Todos sentimos ansiedad ante las incertidumbres de
la vida. Nos da miedo ponernos enfermos o perder a seres queridos. Esta emoción
es normal y se puede considerar que desempeña una función en nuestra capacidad
de adaptarnos a lo que nos sucede. Pero para muchos de nosotros, la ansiedad
deja de ser razonable y no obedece a la lógica, nos domina y nos hace
vulnerables. Entonces, nos cuesta conciliar el sueño o concentrarnos. Nuestra
mente se aferra a pensamientos de los que no logramos distanciarnos. La
ansiedad aparece sin avisar y de repente el pánico se cierne sobre nosotros.
Nuestros familiares y amigos no siempre comprenden
ese sufrimiento que no responde a una anomalía que pueda observarse o a un problema
concreto. Pero la ansiedad está claramente ahí y nos arruina la vida.
Cuando la
ansiedad se vuelve enfermiza
En algunas personas, en ciertas situaciones y en
momentos concretos de la vida, la ansiedad se vuelve enfermiza. Para poder
calificarse como tal, deben cumplirse cuatro condiciones:
* Cuando es desproporcionada y surge en
relación con aspectos que no son peligrosos en sí mismos. En este caso, adquiere un carácter irracional,
ilógico y no responde al sentido común. Somos conscientes de que no existe nada
grave, pero no podemos entrar en razón.
* Cuando es demasiado intensa. En lugar de ayudarnos a adaptarnos mejor a la
situación, la ansiedad se convierte en algo improductivo e inútil. Cuando se
supera el límite de la ansiedad moderada y se intensifica, obstaculiza lo que
estamos haciendo y la sentimos como un verdadero sufrimiento.
* Cuando se prolonga. La ansiedad se puede volver permanente y dominante. Nos impide vivir
con normalidad y no nos da un respiro. Tenemos la impresión de que no acabará
jamás, de que nunca veremos el final del túnel.
* Cuando se vuelve incontrolable. Cuando no podemos dominarla, cuando sentimos impotencia, a veces
incluso ira contra nosotros mismos. Nos culpamos por no poder reaccionar.
Afecta a 1
de cada 5 personas
De este modo, los trastornos de ansiedad se
diferencian de la ansiedad normal por la presencia de varios síntomas intensos,
duraderos, que generan un verdadero malestar y entorpecen la vida diaria, el trabajo
o los momentos de ocio. Estos trastornos afectan a alrededor de 1 de cada 5
personas y existen diversos tipos.
El trastorno de pánico: se define
por la repetición de ataques de pánico (crisis agudas de angustia), algunos de
los cuales son imprevisibles y suponen molestias diarias y una ansiedad
anticipada (miedo a tener miedo) casi permanente.
Las fobias: se caracterizan por un temor intenso y percibido
como excesivo ante objetos o situaciones que no son peligrosos realmente.
Cualquier enfrentamiento (real o imaginario) con el
objeto o la situación que las causan provocan una ansiedad que puede ser grave
y llegar a desembocar en un ataque de pánico. No obstante, la angustia
desaparece en el momento en que la persona se siente “a salvo”.
* Se distinguen dos formas de fobia:
Temor a la opinión de los demás y a ser juzgados. Las
fobias sociales (también denominadas trastornos de ansiedad social) se
caracterizan por un temor intenso a la opinión de los demás y a que nos
juzguen. La persona teme exponerse a actividades diarias como hablar o actuar
en público. Las fobias sociales responden a un verdadero trastorno de ansiedad
que no hay que confundir con simple timidez.
El trastorno de ansiedad generalizado se
caracteriza por una preocupación prácticamente permanente y duradera (al menos
seis meses), relativa a distintos motivos de la vida diaria (riesgo de
accidentes o de enfermedades de uno mismo o de familiares, anticipación de
problemas financieros o profesionales, etc.), sin que sea posible “entrar en
razón” y controlar estos pensamientos. Estos generan un estado de tensión
permanente, tanto física como psíquica. La ansiedad, en las distintas formas
citadas anteriormente, constituye el problema psicológico más frecuente.
Diversos estudios realizados sobre un gran número
de sujetos en todo el mundo demuestran que entre el 15% y el 20% de los
encuestados sufre un trastorno de ansiedad en algún momento de la vida, según
un estudio publicado en 2005.
