De forma inesperada, un leproso «se acerca a
Jesús». Según la ley, no puede entrar en contacto con nadie. Es un
«impuro» y ha de vivir aislado. Tampoco puede entrar en el templo. ¿Cómo va a
acoger Dios en su presencia a un ser tan repugnante? Su destino es vivir
excluido. Así lo establece la ley.
A pesar de todo, este leproso desesperado se atreve
a desafiar todas las normas. Sabe que está obrando mal. Por eso se pone de
rodillas. No se arriesga a hablar con Jesús de frente. Desde el suelo, le hace
esta súplica: «Si quieres, puedes limpiarme». Sabe que Jesús lo puede
curar, pero ¿querrá limpiarlo?, ¿se atreverá a sacarlo de la exclusión a la que
está sometido en nombre de Dios?
Sorprende la emoción que le produce a Jesús la
cercanía del leproso. No se horroriza ni se echa atrás. Ante la situación de
aquel pobre hombre, «se conmueve hasta las entrañas». La ternura
lo desborda. ¿Cómo no va a querer limpiarlo él, que sólo vive movido por la
compasión de Dios hacia sus hijos e hijas más indefensos y despreciados?
Sin dudarlo, «extiende la mano» hacia
aquel hombre y «toca» su piel despreciada por los puros. Sabe que está
prohibido por la ley y que, con este gesto, está reafirmando la trasgresión
iniciada por el leproso. Sólo lo mueve la compasión: «Quiero: queda
limpio».
Esto es lo que quiere el Dios encarnado en Jesús:
limpiar el mundo de exclusiones que van contra su compasión de Padre. No es
Dios quien excluye, sino nuestras leyes e instituciones. No es Dios quien
margina, sino nosotros. En adelante, todos han de tener claro que a nadie se ha
de excluir en nombre de Jesús. Seguirle a él significa no horrorizarnos ante
ningún impuro ni impura. No retirar a ningún «excluido» nuestra acogida. Para
Jesús, lo primero es la persona que sufre y no la norma. Poner siempre por
delante la norma es la mejor manera de ir perdiendo la sensibilidad de Jesús
ante los despreciados y rechazados. La mejor manera de vivir sin compasión.
En pocos lugares es más reconocible el Espíritu de
Jesús que en esas personas que ofrecen apoyo y amistad gratuita a prostitutas
indefensas, que acompañan a sicóticos olvidados por todos, que defienden a
homosexuales que no pueden vivir dignamente su condición… Ellos nos recuerdan
que en el corazón de Dios caben todos. JAP
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