—Mantener la generosidad que exige ese diálogo con
Dios supone una lucha constante durante toda la vida. ¿No es un poco extenuante
ese planteamiento?
Todas las
personas tienen que luchar y esforzarse por ser cada día mejores. No se trata
de plantearse grandes hazañas, sino de proponerse cada día pequeñas metas con
las que mejorar. Quienes lo hacen, alcanzan mucha más satisfacción y felicidad
en sus vidas. En cambio, quienes se abandonan y eluden la lucha personal por
mejorar, acaban teniendo que luchar más todavía para arrastrar el lastre de sus
apegos y miserias, y así pierden buena parte de su libertad. Quien tiene muchos
vicios, señala Plutarco, tiene muchos amos.
En ese
sentido, podría decirse que luchar es un descanso, pues, al menos a largo
plazo, la virtud alivia y el vicio, en cambio, no satisface, sino que es como
una droga que crea adicción, que cada vez exige más y en contrapartida da
menos. Hay que contar con el esfuerzo, con la lucha, con la cruz del Señor. El
que no cuenta con la cruz, se la encuentra de todos modos, y entonces, además,
encuentra en la cruz la desesperación. En cambio, cuando contamos con ella,
aunque puedan venir momentos difíciles, estamos mucho más felices y seguros.
Quiero con
esto decir que no debe tenerse una imagen negativa de la lucha ascética o de la
entrega a Dios. Estar en buena forma física supone un esfuerzo, pero esa misma
buena forma hace que cada vez esos esfuerzos sean menores. Y de manera
semejante podría decirse que cuidar el espíritu hace que cada vez nos cueste
menos el camino de la virtud.
—Pero a veces vienen momentos malos en que no es
así.
Es cierto.
Igual que podemos estar en buena forma física pero, en determinado momento,
pasar por una etapa peor, o por una enfermedad o una lesión. Pero eso no quita
lo anterior.
Todos sabemos
que la vida tiene momentos de euforia y otros de abatimiento (a veces, dentro
de un mismo día), y hemos de aprender a sobreponernos a los efectos negativos
de esos ciclos de los estados de ánimo. Esos malos momentos pueden provenir que
Dios ha permitido una etapa de sequedad interior, sin culpa nuestra, por
motivos que Él bien sabrá (purificarnos, mejorar nuestra rectitud de intención,
hacernos partícipes de su cruz); o pueden provenir de nuestro descuido
personal, porque estamos eludiendo el esfuerzo necesario por mejorar.
A esto último
se refería Santa Teresa, al rememorar una larga etapa de desasosiego interior,
provocado precisamente por eludir lo que Dios le pedía: “Pasaba una vida
trabajosísima... Por una parte, me llamaba Dios; por otra, yo seguía lo
mundano. Me daban gran contento las cosas de Dios; me tenían atada las
mundanas. Me parece que quería concertar estos dos contrarios, tan enemigos uno
de otro, como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos mundanos.
(...) Pasé en este mar tempestuoso casi veinte años... Sé decir que es una de
las vidas más penosas que me parece se puede imaginar: porque ni yo gozaba de
Dios, ni traía contento con lo mundano. Cuando estaba en los contentos
mundanos, en acordarme de lo que debía a Dios, era con pena; cuando estaba con
Dios, las afecciones mundanas me desasosegaban. Ello es una guerra tan penosa,
que no sé cómo un mes la pude sufrir, cuanto más tantos años”.
—Pero, aunque te decidas a ser más generoso,
vendrán esos días malos en los que costará mucho ser leal a la palabra dada a
Dios.
En nuestra
vida tendremos muchas ocasiones de no ser leales, pero en esas ocasiones es
precisamente donde se prueba nuestro amor a Dios. La lealtad, la fidelidad de
una persona, se demuestran, sobre todo, ante las situaciones difíciles, cuando
lo bueno se presenta rodeado de inconvenientes y lo malo nos atrae mucho. La
honradez se demuestra, por ejemplo, cuando a uno le intentan sobornar y
necesita mucho ese dinero; la fidelidad conyugal, cuando se presenta una
solicitación contra ella; o la valentía, cuando sentimos miedo pero lo
superamos. La virtud se reconoce cuando es capaz de obrar en la adversidad.
—Eso suena un poco a tener que fastidiarte porque
has dado antes tu palabra.
