Jesucristo califica con mucha dureza a la gente de su tiempo
y dice que son una generación perversa. Perversa porque tienen una señal y no
están dispuestos a aceptar la señal que Dios les da. La señal que Cristo dará,
será su Resurrección. Pero Cristo mismo es consciente de que no es suficiente
con que Dios dé señales a los hombres; Cristo es consciente de que es necesario
que los hombres aceptemos las señales que Dios nos da, que estemos dispuestos a
abrir nuestro corazón a las señales; de otra forma, nuestro corazón es un
corazón perverso.
¿Qué significa esto? Esto significa que nuestro
corazón puede estar caminando de una forma alejada de Dios Nuestro Señor,
viviendo de una forma torcida, porque no está aceptando el modo concreto en el
cual Dios llega a su vida. Todo este camino que es nuestra existencia, está
sembrado por señales de Dios. Está de una forma o de otra, con una constante
presencia de un Dios que nos va señalando, indicando, prestando, como una luz
que parpadea en todo momento de nuestra vida. Así es Dios en nuestro corazón,
con todas las señales que constantemente nos va marcando.
Señales que a veces podrían parecernos extrañas, como el que
“la reina del Sur vaya a ver a Salomón”. ¿Qué es lo que la reina del Sur había
hecho para ir a ver a Salomón? Simplemente había oído hablar de su sabiduría.
¿Qué es lo que Jonás predica a los ciudadanos de Nínive? Simplemente el hecho
de que Nínive va a ser destruida.
La reina del Sur cambia su vida y es capaz de ir hasta Israel
para ver a Salomón y los ninivitas cambian su vida y se convierten. Es decir,
no es problema el cómo Dios Nuestro Señor nos manda una señal particular para
que cambiemos nuestra vida, el problema está en si nuestro corazón va abriendo
los ojos a esas señales, si está dispuesto en todo momento a escuchar lo que
Dios le quiere decir.
Y aquí donde Jesucristo nos pone en guardia: cuidado, porque
a ustedes no se les van a dar otras señales más que la señal del profeta Jonás,
la Resurrección de Cristo. Esta señal, se nos presenta en la vida de una forma
que nosotros tenemos que tomarla arriesgando nuestra vida. Cristo cuando se nos
presenta en nuestra vida, no nos da mucha seguridad, al contrario, más bien nos
pone en más riesgo.
Cristo, cuando llega a nuestra existencia, nos hace
arriesgarnos más. La reina del Sur podría haber dicho: “¿Cómo voy a ir yo hasta
allá para escuchar a un rey que dicen que es muy sabio?” Los habitantes de Nínive
podrían haber dicho”. ¡Este señor está mal!
¿Por qué va a tener que destruir nuestra ciudad dentro de
tres días si no cambiamos nuestra existencia?”. Y a la reina del Sur se hubiera
quedado sin conocer la sabiduría y los habitantes de Nínive se habrían quedado
sin conocer la Misericordia de Dios. No habrán sido capaces de captar la señal
con la que Dios, en ese momento, estaba pasando por sus vidas. No habrían sido capaces de captar la luz con la que
Dios, en ese momento, quería iluminar su existencia. Cuando uno mira para atrás de la propia existencia y
empieza a ver la cantidad de señales que no ha captado y la cantidad de veces
que la luz no brilló en nuestro corazón, podría preguntarse: ¿qué hago ahora si
he dejado muchas señales, muchas luces de Dios? ¿No será un paso gigante para
mi alma? ¿Tendré posibilidad de dar marcha atrás?
¿La reina del Sur tendría posibilidad de volverse a encontrar
con Salomón? ¿Los habitantes de Nínive habrían tenido posibilidad de volver,
otra vez a escuchar a Jonás? No lo sabemos. Sabemos una cosa como decíamos en
el Salmo “Un corazón contrito. Dios no lo desprecia”. Que si en nuestro
interior hay el anhelo y el deseo de volver a Dios, Él siempre va a estar listo
para darnos de nuevo su luz. Dios siempre va a estar listo para presentarse de
nuevo en nuestra vida.
¿Cómo nos envía Dios señales? Dios nos las envía
fundamentalmente a través de nuestra conciencia. Una conciencia que tiene que
estar buscando constantemente a Dios; una conciencia que no tiene que detenerse
jamás a pesar de las barreras de las murallas que hay en la propia alma.
Lo contrario de la perversión es la conversión. Si nuestra
alma está constantemente convirtiéndose a Dios, así encuentre un su vida mil
defectos, mil problemas, mil reticencias, mil miedos, encontrará al Señor.
Es lo mismo que les ocurrió a los habitantes de Nínive. Es la
frase final, con la cual el rey de Nínive termina su mandato: “Quizá Dios se
arrepienta y nos perdone, aplaque el incendio de su ira y así no moriremos”.
Aunque haya murallas, dificultades; aunque seamos nosotros
mismos los primeros que nos sintamos como obstáculo al regreso de Dios N. S.,
no olvidemos que Él siempre está en el camino de la conversión. Él siempre está
ahí, dispuesto a darnos la mano, a tendernos la posibilidad de regresar a Él. ¿Por qué descorazonarnos, cuando en nuestro camino de
conversión encontramos algo que se nos hace tremendamente difícil de superar?
¿Somos más grandes nosotros que la Misericordia de Dios? ¿Es más milagroso el
hecho de que una mujer vaya a escuchar a Salomón, o el que una ciudad completa,
se convierta ante la voz de un profeta, que la Resurrección del Hijo de Dios?
Tenemos que ir viendo hasta qué punto estamos aceptando las
señales de Dios N. S. nos da. Viendo cómo Dios me habla, que detrás de ese cómo
Dios me habla, a veces gozo, con penas, a veces con un quebranto tremendo de
corazón y a veces con una grandísima alegría en el alma. Estas señales de Dios,
tienen detrás un sello que es la Resurrección de Cristo y si nosotros las aceptamos,
no simplemente vamos a estar aceptando a un Dios que pasa por nuestra vida,
sino que vamos a estar aceptando la garantía con la cual, Dios N. S. pasa por
nuestra vida.
Hagamos de nuestra existencia, de nuestro
camino, de nuestro encuentro con Dios, un constante aceptar el modo en el que
Dios me ha hablado, aunque yo no lo entienda. “Aunque esté muy lejos Salomón”.
Abramos nuestros ojos, abramos nuestro corazón, nuestra vida a las señales de
Dios y permitamos que el Señor vaya señalando, indicando por dónde nos quiere
llevar.
Si algún día no sabemos por dónde nos está llevando, que
solamente nos preocupe el no perder de vista las señales de Dios. No importa
por dónde nos lleve, eso es problema de Él. Nuestro autentico problema, es no
perder de vista las señales de Dios, porque por donde Él nos lleve, tendremos
siempre la certeza de que nos está llevando por el camino siempre correcto, por
el que nosotros necesitamos ir.
Que ésta sea nuestra oración y el más profundo fruto de esta
Cuaresma: ser tan auténticos con nosotros mismos, que seamos capaces de ver la
autenticidad con la que Dios nos habla. Que nunca la autenticidad de Dios,
choque con la inautenticidad de nuestra vida. Que la autenticidad con la que Él
se manifiesta en nuestra existencia, a través de sus señales, encuentre siempre
como eco el corazón abierto, dispuesto, auténtico, que recibe todas las señales
que el Señor le da. CS
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