Cómo no recordar las palabras tan sabias de Santa
Teresa:
Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no
se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta.
Aunque no alcanzamos a comprender todas las cosas, y
nuestro corazón se llena de dolor, dejamos que su infinita Providencia y
Misericordia nos guíen.
Es sensato agradecer el bien de las personas que nos
han acompañado en la vida y que nos han llevado a Dios. San Pablo, en un momento
de inspiración, aconsejó a los Corintios:
Y si no, hermanos, tengan en cuenta quienes han sido
llamados, pues no hay entre ustedes muchos sabios según los criterios del
mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Al contrario, Dios ha elegido lo
que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el
mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha elegido lo vil, lo
despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo para aniquilar a quienes
creen que son algo. De este modo, nadie puede presumir ante Dios... 1 Cor 1,26.
¿Cómo salir a flote en medio de esta tormenta que nos
aflige?, ¿cómo librarnos del remolino que nos quiere engullir, en sus falaces
críticas, cavilaciones, conjeturas a medias? Todos opinan, todos dicen, todos
ahora se convierten en expertos moralistas y jueces implacables. Es la hora de
la sensatez, decir poco y hacer mucho por el bien de la humanidad y que cada
uno nos preocupemos en ser coherentes con lo que somos y profesamos ser,
maravillosa lección para aprender, no sea que el día de mañana, cuando nos
toque a nosotros presentarnos frente el Sumo Juez, no quedemos bien parados.
Hoy les invito a todos mis lectores a elevar a Dios nuestra oración pidiendo la
sensatez. Creo que traerá paz y sosiego a nuestra alma:
SEÑOR, Ayúdame a decir la verdad, delante de los
fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna, no me quites la felicidad.
Si me das fuerza, no me quites la razón.
Si me das éxito, no me quites la humildad.
Si me das humildad, no me quites la dignidad.
Ayúdame siempre a ver el otro lado de la medalla.
No me dejes inculpar de traición a los demás, por no
pensar como yo.
Enséñame a querer a la gente como a mí mismo, y a
juzgarme como a los demás.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la
desesperación si fracaso.
Más bien, recuérdame que el fracaso es la experiencia
que precede al triunfo.
Enséñame a seguir amando a pesar del sufrimiento.
Enséñame a confiar a pesar de las decepciones.
Enséñame que perdonar es lo más importante del fuerte,
y que la venganza es la señal primitiva del débil.
Si me quitas la fortuna, déjame la esperanza.
Si me quitas el éxito, déjame la fuerza para triunfar
del fracaso.
Si yo faltara a la gente, dame valor para disculparme.
Si la gente faltara conmigo, dame valor para perdonar.
Señor, si yo me olvido de Ti, Tú no te olvides de mí.
Amén. DD
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