Las fobias específicas son las más frecuentes
(11,6%), seguidas de la ansiedad generalizada (6%), las fobias sociales (4,7%),
el trastorno de pánico (3%) y la agorafobia (1,8%).
Afecta a más
mujeres que a hombres
Los estudios han demostrado que los trastornos
surgen en los adultos jóvenes (personas de 18 a 35 años) y a veces incluso en
niños (ansiedad por separación, fobia social.). Tras un periodo de estabilidad
en la mediana edad, se observa un nuevo repunte a partir de los 65 años. Todos
los estudios indican que la ansiedad afecta al doble de mujeres que de hombres.
Esta particularidad no tiene una sola explicación y se han planteado varias
hipótesis, como características biológicas y hormonales, factores sociológicos
(la función social de las mujeres) o psicológicos (sensibilidad).
Los trastornos de ansiedad afectan a todas las
categorías sociales y a personas de todos los orígenes. La ansiedad parece ser
más frecuente en ciudades que en entornos rurales. Esto se atribuye al estrés
de las ciudades relacionado con la urbanización. La contaminación también
podría desempeñar una función en el sistema neurobiológico de la ansiedad.
¿Por qué sentimos ansiedad? Durante mucho tiempo,
la ansiedad se atribuyó a una naturaleza débil y emotiva o a una falta de
voluntad, antes de que se reconociera que tenía causas tanto médicas como
psicológicas que no se han precisado todavía.
¿Exageración
de un funcionamiento biológico normal?
En cuanto a la biología, los investigadores no han
encontrado ninguna anomalía y apuntan más bien una exageración del funcionamiento
biológico normal. No se ha encontrado ningún gen que codifique un
neurotransmisor o una enzima implicada en la biología de la ansiedad. Los nuevos
métodos de exploración del cuerpo y del cerebro como el diagnóstico por imagen
(escáner, resonancia magnética), la neurobiología y la genética demuestran
alteraciones cuando se produce ansiedad. Al sufrir ansiedad, las estructuras
del cerebro implicadas en la reacción del miedo muestran sensibilización, como
indica un estudio publicado en 2016. Por lo tanto, para las personas que
presentan una vulnerabilidad genética, la intervención en los factores de
estrés y sus consecuencias psicológicas sigue siendo la mejor forma de prevenir
la aparición o la evolución de un trastorno de ansiedad. Sabemos que la
ansiedad no puede explicarse únicamente por la biología y la genética. También
existen causas psicológicas, como los acontecimientos vividos en la infancia,
la educación y las experiencias que han dado forma a nuestra personalidad. La
ansiedad es una emoción fundamental, necesaria en el desarrollo del niño, en la
construcción de su personalidad y su adaptación al mundo y a sus peligros.
Aceptar la
ansiedad
La ansiedad no solo se trata, sino que también se
gestiona y podemos aprender a aceptarla para que deje de ser un obstáculo en la
vida.
Se puede actuar sobre la propia ansiedad. Cuando se
tiene un carácter ansioso, no se va a cambiar, pero, poco a poco, podemos
reaccionar de forma totalmente distinta ante circunstancias que antes
fomentaban la mecánica de la ansiedad. Con el tiempo, podemos llegar a comprender
mejor nuestras reacciones.
Cuando la ansiedad es más fuerte y más resistente,
podemos recurrir a tratamientos. Los medicamentos ansiolíticos calman de forma
transitoria la ansiedad, pero exponen a la dependencia. Como tratamiento de
fondo, se recomiendan los antidepresivos que actúan como un verdadero filtro
emocional. No obstante, hay que limitar el consumo de medicamentos y proponer
otros métodos igualmente eficaces, sobre todo las psicoterapias.
Los medicamentos se prescriben cuando es necesario
mitigar los síntomas y cuando no es posible hacerlo de forma inmediata con
otros medios. No hay que considerarlos como un fin en sí mismos, sino que se
debe recibir otro tratamiento que implique un compromiso personal, como las
terapias cognitivas y conductuales (TCC).
Con técnicas de relajación y de meditación se
pueden aliviar también los síntomas. Las TCC y la meditación de conciencia
plena tienen una eficacia equivalente a los medicamentos, con la ventaja de que
sus efectos son más estables y, además, evitan la recaída. DS
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