A primera vista pudiera parecer que son lo mismo,
puesto en las tres existe una comunicación con Dios, hay un contacto con Él.
Pero, efectivamente, son muy diferentes y vamos a conocerlas mejor.
En el Catecismo de la Iglesia Católica, en los
números 2700–2724, se nos explica que existen
tres tipos de expresiones dentro de la oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa ¿Con
cuál te identificas más?
La oración vocal son aquellas oraciones
que tienen una forma ya establecida, tales como el
Padrenuestro, el Avemaría, Gloria, el Credo, etc. Y que son exteriorizadas, es decir, en voz alta. “La oración
vocal es la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y tan
plenamente humana” (CEC 2704).
El ser humano, por ser
cuerpo y espíritu, tiene la necesidad de expresar lo que siente y piensa. A
través de ella toma forma todo lo que habita en nuestro corazón para así
compartirla con Dios, asegurándonos de que nos ha escuchado.
Por su parte, la meditación es una
reflexión única y personal que no depende de palabras preestablecidas, sino que
es una conversación con Dios desde el corazón. Partiendo de lo que en
ese momento inquieta, preocupa o alegra a nuestro interior. “La meditación
es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el porqué y el
cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide” (CEC
2705).
De manera frecuente se suele hacer a través de la
lectura de la Palabra de Dios, de textos litúrgicos, escritos espirituales o de
la contemplación de imágenes sagradas. Asimismo, cuando rezamos el Santo Rosario, que es una
oración vocal, meditamos a la vez los misterios de la vida de Cristo.
Este tipo de oración nos ayuda a conectar el
pensamiento, la imaginación y la emoción para profundizar en nuestra fe, en esa
comunicación con el Creador. Nos hace
confrontarnos y discernir para llegar a conocer la Voluntad de Dios en nuestra
vida.
Finalmente, la
oración contemplativa deja de
lado las palabras y los pensamientos y se centra más en experimentar la
presencia de Dios. Es una mirada de amor y desde el corazón. El Santo
Cura de Ars cuenta la anécdota que tuvo con aquel campesino que siempre que iba
a la Iglesia y que pasaba largos ratos delante del Sagrario. Hasta que un día,
el Santo decidió acercársele y le preguntó: ¿Qué hace usted aquí tanto tiempo?
Y aquel hombre le contestó: “Yo le miro, Él me mira”. Nada más, eso es la contemplación, estar cara a cara con el
Señor, en donde el corazón se convierte en el punto de encuentro.
Sólo a través de una entrega humilde y pobre es que
podremos entrar en el campo de la contemplación, pues así disponemos nuestro
ser a la Voluntad del Padre, en unión con su Hijo.
No se hace contemplación cuando se tiene tiempo,
sino que se toma el tiempo de estar con el Señor con la firme decisión de no
dejarlo y volverlo a tomar, cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del
encuentro. (CEC 2710) DARN
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