Se marchó pesaroso, porque era muy rico.
La
“enfermedad del dinero” es una enfermedad silenciosa cuyos síntomas se
manifiestan sobre todo en el interior de la persona, pero puede llegar a
arruinar la alegría de vivir, el descanso y hasta la salud.
Aunque casi nunca se quiere admitir así, es una
enfermedad mental que pone de manifiesto un desarreglo interior de la persona.
Una falta de equilibrio que consiste en equivocar los intereses vitales y los
objetivos orientadores de la vida.
Esta enfermedad se va agravando en la medida en que
la persona va poniendo como objetivo supremo de su vida el dinero y lo que el
dinero puede dar. Sin darse cuenta él mismo, el enfermo termina por reducir su
existencia a ser reconocido y admirado por su dinero, por la posición social
que ocupa, por los coches que posee o por el nivel de vida que se puede
permitir.
Entonces el dinero se convierte en lo más
importante de la vida. Algo que se antepone a la ética, al descanso, a la
amistad y al amor. Y la vida termina por arruinarse en la insatisfacción
constante, la competitividad y la necesidad de ganar siempre más.
Si la persona no sabe detenerse, poco a poco irá
cediendo a pequeñas injusticias, luego a mayores. Lo que importa es ganar a
toda costa. Llega un momento en que el corazón se endurece y la codicia se va
apoderando de la persona corrompiéndolo todo, aunque casi siempre permanezca
disimulada bajo apariencias respetables.
El remedio no consiste en despreciar el dinero sino
en saber darle su verdadero valor. El dinero que se gana con un trabajo honrado
es bueno. Es necesario para vivir. Pero se convierte en nocivo cuando domina
nuestra vida y nos empuja a tener siempre más y más, sólo por poseer y
conseguir lo que otros no pueden.
Cuando esto sucede, fácilmente se cae en el vacío
interior, el trato duro con los demás, la nostalgia de un pasado en el que, con
menos dinero, se era más feliz o el temor a un futuro que, a pesar de todas las
seguridades, parece siempre amenazador.
La manera sana de vivir el dinero es ganarlo de
manera limpia, utilizarlo con inteligencia, hacerlo fructificar con justicia y
saber compartirlo con los más necesitados.
Se entienden las palabras de Jesús al rico. Aquel
hombre tiene dinero, pero, al mismo tiempo, quiere vivir una vida digna. Jesús
le dice que le falta una cosa: dejar de vivir acaparando, y comenzar a
compartir lo que tiene con los necesitados.
Aquel hombre “frunció el ceño y se marchó
pesaroso porque era muy rico”. Está demasiado enfermo. El dinero le ha quitado
libertad para iniciar una vida más plena. En contra de lo que solemos pensar,
tener mucho dinero no es una suerte sino un problema, pues fácilmente cierra el
paso a una vida más humana. JAP
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