecio fue llamado otra vez, pero el
edicto de Graciano que permitía volver a los exiliados hizo volver también a
Doroteo, el obispo arriano sucesor de Euzoius, quien ocupó el arzobispado pero
al cabo de un tiempo le fue devuelto a Melecio; sin embargo, aún estaba activo
su rival Paulino, que no se avino a las propuestas que se le hicieron.
En 381, se reunió en Constantinopla el segundo Concilio Ecuménico, y san
Melecio lo presidió. Estando el Concilio en sesiones, la muerte se llevó a este
obispo, que tanta paciencia tuvo en el sufrimiento. La noticia de su muerte fue
recibida con gran dolor de los Padres conciliares y del emperador Teodosio,
quien le había dado la bienvenida a la ciudad imperial con una gran
demostración de afecto, «como un hijo que saluda a un padre por mucho tiempo
ausente». Con su humildad evangélica, Melecio se había hecho querer por todos
los que lo conocieron. Crisóstomo nos dice que su nombre era tan venerado, que
la gente en Antioquía escogía este nombre para sus hijos; grababan su imagen en
sus sellos y en su vajilla y la esculpían sobre sus casas. Todos los Padres del
Concilio y los fieles de la ciudad asistieron a sus funerales en
Constantinopla. Uno de los prelados más eminentes, san Gregorio de Nisa,
pronunció la oración fúnebre. En ella hace referencia a «la dulce y tranquila
mirada, radiante sonrisa y bondadosa mano que secundaba a su apacible voz»; y
termina con las palabras, «Ahora él ve a Dios cara a cara, ruega por nosotros y
por la ignorancia del pueblo». Cinco años más tarde, san Juan Crisóstomo, a
quien san Melecio había ordenado diácono, pronunció un panegírico el 12 de
febrero, el día de su muerte o de su traslación a Antioquía. Todavía existen
los panegíricos escritos por san Gregorio de Nisa y san Juan Crisóstomo.
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