Hay una leyenda en la que se cuenta que un hombre cayó
en un pozo. Pasó Buda y le dijo: “Si hubieras cumplido lo que yo enseño, no te
habría sucedido eso”. Pasó Confucio, y le dijo: “Cuando salgas, vente conmigo y
te enseñaré a no caer más en el pozo”. Pasó Jesús, vio a aquel hombre
desesperado, y bajó al pozo para ayudarlo a salir. Jesús es el amigo que ha dado la vida por los amigos y
enemigos.
Jesús, se hizo uno de nosotros por amor y toda su vida
fue una total entrega de amor. Veamos algunos rasgos: Así trata Jesús al joven
desconocido que se acerca a él buscando orientación: “Fijando en él su mirada,
le amó” (Mc 20,21); a la mujer pecadora que llora a sus pies: Tus pecados te
son perdonados… Tu fe te ha salvado. Vete en paz (Lc 7,48-50); a su discípulo
Pedro: Fijando su mirada en él, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Jonás; tú
te llamarás Cefas” (Jn 1,42). Encontramos también en Jesús el afecto, incluso
emocionado, hacia las personas, que no es signo de debilidad sino revelación de
un sentimiento hondo de amor y de amistad. Así reacciona ante unos ciegos que
le piden su curación: “Jesús se conmovió, tocó sus ojos, y al momento
recobraron la vista y le siguieron” (Mt 20,34).
Es conocida la escena de Betania; al acercarse a María,
desconsolada por la muerte de su hermano Lázaro, Jesús, “viéndola llorar… se
conmovió profundamente y se echó a llorar. Los judíos comentaban: ¡Miren cuánto
lo quería!” (Jn 11,33-35). El mismo afecto emocionado manifiesta Jesús ante la
ciudad de Jerusalén: “Al acercarse y ver la ciudad, se le saltaron las lágrimas
por ella y dijo: ¡Si también tú comprendieras lo que conduce a la paz! Pero no,
no tienes ojos para verlo” (Lc 19,41). Así es Jesús. Basta una palabra, una
situación humana, un sufrimiento, para que brote su afecto lleno de ternura. Amistad significa también benevolencia, es decir, un
afecto que quiere y busca el bien de las personas; así lo hace Jesús. Al
desembarcar, vio una gran multitud; se conmovió porque estaban como ovejas sin
pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas (Mc 6,33). Esta amistad se
manifiesta de forma más entrañable con las personas por las que siente
predilección especial; así sucede con la familia de Marta. El evangelista
señala que “Jesús quería a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,5). Pero
también con el discípulo que lo ha negado: “El Señor se volvió y miró a Pedro,
y recordó Pedro las palabras que le había dicho el Señor” (Lc 22,61).
La amistad se convierte en compasión cuando las
personas queridas sufren o se encuentran mal; el amigo se acerca al sufrimiento
del otro, lo acoge, se identifica con su dolor y sus problemas, sufre,
acompaña, ayuda. En cierta ocasión se le acercó un leproso y le suplicó de
rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”. Conmovido, Jesús extendió la mano, lo
tocó y dijo: “Quiero, queda limpio” (Mc 1,40-41). En Naím, al ver a una viuda
llorando la muerte de su hijo único, Jesús se acerca. “Al verla el Señor se
conmovió y le dijo: No llores” (Lc 7,13). Amistad significa entrega, donación al otro. El amigo
sabe dar gratuitamente, regalar su tiempo, su compañía, sus fuerzas, su vida
entera. Los evangelistas describen a Jesús “desviviéndose” por los demás,
entregando lo mejor de sí mismo a todos. No busca su éxito, su prestigio o
bienestar; es el amor lo que anima su vida entera. “El Hijo del Hombre no ha
venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos” (Mc
10,45). Su crucifixión no es sino la culminación de esa entrega. “Habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
Jesús ofrece su amistad a todos, incluso a aquellos que
son excluidos de la convivencia social (leprosos) o separados de unas
relaciones amistosas (publicanos, prostitutas); se acerca a ellos, se sienta a
su mesa, los acoge y la gente lo llama amigo de publicanos y pecadores. Los
evangelistas destacan la amistad particularmente honda y entrañable que Jesús
vive y cultiva con sus discípulos; Jesús les va revelando sus secretos más
íntimos en una atmósfera de comunicación amistosa. No los llama ya siervos
porque un siervo no conoce lo que hace su señor, a ellos los llama amigos, y
les da a conocer lo que ha oído del Padre (Jn 15,15). De esta forma se establece entre Jesús y sus discípulos
una comunión de afecto y amistad. Jesús llegará a decir que quien escucha a los
otros, a él le escucha (Lc 10,16). Incluso, el discípulo traidor viene llamado
“amigo” hasta el final (Mt 26,50). Jesús les muestra hasta qué extremo llega su
amistad. “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn
15,13). Su muerte será un don: “Nadie me quita la vida”.
Si quieres curar tus heridas, Él es médico.
Si estás ardiendo de fiebre, Él es manantial.
Si estás oprimido por la iniquidad, Él es justicia.
Si tienes necesidad de ayuda, Él es fuerza.
Si temes la muerte, Él es vida.
Si deseas el cielo, Él es el camino.
Si refugio de las tinieblas, Él es luz
Si buscas manjar, Él es alimento”. EGN
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