Estaba comenzando la tarde de un domingo caluroso, después del llamado
del padre nos encontrábamos todos reunidos en la sala.
A pesar de todos los altibajos ocasionados por las complicaciones
propias de nuestra ciudad ha sido una constante en nuestras vidas el estar
juntos para compartir la mesa, para conversar de las diferentes situaciones del
acontecer diario, para intercambiar ideas, para orar, y ciertamente, para discutir
temas en los que necesitamos concordar. Los hijos ya dejaron de ser adolescentes, los padres necesitamos
ponernos al día con ellos, cambiar estrategias, ver a través de su perspectiva.
Ellos, hombres cabales, íntegros, involucrados con mucho amor en la familia,
ahora demandan, intervienen, velan por nuestro hogar.
Hay varios temas en la agenda, el primero en tomar la palabra es papá,
quien con mucho amor, pero con mucha seriedad plantea situaciones que producen
gran preocupación, situaciones que estamos viviendo como familia, como nación.
Todos toman su turno, todos exponen las angustias de su alma. Por un momento,
perdemos la sindéresis, es difícil mantener el dominio propio, la mansedumbre;
sin embargo, en una familia cuyo guía ha sido Dios y cuyo pegamento ha sido el
amor, cada miembro tiene su protagonismo, su intervención conducida por la mano
divina.
Cuando parece que irremediablemente nos hemos herido, el mayor de los
hijos, el primogénito, toma el control, con palabras sabias nos insta a
escuchar lo que él tiene que decir. Toma la Biblia, sus manos mueven las hojas
del libro de un lado para otro, en un instante encuentra el pasaje que quiere
leer. Se trata de Marcos 2:1-12.
Es la historia del paralítico que era cargado por cuatro. Cuatro que
querían llegar a Jesús con este enfermo, cuatro que sabían que en Jesús
encontrarían sanidad, pero que la gran multitud aglomerada alrededor no se los
permitía. De tal manera, que estos cuatro decidieron tomar medidas
extraordinarias. Entonces, subieron al techo del lugar donde estaba el Maestro
y quitando parte de éste, bajaron la camilla en la que yacía el paralítico. Al
ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: -Hijo tus pecados te son
perdonados. Hubo gran oposición por parte de los fariseos a causa de estas
palabras, sobre la potestad de Jesús para perdonar pecados. Sin embargo, Jesús
les muestra que no solo tiene autoridad para perdonar pecados sino para decirle
al paralítico: -Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Termina esta historia con el asombro de toda la multitud que se
encontraba allí reunida, al ver al paralítico caminando. Por lo tanto, todos
glorificaban a Dios y decían: -Nunca habíamos visto tal cosa. Luego de terminar
de leer este pasaje, nuestro hijo comienza a hacer hincapié en esos cuatro que
con fe tomaron al paralítico para llevarlo a Jesús.
La fe que Jesús vio no fue la fe del paralítico, fue la fe de esos
cuatro que hicieron todo cuanto estaba en sus manos para llevarlo ante el
Maestro. Hoy, el paralítico está representado por nuestra familia, por nuestro
hogar resquebrajado por los embates del enemigo de nuestras almas. Sin embargo,
acota nuestro hijo, hoy nosotros cuatro podemos tomar a esta familia y de la
misma manera que hicieron esos cuatro, nosotros cuatro podemos hacer nuestro
mayor esfuerzo para traerla ante Dios.
Les confieso que al principio de su disertación no tenía idea de adónde
nos llevaba con este pasaje. Pero escuchamos atentamente, entonces fuimos
sorprendidos con su punto de vista, con su idea maravillosa, con la inspiración
de Dios en su corazón. Dejándonos llevar por sus palabras fuimos guiados a una
oración, uno por uno expresamos nuestras angustias delante de Dios y pedimos de
Él su ayuda.
Al final, después de la oración de nosotros cuatro, terminamos todos en
el mismo sofá llorando, riendo, abrazándonos, sanando nuestras heridas. Y así,
como aquel paralítico se fue caminando después de las palabras del Maestro;
así, este domingo caluroso trajo una brisa fresca a nuestras almas. Nuestro
hogar, la familia de nosotros cuatro salió restaurada caminando con la frente
en alto nuevamente; desafiando al mundo y sus mentiras con el Amor que Él ha
puesto en nosotros cuatro.”No hay fuerza en el mundo que pueda superar a la de
una familia fundada en Dios”. RMdeB
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