Religiosa, 06
de Mayo
Martirologio Romano: En Roma, beata Ana Rosa Gattorno, religiosa, que era madre de
familia, pero, al quedar viuda, lo dejó todo y se entregó totalmente a Dios y
al prójimo, fundando las Hijas de Santa Ana, Madre de María Inmaculada,
brillando por la gran labor que realizó en favor de los enfermos, los débiles y
los niños desamparados, en cuyo rostro contemplaba a Cristo pobre (1900).
Etimológicamente: Ana = Aquella con gracia y compasión, es de origen hebreo.
Amor mío, ¿cómo puedo hacer para que todo el mundo
te ame? Sírvete una vez más de este tu miserable instrumento para reavivar la
fe y la conversión de los pecadores.
Este impulso generoso brotado a los pies de su
«Sumo Bien», que la atraía siempre más irresistiblemente a sí, constituyó el
anhelo profundo del corazón de Ana Rosa Gattorno, hasta impulsarla a ofrecer
totalmente su vida en una continua inmolación por la gloria y complacencia del
Padre. Nació en Génova el 14 de octubre de 1831, de una familia de condición
económica acomodada, de buena posición social y de profunda formación
cristiana. Fue bautizada el mismo día, en la Parroquia de San Donato, con el
nombre de Rosa María Benedetta. A los 21 años (5 de noviembre, 1852), contrajo
matrimonio con su primo Jerónimo Custo y se trasladó a Marsella. Una imprevista
crisis financiera turbó muy pronto la felicidad de la nueva familia, obligada a
volver a Génova marcada por la pobreza. Desgracias aún más graves la
amenazaban, su primera hija Carlota afectada de una improvisa enfermedad quedó
sordomuda para siempre; el tentativo de Jerónimo para hacer fortuna en el
extranjero se concluyó con el regreso, agravado por una funesta enfermedad; el
gozo de los otros dos hijos fue profundamente turbado por el fallecimiento del
marido, que la dejó viuda a menos de seis años de casada (9 de marzo, 1858) y
después de algunos meses la pérdida de su último hijito.
El apremiar de tantos acontecimientos tristes,
marcó en su vida un cambio radical que ella llamará «su conversión» a la oferta
total de sí al Señor, a su amor y al amor del prójimo. Purificada por las
pruebas, pero fuerte en el espíritu, comprendió el verdadero sentido del dolor,
enraizándose en la certeza de su nueva vocación. Bajo la guía del confesor don
José Firpo emitió en forma privada los votos perpetuos de castidad y obediencia
en la fiesta de la Inmaculada del 1858; enseguida también el de pobreza (1861),
en el espíritu del pobrecito de Asís, como terciaria franciscana. Desde el 1855
había obtenido el beneficio de la comunión diaria, no común en aquel tiempo. A
tal manantial de gracia quedó constantemente anclada y sostenida por una
siempre mayor intimidad con el Señor, en la cual encontró apoyo, ardor
misionero, fuerza e impulso para el servicio a los hermanos. En 1862 recibió el
don de los estigmas ocultos, percibidos más intensamente los días viernes.
Las asociaciones católicas en Génova la solicitaban
y así, aún amando el silencio y el anonimato, todos notaron el carácter
genuinamente evangélico de su tenor de vida. Progresando en este camino le fue
confiada la presidencia de la «Pía Unión de las nuevas Ursulinas, Hijas de
Santa María Inmaculada», fundada por Frassinetti y por expreso deseo del
Arzobispo Monseñor Charvaz, también la revisión de las reglas destinadas a la
Pía Unión. Justamente en aquella circunstancia (febrero 1864), en un clima de
más intensa oración, delante del Crucifijo, recibió la inspiración de una nueva
regla para una suya específica Fundación. Temiendo ser obligada a abandonar los
hijos, reza, hace penitencia, pide consejo. Fray Francisco de Camporosso, santo
capuchino lego, aún mostrándose temeroso por las graves tribulaciones que se
perfilaban, la sostiene dándole valor; de igual manera lo hacen el confesor y
el Arzobispo de Génova.
