Cada amanecer es un recordatorio del amor y la
fidelidad de Dios. Es un nuevo comienzo, una nueva oportunidad que Dios nos
regala para vivir, amar y crecer. En la simplicidad de este acto diario, podemos
encontrar un mensaje de esperanza y renovación que Dios nos envía.
Las conversaciones amenas con amigos o seres
queridos pueden ser un medio a través del cual Dios nos habla y nos conforta.
En el compartir, en el dar y recibir, experimentamos el amor y la comunidad que
Dios desea para nosotros. En estos momentos, aunque parezcan pequeños o
cotidianos, se revela la esencia del plan divino para la humanidad: vivir en
amor y armonía.
Incluso en el silencio, cuando las palabras
son innecesarias o insuficientes, Dios está presente. En el silencio, podemos
escuchar la voz suave y tranquila de Dios que nos guía, nos consuela y nos
ofrece paz. Es en el silencio donde a menudo encontramos las respuestas que
buscamos, las fuerzas que necesitamos y el consuelo que anhelamos.
El Salmo 19:1-2 (NVI) dice: “Los cielos
proclaman la gloria de Dios, y la expansión anuncia la obra de sus manos. Día
tras día derraman su discurso, noche tras noche revelan conocimiento”. Este
versículo nos recuerda que en cada aspecto de la creación, en cada momento de
nuestro día, hay un mensaje de Dios, una revelación de su gloria y amor.
En resumen, al reconocer y valorar la
presencia de Dios en los momentos simples, aprendemos a vivir una vida de
constante asombro y gratitud. Dios está siempre con nosotros, en cada respiro,
en cada paso, en cada simple pero significativo detalle de nuestra existencia.
Busquemos a Dios en lo cotidiano y dejemos que Su presencia transforme lo
ordinario en extraordinario.
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