Texto del
Evangelio (Mt 10,24-33): En aquel
tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «No está el discípulo por encima del
maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como
su maestro, y al siervo como su amo. Si al dueño de la casa le han llamado
Beelzebul, ¡Cuánto más a sus domésticos!
»No les
tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni
oculto que no haya de saberse. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo
vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. Y no
temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien
a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehena. ¿No se
venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin
el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de
vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que
muchos pajarillos. Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo
también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien
me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los
cielos».
«No está el discípulo por encima
del maestro»
Comentario:
P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)
Hoy, el Evangelio nos invita a reflexionar sobre
la relación maestro-discípulo: «No está el discípulo por encima del maestro, ni
el siervo por encima de su amo» (Mt
10,24). En el campo humano no es imposible que el alumno llegue a
sobrepasar a quien le enseñó el ABC de una disciplina. Hay en la historia
ejemplos como Giotto, que se adelanta a su maestro Cimabue, o como Manzoni al
abad Pieri. Pero la clave de la suma sabiduría está sólo en manos del
Hombre-Dios, y todos los demás pueden participar de ella, llegando a entenderla
según diversos niveles: desde el gran teólogo santo Tomás de Aquino hasta el
niño que se preparara para la Primera Comunión. Podremos añadir adornos de
varios estilos, pero no será nunca nada esencial que enriquezca el valor intrínseco
de la doctrina. Por el contrario, es posible que rayemos en la herejía.
Debemos tener precaución al intentar hacer
mezclas que pueden distorsionar y no enriquecer para nada la substancia de la
Buena Noticia. «Debemos abstenernos de los manjares, pero mucho más debemos
ayunar de los errores», dice san Agustín. En cierta ocasión me pasaron un libro
sobre los Ángeles Custodios en el que aparecen elementos de doctrinas
esotéricas, como la metempsicosis, y una incomprensible necesidad de redención
que afectaría a estos espíritus buenos y confirmados en el bien.
El Evangelio de hoy nos abre los ojos respecto al
hecho ineludible de que el discípulo sea a veces incomprendido, encuentre
obstáculos o hasta sea perseguido por haberse declarado seguidor de Cristo. La
vida de Jesús fue un servicio ininterrumpido en defensa de la verdad. Si a Él
se le apodó como “Beelzebul”, no es extraño que en disputas, en confrontaciones
culturales o en los careos que vemos en televisión, nos tachen de retrógrados.
La fidelidad a Cristo Maestro es el máximo reconocimiento del que podemos
gloriarnos: «Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también
me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos» (Mt 10,32).
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