En algunos
debates se argumenta que el aborto es un asunto exclusivo de la mujer, y que
por eso en la decisión de la madre no debería intervenir para nada el padre del
hijo.
Tal posición
deja de lado dos puntos importantes, entre otros, que no pueden ser puestos
entre paréntesis. En primer lugar, cada hijo tiene un padre y una madre que han
dado origen a su existencia. En segundo lugar, muchas veces una mujer decide
abortar precisamente por las precisiones que recibe del hombre-padre.
Lo primero es
una obviedad, pero parece ser olvidada en algunas discusiones. Ninguna mujer
empieza a ser madre sin la intervención de un hombre, que empieza entonces a
ser padre.
Es cierto que
desde el recurso a algunas técnicas de fecundación artificial hay mujeres que
pueden quedar embarazadas a través del esperma obtenido gracias a un donador
anónimo. Incluso en esos casos, el nuevo hijo tiene vida gracias a una madre,
conocida, y a un padre anónimo, a veces con nombres y apellidos registrados en
la clínica de fertilidad.
En la mayoría
de los casos, la mujer sabe quién es el padre. Si está casada, seguramente se
trata de su esposo. En otras ocasiones, el padre es el propio novio u otra
persona con la que la mujer mantiene lazos de afecto más o menos estables.
Otros embarazos inician, tristemente, desde la venta del propio cuerpo en la
prostitución, o como resultado de abusos físicos.
Sea cual sea
la situación que dio origen a un embarazo, éste ha sido posible gracias a un
hombre. La responsabilidad del mismo no puede quedar olvidada ni relegada en lo
que se refiere a la vida que acaba de iniciar. El padre tiene deberes hacia su
hijo, aunque sólo fuera deberes morales; en muchos lugares, ojalá en todos,
también tiene deberes económicos y jurídicos.
Por lo mismo,
pretender anular la figura paterna y plantear un tema tan triste como el del
aborto como si el varón no tuviese nada que ver en el asunto, resulta sumamente
arbitrario e injusto, no sólo respecto de la vida del hijo al que se quiere
eliminar, sino respecto del padre y de sus deberes irrenunciables hacia ese
nuevo ser humano.
El segundo
punto evoca una injusticia muchas veces olvidada en el tema del aborto: hay
mujeres que abortan precisamente por la presión que ejerce sobre ellas el padre
del hijo que vive en sus entrañas.
Es triste
reconocer que ese padre puede ser el propio esposo. Acusa a la esposa del
embarazo, se enfada con ella, la amenaza de diversas maneras. Este tipo de
acciones son una grave violencia y una doble injusticia: hacia la mujer a la
que el esposo se comprometió un día a amar y a apoyar; y hacia el hijo, que es
tanto de ella como de él.
En muchos
otros casos, el padre es simplemente un novio, un amigo, un conocido. Sus
presiones surgen del deseo de evitar cualquier responsabilidad, del anhelo de
escabullirse ante los deberes que ese hijo (que ya vive) le exige.
Sus presiones
se ejercen de maneras más o menos sutiles. A veces, con cariño fingido, le dice
a ella que es muy joven, o que no está preparada, o que ese embarazo le creará
problemas. Muestra una compasión falsa hacia la madre, y olvida la compasión
que también debería mostrar hacia su hijo. Sus palabras encierran un engaño
absurdo, que nace del egoísmo hasta el punto de promover la muerte de su hijo y
de provocar enormes daños morales y psicológicos en la madre cuando aborta como
consecuencia de las presiones recibidas.
Otras veces
las presiones son mucho más agresivas. El hombre amenaza con romper toda
relación, o con mentiras (por ejemplo, afirmando que el padre es otro), o con
denunciarla ante los familiares de ella o ante sus jefes de trabajo. Ejerce un
continuo chantaje psicológico, hasta acusarla, si ella desea tener al niño, de
egoísmo, de perfidia, de deseos de llevar adelante el embarazo para sacarle
dinero. La pobre mujer incluso a veces tiene que sufrir, si las familias se
conocen, por las llamadas de los padres de él que la recriminan por estar
destrozando la existencia de su “novio”, de no valorar los graves peligros para
la vida del bebé, etc.
Hay que
reconocer que muchos hombres no actúan así. Desde un buen nivel de honestidad y
de justicia, existen hombres que asumen su responsabilidad ante el inicio de la
vida de sus hijos, que saben apoyar a las mujeres que empiezan a ser madres al
mismo tiempo que ellos empiezan a ser padres, y que luego se comprometen de
maneras más o menos concretas en el cuidado de sus hijos.
Pero no
podemos olvidar que muchos abortos son debidos, principalmente, a las presiones
de padres que no son capaces de asumir sus responsabilidades y que presionan de
mil maneras a las mujeres precisamente cuando ellas necesitan más apoyo
espiritual y moral durante los meses de embarazo.
El tema del
aborto no es, ni será nunca, un asunto exclusivo de la mujer. Si tomamos
conciencia del papel que el hombre-padre tiene en cada embarazo y promovemos
una cultura que ayude a esos hombres a asumir sus responsabilidades, a apoyar a
las mujeres-madres, a sostener económicamente y de otros modos adecuados a
ellas y a sus hijos, habrá muchos menos abortos y tendremos una sociedad más
solidaria y más justa. FP
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