Puede verse
así, como si fuera una simple obligación consecuencia de un contrato, pero eso
es vaciar de contenido la vocación. Porque el compromiso vocacional es un
compromiso de amor, igual que lo es el matrimonio, que no es un simple
contrato, aunque tenga la forma jurídica de un contrato. Ser llamado de modo
específico por Dios es una gran suerte. Es estar entre ese grupo de discípulos
que seguían más de cerca al Señor, porque Él llamaba a la santidad a todos,
pero a ese grupo, de un modo especial.
Y el hecho de
que haya momentos en que la fidelidad se sostenga, sobre todo, por un
sentimiento de lealtad a la palabra dada, no quita mérito ni eficacia a esa
fidelidad, sino más bien al revés. Sabemos, por ejemplo, que Santa Teresa, una
gran santa, pasó muchos años en los que con frecuencia le parecía como si Dios
no existiese, y sin embargo ha sido guía y modelo para infinidad de personas,
porque fue leal a Dios. Y la Madre Teresa de Calcuta, como ya hemos comentado,
pasó también por largos años de oscuridad interior, y su fidelidad en esa etapa
ha llenado de luz a millones de almas.
—Entonces, ¿qué recomiendas para los altibajos de
ánimo, para los momentos de crisis?
Hay que tener
en cuenta que, en los períodos bajos, cuando nuestro mundo interior está frío y
gris, cualquier pequeño problema tiende a ocupar toda la mente y adquiere un
peso desproporcionado. Entonces, es fácil engañarse pensando que nuestro primer
entusiasmo de los inicios de la conversión o de la vocación tendría que haberse
mantenido siempre. O creemos que nuestra aridez actual será una situación
igualmente permanente y nos amargará la existencia. Si esas ideas se fijan en
la mente, dejamos entonces el campo abierto a la desesperanza, o a un
voluntarismo que se empeña en recobrar los viejos sentimientos de entusiasmo
por pura fuerza de voluntad, cosa siempre agotadora. Y quizá llegamos al
convencimiento de que los primeros entusiasmos han sido un ingenuo acceso
juvenil que el tiempo está poniendo en su sitio, y que, en realidad, todo ha
sido una “fase” de la vida que ya ha pasado.
—Pero es que algo de eso puede ser cierto.
Indudablemente.
Pero, si aplicas ese planteamiento a cualquier meta o logro que una persona se
haya planteado, y lo haces precisamente cuando está pasando por un momento
bajo, no hay meta de largo alcance que pueda lograrse, pues siempre hay
momentos malos, y la perseverancia y la fidelidad dependen precisamente de la
capacidad para superarlos.
“Para construir la propia vida -explicaba Benedicto XVI-, nuestro futuro exige también la paciencia y el sufrimiento. La Cruz no puede faltar en la vida de los jóvenes, y dar a entender esto no es fácil. Como el montañero sabe que, para hacer una buena experiencia de escalada, tendrá que afrontar sacrificios y entrenarse, así también el joven tiene que entender que, en la escalada al futuro de la vida, es necesario el ejercicio de una vida interior”.
“Para construir la propia vida -explicaba Benedicto XVI-, nuestro futuro exige también la paciencia y el sufrimiento. La Cruz no puede faltar en la vida de los jóvenes, y dar a entender esto no es fácil. Como el montañero sabe que, para hacer una buena experiencia de escalada, tendrá que afrontar sacrificios y entrenarse, así también el joven tiene que entender que, en la escalada al futuro de la vida, es necesario el ejercicio de una vida interior”.
Tanto en el
celibato como en el matrimonio se pueden pasar momentos de crisis, en los que
se presenten deseos o afectos que suponen infidelidad. La convivencia diaria
puede traer momentos de desencanto o de desilusión, puede hacernos descubrir y
experimentar vivamente lo poco que es el ser humano, nuestra capacidad de
frialdad o de antipatía, de establecer distancias. Por eso es tan importante
cultivar la propia mirada para ver con buenos ojos al otro, para comprender sus
limitaciones, para aceptar que toda persona es un ser normal, quizá nada
excepcional en su vertiente cotidiana de la convivencia ordinaria. Todo esto es
ineludible, sea cual sea la opción que tomemos, y solo afrontaremos con éxito
esa difícil realidad si sabemos hacerlo de forma madura, sin evadirnos de los
retos diarios de la mejora personal. AA
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