Texto del
Evangelio (Lc 10,17-24): En aquel
tiempo, regresaron alegres los setenta y dos, diciendo: «Señor, hasta los
demonios se nos someten en tu nombre». Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del
cielo como un rayo. Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y
escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; pero
no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros
nombres estén escritos en los cielos».
En aquel
momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios
e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido
tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es
el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el
Hijo se lo quiera revelar».
Volviéndose a
los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis!
Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis,
pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».
«Se llenó de gozo Jesús en el
Espíritu Santo, y dijo:
‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra’»
‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra’»
Comentario:
+ Rev. D. Josep VALL i Mundó (Barcelona, España)
Hoy, el evangelista Lucas nos narra el hecho que
da lugar al agradecimiento de Jesús para con su Padre por los beneficios que ha
otorgado a la Humanidad. Agradece la revelación concedida a los humildes de
corazón, a los pequeños en el Reino. Jesús muestra su alegría al ver que éstos
admiten, entienden y practican lo que Dios da a conocer por medio de Él. En
otras ocasiones, en su diálogo íntimo con el Padre, también le dará gracias
porque siempre le escucha. Alaba al samaritano leproso que, una vez curado de
su enfermedad —junto con otros nueve—, regresa sólo él donde está Jesús para
darle las gracias por el beneficio recibido.
Escribe san Agustín: «¿Podemos llevar algo mejor
en el corazón, pronunciarlo con la boca, escribirlo con la pluma, que estas
palabras: ‘Gracias a Dios’? No hay nada que pueda decirse con mayor brevedad,
ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor
utilidad». Así debemos actuar siempre con Dios y con el prójimo, incluso por
los dones que desconocemos, como escribía san Josemaría Escrivá. Gratitud para
con los padres, los amigos, los maestros, los compañeros. Para con todos los
que nos ayuden, nos estimulen, nos sirvan. Gratitud también, como es lógico,
con nuestra Madre, la Iglesia.
La gratitud no es una virtud muy “usada” o
habitual, y, en cambio, es una de las que se experimentan con mayor agrado.
Debemos reconocer que, a veces, tampoco es fácil vivirla. Santa Teresa
afirmaba: «Tengo una condición tan agradecida que me sobornarían con una
sardina». Los santos han obrado siempre así. Y lo han realizado de tres modos
diversos, como señalaba santo Tomás de Aquino: primero, con el reconocimiento
interior de los beneficios recibidos; segundo, alabando externamente a Dios con
la palabra; y, tercero, procurando recompensar al bienhechor con obras, según
las propias posibilidades.
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