Superadas las resistencias de los parientes y
abandonadas las obras de Génova, no sin disgusto de su Obispo, da inicio en
Placencia a la nueva Familia Religiosa que denominó definitivamente «Hijas de
Santa Ana, Madre de María Inmaculada» (8 diciembre 1866). Vistió el hábito
religioso el 26 de julio de 1867 y el 8 de abril de 1870 emitió la profesión
religiosa junto a doce hermanas. En el desarrollo del Instituto recibió la
colaboración del P. Juan Baustista Tornatore, sacerdote de la Misión, a quien
pidió expresamente que escribiera las Reglas y que luego fue considerado
Cofundador del Instituto.
Confiada totalmente a la Providencia divina y
animada desde el principio de un valeroso impulso de caridad, Rosa Gattorno dio
inicio a la construcción de la «Obra de Dios», como la había llamado el Papa y
como la llamará siempre también ella, elegida para cooperar, en espíritu de
donación materna, atenta y solícita hacia las diversas formas de sufrimiento y
de miseria moral o material, con la única intención de servir a Jesús en sus
miembros adoloridos y heridos y de «evangelizar ante todo con la vida».
Da inicio a varias obras de servicio para los
pobres y enfermos de cualquier enfermedad, para las personas solas, ancianas,
abandonadas; los pequeños e indefensos; las adolescentes y las jóvenes «en
peligro» a quienes proveía una instrucción adecuada y la sucesiva inserción en
el mundo del trabajo. A estas formas, se agregan muy pronto la apertura de
escuelas populares para la instrucción de los hijos de los pobres y otras obras
de promoción humano-evangélica, según las necesidades más urgentes de la época,
con una efectiva presencia en la realidad eclesial y civil. Llamaba a sus hijas
«Siervas de los pobres y ministras de la misericordia» y las exhortaba a acoger
como signo de predilección del Señor el servicio a los hermanos, cumpliéndolo
con amor y humildad: «Sean humildes piensen que son las últimas y las más
miserables de todas las creaturas que prestan su servicio a la Iglesia, de la
cual tienen la gracia de formar parte».
A pesar de la buena acogida de su obra, no fueron
ahorradas a Madre Rosa Gattorno pruebas, humillaciones, dificultades y
tribulaciones de todo género. No obstante esto, el Instituto se difundió
rápidamente en Italia y en el extranjero, realizando así el ardiente deseo
misionero de la fundadora: «Amor mío» Cómo me siento arder de deseo de hacerte
conocer y amar por todos; quisiera atraer a todo el mundo, dar a todos,
socorrer a todos quisiera correr por doquier y gritar fuerte para que todos
vengan a amarte». Ser «portavoz de Jesús» y hacer llegar a todos los hombres el
Amor que salva, fue siempre el anhelo profundo de su corazón. En 1878 enviaba
ya a las primeras Hijas de Santa Ana en Bolivia, después Brasil, Chile, Perú,
Eritrea, Francia, España.
Puro y simple instrumento en las manos del
«Delicado Artífice», conformada a Cristo pobre y víctima de amor con Él,
realizó en su vida el anhelo inculcado a sus hijas: «Vivir por Dios y morir por
Él, gastar la vida por amor». Así vivió hasta febrero de 1900, cuando afectada
por una inesperada enfermedad, se agravó rápidamente. Sometida a duras pruebas
de penitencia, frecuentes y extenuantes viajes, una intensa correspondencia
epistolar, preocupaciones y grandes disgustos, su físico no pudo más. El 4 de
mayo recibió el sacramento de los enfermos y dos días después el 6 de mayo, a
las 9 de la mañana, cumplido su peregrinaje terreno se extingue santamente en
la Casa General. La fama de santidad que ya había irradiado en vida, irrumpe en
ocasión de su muerte, creciendo ininterrumpidamente en todas partes del mundo.
Fue beatificada por SS Juan Pablo II el 9 de abril del 2000.
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