En distintas situaciones de la vida, sufrimos
ofensas, decepciones, tristezas o dolor provocados por otras personas. Esas
sensaciones suelen ser difíciles de sobrellevar y aceptar. En ocasiones nos
encerramos en ellas, y en otras, renunciamos al orgullo y buscamos la
paz.
Hay tres dimensiones a considerar.
1.
La primera es que perdonar no es igual a olvidar.
2.
La segunda es tratar de no responder de la misma manera con el mal que me
causaron.
3.
La tercera es mirar la historia, agradecer por las ofensas sufridas,
porque esconden un sentido redentor.
El desafío al que nos invita Jesús es el de vivir
reconciliados. En primer lugar, perdonar significa renunciar a la venganza. Es no
devolver al mal que me han causado con otro mal mayor.
Que una persona perdone de corazón no significa que
vaya a olvidar el daño causado. Cuando vemos situaciones de personas que
nos han herido o lastimado, es muy difícil olvidar, pero la no capacidad de
olvido no hace imposible el perdón, sino al contrario. Con esa herida en el
corazón y en el alma, puedo ofrecer una primera instancia de perdón
Ante el recuerdo doloroso, está la opción de perdonar
Muchas veces no nos vamos a olvidar del mal que nos
causaron o que causamos, pero podemos perdonar, que es la capacidad de recrear
un vínculo y renunciar a pagar el mal con el mal.
Desde la mirada creyente, esas situaciones en que
me han ofendido o lastimado son ocasión y posibilidad de nueva vida. Yo le
puedo dar gracias a Dios por las heridas de mi vida, por esta posibilidad de
nueva vida, de ver desde una nueva perspectiva.
Si uno lee el Evangelio, ve que Jesús sufre las
opresiones y las carga en su propia cruz. Si uno lo ve fríamente, perdonar no
sirve. Pero si lo ves de una perspectiva de fe, perdonar es el acto en el que
más nos asemejamos a Dios.
Nos hacemos más seres humanos y cristianos en la
medida en que más perdonamos. A veces tenemos que perdonarnos a nosotros
mismos, porque Dios perdona todo.
¿Quién sufre: el que odia o el que es odiado?
El Padre Ignacio Larrañaga nos dejó una meditación
sobre el perdón que vale la pena dejar como aporte en este espacio:
Pocas veces somos ofendidos; muchas veces nos sentimos ofendidos.
Perdonar es abandonar o eliminar un sentimiento
adverso contra el hermano. El que es odiado vive feliz,
generalmente, en su mundo. El que cultiva el rencor se parece a aquel que
agarra una brasa ardiente o al que atiza una llama. Pareciera que la llama quemara
al enemigo; pero no, se quema uno mismo.
El resentimiento solo destruye al resentido.
El amor propio es ciego y suicida: prefiere la
satisfacción de la venganza al alivio del perdón. Pero es locura odiar: es como
almacenar veneno en las entrañas.
El rencoroso vive en una eterna agonía.
No hay en el mundo fruta más sabrosa que la
sensación de descanso y alivio que se siente al perdonar, así como no hay
fatiga más desagradable que la que produce el rencor. Vale la pena perdonar,
así como no hay fatiga más desagradable que la que produce el rencor. Vale la
pena perdonar, aunque sea solo por interés, porque no hay terapia más
liberadora que el perdón.
No es necesario pedir perdón o perdonar con
palabras. Muchas veces basta un saludo, una mirada benevolente, una
aproximación, una conversación. Son los mejores signos de perdón.
A veces sucede esto: la gente perdona y siente el
perdón; pero después de un tiempo, renace la aversión. No asustarse. Una herida
profunda necesita muchas curaciones. Vuelve a perdonar una y otra vez hasta que la herida
quede curada por completo. (Padre Ignacio Larrañaga)
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