Charles Blondin fue un
famoso equilibrista de cuerda floja y acróbata francés. Uno de sus actos más reconocidos fue cuando
cruzó las cataratas del Niágara sobre una cuerda suspendida a una altura de 48
metros sobre el agua y una longitud de 335 metros. Acto que realizó por
primera vez en 1859.
Después de aquella primera vez, continúo haciéndolo
varias veces más, pero cada vez iba
aumentando el grado de dificultad con actos variados. Primero, con los
ojos vendados, luego, dentro de una bolsa y finalmente lo cruzó en zancos.
Incluso, en una ocasión, se sentó a la mitad de la cuerda para cocinar y comer
su almuerzo.
En una de esas ocasiones, miembros de la familia real de Inglaterra decidieron acudir a ver
su acto. Era un duque junto con sus dos hijos. Esa mañana, cruzaría la cuerda arrastrando una carretilla. De
inicio, lo hizo sin nada sobre ella; para luego, colocar una bolsa de papas,
fue todo un éxito. Los aplausos de la gente no dejaban de sonar.
Luego, Blondin bajó hasta donde se encontraba la
familia real y le preguntó al duque: Señor, ¿cree usted que yo podría cruzar a un hombre sobre esta carretilla hasta
el otro lado del río?– ¡Sin duda
alguna, claro que sí! Le dijo el duque. Pues lo invito a subir a usted,
¿Qué dice? Le dijo Blondin.
De inmediato se escuchó al unísono una expresión de
sorpresa de toda la audiencia. Nadie podría creer lo que acababa de pasar. El
duque, por su parte, se quedó frío y se puso muy nervioso, después de un
momento, negó aquella invitación.
Entonces Blondin, luego de escuchar la negativa del
duque, se volvió a la gente que estaba allí y dijo: ¿Hay alguien entre ustedes
que crea que pueda hacerlo? El silencio
inundó el lugar, todos se miraban entre sí pero nadie se ofrecía a ser parte de
ese acto.
Después de un momento, se escuchó una voz: ¡Yo sí
creo! Y de entre toda la multitud
salió una mujer muy anciana. Subió entonces a la carretilla y fue
llevada por el equilibrista hasta el otro lado y luego de regreso. Esa mujer era la madre de Blondin, la única
dispuesta a poner su vida en las manos de aquel hombre.
Con esta historia podemos ejemplificar el
significado de la fe. Es poner toda
nuestra vida en las manos de Dios, totalmente, sin condiciones ni reservas.
Ya nos dice San Pablo: “La fe es como aferrarse a lo que se espera,
es la certeza de cosas que no se pueden ver” (Hebreos, 11, 1) y como esa mujer, hay que atrevernos a ponemos
toda nuestra confianza en aquel que con seguridad nos llevará del otro lado del
camino.
“Quien tiene fe tiene la vida eterna, tiene la
vida. Pero la fe es un don, es el Padre que nos la da” nos
dice el Papa Francisco. Y si, la fe es el único camino para llegar a Dios, para
alcanzar la vida eterna. Es tener la
certeza de que no vamos solos, sino que Él camina con nosotros. ¿Te
atreves a dejar tu vida en sus manos? DARM
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