Llegamos a un
callejón aparentemente sin salida en las discusiones sobre el aborto cuando
consideramos que la defensa del derecho a la vida de los hijos va contra la
libertad y el derecho a la autodeterminación de las madres.
El planteamiento
que lleva a ese callejón es sencillo: hay mujeres que no desean dar a luz al
hijo que llevan dentro de sus entrañas. Prohibir el aborto es imponerles la
aceptación de algo que no quieren, obligarlas a seguir adelante con el
embarazo, y luego (si no consiguen dar en adopción al hijo) “encadenarlas” con
todas las consecuencias del parto y de los años y años de educación y
atenciones que todo niño necesita.
Una
argumentación como la anterior impacta y convence a muchos. Algunas frases
breves la sintetizan con fórmulas semejantes a las siguientes: nadie puede ser
madre contra su voluntad; la mujer da a luz, la mujer decide; lo que ocurre
dentro del cuerpo de la mujer es asunto estrictamente de ella y de nadie más;
se es madre libremente, se renuncia a la maternidad libremente; etc.
De este modo,
presenciamos una especie de confrontación. Por un lado estaría la mujer, con su
proyecto de vida, en una situación concreta (con o sin trabajo, más joven o de
más edad, con o sin hijos, en su casa o sola), desde las relaciones en las que
se mueve (amigos, familiares, quizá su esposo o amante). Por otro lado, tenemos
un ser humano pequeño, indefenso, casi invisible (sobre todo en las primeras
semanas del embarazo).
Ese ser
diminuto, el hijo, depende del cuerpo materno, busca instintivamente
desarrollarse, dialoga de maneras diversas (químicas, fisiológicas) con el
ambiente en el que crece poco a poco. Avanza, si no hay enfermedades graves o
accidentes imprevistos, hacia ese día, el del parto, que para muchos es motivo
de fiesta cada año.
Pero la madre,
o quienes influyen de modo más o menos intenso sobre ella, no desea ese hijo.
Por eso, “librarse” de su presencia, terminar con su desarrollo, puede llegar a
ser visto como una liberación, como la salida de un túnel en el que la mujer no
querría haber entrado.
El
planteamiento tiene un fuerte impacto en la mentalidad moderna, que da gran
realce a la idea de autodeterminación, que defiende la libertad como un derecho
fundamental para todo ser humano. Si añadimos que existe una corriente de
pensamiento que considera que la maternidad habría sido (y todavía seguiría
siendo en muchos lugares), una esclavitud para la mujer, y que impedir el
aborto era (y es) un modo de los varones para someter al “sexo débil”, entonces
el paso dado por muchos es lógico: el aborto es un derecho, una conquista, un
beneficio para la condición femenina, y oponerse al aborto es ir contra un
derecho fundamental de la mujer.
Pero el planteamiento
adolece de un error en su punto de partida: olvida que los deseos y proyectos
de los seres humanos, que son muchos y variados, nunca pueden convertirse en un
motivo válido para justificar el que algunos, los adultos y los fuertes, puedan
eliminar la vida de otros, los débiles y los más indefensos.
La historia
humana, y la propia experiencia personal, nos hace ver cuántas situaciones se
dan en las que la presencia del “otro” se convierte en un obstáculo a los
proyectos más deseados. Bastaría simplemente con evocar la escena de los
concursos para obtener un puesto de trabajo: miles de personas compiten a
través de un examen u otras pruebas para lograr la conquista de pocas plazas.
Unos ganan,
otros (en ocasiones, muchísimos), pierden. El sentimiento de pena y de rabia de
los derrotados puede volcarse contra quienes, como ganadores, impiden a los
perdedores alcanzar el sueño de sus vidas.
Ese
sentimiento negativo no es nunca excusa válida para agredir ni para matar al
vencedor de un concurso. En otras palabras, encontrarse, a lo largo de la vida,
con otros hombres o mujeres que de alguna manera alteran, obstaculizan e
impiden, a veces profundamente, la satisfacción de deseos intensos que uno
alberga en el propio corazón, no es motivo suficiente para considerar que la
existencia de los obstaculizadores sea de menor valor que la propia. En
palabras sencillas: un “rival” no pierde su derecho a vivir, por más que su
presencia derrumbe por completo los proyectos más anhelados.
Esto se aplica
a miles de situaciones humanas. Por desgracia, el pasado y el presente revelan
una realidad muy diferente de los principios. El derecho a la fama, a la salud,
incluso a la vida, de quienes son vistos como “rivales” muchas veces es
pisoteado, de mil maneras (calumnias, crímenes, guerras) por los que consideran
que sus proyectos personales les otorgan una especie de licencia para eliminar
a quienes son vistos como obstáculos.
Aplicado lo
anterior al tema del aborto, resulta claro que el hijo, cuando su madre (o quienes
la presionan) lo ve como “rival” o como obstáculo, se encuentra en una grave
situación de desventaja. Mientras en la vida normal los adultos suelen ser
protegidos por policías y por tantas otras personas de buena voluntad, el hijo
vive en una etapa de desarrollo muy particular, escondido en el seno materno, y
con enormes limitaciones debidas a las distintas fases de su crecimiento.
Pero las
circunstancias que envuelven los primeros meses de vida del hijo no eliminan el
dato de su existencia ni la dignidad propia de su condición humana. Esa
dignidad no depende del tamaño, ni de la autonomía, ni del coeficiente
intelectual, ni del sexo, ni de la raza, ni de las cuentas bancarias, ni de la
nacionalidad, ni de la religión. Radica simplemente en su condición humana.
Por lo mismo,
el tema del aborto está mal planteado si olvida la dignidad del hijo, y si los
proyectos de su madre (o de quienes la presionan de mil modos) quedan exaltados
por encima de todo criterio de justicia, como si tales proyectos permitiesen,
desde la situación de debilidad del hijo, una especie de excepción a la regla
según la cual todos los seres humanos gozamos de la misma dignidad.
Recordarlo
ayudará a superar planteamientos que han permitido una amplia difusión del mal
llamado “aborto legal”, y permitirá reformular las leyes en función de la
tutela de los hijos, y de la búsqueda de ayudas y de soluciones concretas y
eficaces para que las mujeres puedan llevar adelante su embarazo desde la
aceptación serena de la vida de sus hijos. Así miles de madres descubrirán que
es posible conjugar sus sanos proyectos personales con el respeto a la vida de
un hijo que algún día podrá dar gracias a su madre por haberle permitido nacer,
y a tantas personas buenas por haber sostenido a su madre en situaciones a
veces complejas, pero nunca insuperables. FP
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