Texto del
Evangelio (Jn 15,9-17): En aquel
tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo también os he
amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y
permanezco en su amor.
»Os he dicho
esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el
mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie
tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis
amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo
no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que
he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
»No me habéis
elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado
para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo
lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os
améis los unos a los otros».
«Os he dicho esto, para que mi gozo
esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado»
Comentario:
+ Rev. D. Josep VALL i Mundó (Barcelona, España)
Hoy, la Iglesia recuerda el día en el que los
Apóstoles escogieron a aquel discípulo de Jesús que tenía que sustituir a Judas
Iscariote. Como nos dice acertadamente san Juan Crisóstomo en una de sus
homilías, a la hora de elegir personas que gozarán de una cierta
responsabilidad se pueden dar ciertas rivalidades o discusiones. Por esto, san
Pedro «se desentiende de la envidia que habría podido surgir», lo deja a la
suerte, a la inspiración divina y evita así tal posibilidad. Continúa diciendo
este Padre de la Iglesia: «Y es que las decisiones importantes muchas veces
suelen engendrar disgustos».
En el Evangelio del día, el Señor habla a los
Apóstoles acerca de la alegría que han de tener: «Que mi gozo esté en vosotros,
y vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,11).
En efecto, el cristiano, como Matías, vivirá feliz y con una serena alegría si
asume los diversos acontecimientos de la vida desde la gracia de la filiación
divina. De otro modo, acabaría dejándose llevar por falsos disgustos, por
necias envidias o por prejuicios de cualquier tipo. La alegría y la paz son
siempre frutos de la exuberancia de la entrega apostólica y de la lucha para
llegar a ser santos. Es el resultado lógico y sobrenatural del amor a Dios y
del espíritu de servicio al prójimo.
Romano Guardini escribía: «La fuente de la
alegría se encuentra en lo más profundo del interior de la persona (...). Ahí
reside Dios. Entonces, la alegría se dilata y nos hace luminosos. Y todo
aquello que es bello es percibido con todo su resplandor». Cuando no estemos
contentos hemos de saber rezar como santo Tomás Moro: «Dios mío, concédeme el
sentido del humor para que saboree felicidad en la vida y pueda transmitirla a
los otros». No olvidemos aquello que santa Teresa de Jesús también pedía:
«Dios, líbrame de los santos con cara triste, ya que un santo triste es un
triste santo».
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