miércoles, 16 de enero de 2019

¿Felicidad en familia?

Sin duda, es siempre tentador para toda familia encerrarse en su propia felicidad. Tratar de construir un «hogar feliz», de espaldas a la infelicidad de otras familias o de otros hombres y mujeres, privados incluso de hogar.
Entonces, se vive el amor «de puertas para dentro». Se estrecha la solidaridad a los límites de la familia. Y la «gratuidad» queda reducida al mundo privado de los intereses familiares. El amor no supera los lazos de sangre.
Naturalmente, esto sólo es posible en una postura de evasión y desentendiéndose de los problemas y sufrimientos ajenos.
Nos mantenemos al margen, sin hacernos responsables de los problemas de los demás y sin interferirnos nunca en sus alegrías ni en sus penas. «Cada uno en su casa y Dios en la de todos».
Con frecuencia, el deseo sincero de muchos cristianos de imitar en el propio hogar a la Sagrada Familia de Nazaret ha ido acompañado de este ideal de lograr una armonía y felicidad familiar.
Y esto es bueno. Sin duda, es necesario también hoy estimular y promover la autoridad y responsabilidad de los padres, la obediencia de los hijos y la solidaridad familiar, valores sin los cuales fracasará la familia.
Pero sería una equivocación creer que es esto lo único que la familia cristiana tiene que escuchar en el evangelio de Jesús.
El amor cristiano no conoce límites ni puede quedar restringido egoístamente en las fronteras del propio hogar. Según el evangelio, «el discípulo debe orientar su solidaridad no hacia los miembros, del círculo familiar, sino hacia los desgraciados de la tierras (J. M. Castillo).
El Papa Juan Pablo II nos recordó con palabras que deberían tener un eco especial en los hogares cristianos en estos momentos de grave crisis económica: «Vosotras, familias que podéis disfrutar del bienestar, no os cerréis dentro de vuestra felicidad; abríos a los otros para repartir lo que os sobra y a otros les falta».
El hogar cristiano debe estar abierto no sólo para acoger a los necesitados sino también para que sus miembros salgan a responsabilizarse y comprometerse en el esfuerzo por una sociedad mejor.
Una familia atenta a los dolores de la humanidad, dispuesta a compartir con los necesitados y comprometida en la medida de sus posibilidades en la lucha por mejorar la convivencia social, podrá sufrir por ello repercusiones dolorosas en el interior del mismo hogar, pero está caminando hacia la verdadera felicidad cristiana. JAP

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