jueves, 6 de febrero de 2020

Hablar bien del cónyuge

«Cada vez que me preguntan por mi esposa, siempre cuento sus cosas positivas. No porque todo sea miel sobre hojuelas en mi matrimonio, sino porque hacerlo así fortalece mi amor y me ayuda a valorarla.»
«Cuando estoy enojada con mi esposo, más que quejarme con los demás, recuerdo las tres cualidades que me hicieron enamorarme de él.»
El mejor secreto para lograr un matrimonio feliz ¡es hablar siempre bien de la pareja! No hay matrimonio perfecto. ¡Ni siquiera el de Brad Pitt y Angelina Jolie! Los que sí existen, son los matrimonios perseverantes. 
Los esposos que se aman y se pertenecen, hablan bien el uno del otro. Siempre buscan mostrar el lado bueno del cónyuge, más allá de sus debilidades y errores. En todo caso, guardan silencio para no dañar su imagen. Esta actitud no es algo falso, un mero gesto externo. Es fruto de una virtud llamada benedicencia, que consiste en amar a los demás a través de las palabras. Actuar así no es ingenuidad, pues no se trata de cegarnos ante las dificultades y puntos débiles de la pareja. Consiste, más bien, en ampliar el propio horizonte, colocando esas debilidades y errores en su contexto. Porque, por más pesados que sean sus defectos, éstos son sólo una parte, no la totalidad de su ser. Y por ello todos somos siempre susceptibles de recibir amor. 
La benedicencia tampoco te hace más vulnerable y manipulable. Amar al otro no nos debilita, sin importar la forma en que lo hagamos. De hecho, centrarnos en lo positivo, fortalece indudablemente nuestra relación. La madurez en un matrimonio inicia cuando aceptamos con sencillez que ambos somos una compleja combinación de luces y de sombras. Pero que a partir de ellas juntos podemos lograr formar un arcoíris. Por eso no es realista exigir que el otro sea perfecto para seguir amándolo, para valorarlo. Lo amo como es; me ama como soy. Con sus límites y los míos. 
Porque, como dice el Papa Francisco, «que su amor sea imperfecto no significa que sea falso o que no sea real. Es real, pero limitado y terreno». Por lo demás, el único amor humano real tiene que ser así: defectuoso. Ese es el amor verdadero, el que convive con la imperfección, la disculpa y sabe guardar silencio ante las limitaciones del ser amado. AG

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