Texto del
Evangelio (Mc 6,53-56): En aquel
tiempo, cuando Jesús y sus discípulos hubieron terminado la travesía, llegaron
a tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron en
seguida, recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en
camillas adonde oían que Él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos,
ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que les
dejara tocar la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.
«Apenas desembarcaron, le
reconocieron»
Comentario:
Rev. D. Joaquim MONRÓS i Guitart (Tarragona, España)
Hoy contemplamos la fe de los habitantes de
aquella región a la que llegó Jesús para llevar la salvación de las almas. El
Señor es dueño del alma y del cuerpo; por eso, no dudaban en llevarle a sus
enfermos: «Cuantos la tocaron quedaban salvados» (Mc 6,56). Tenemos hoy, como siempre, enfermos del alma y del
cuerpo. Conviene que pongamos todos los medios humanos y sobrenaturales para
acercar a nuestros parientes, amigos y conocidos al Señor. Lo podemos hacer, en
primer lugar, rezando por ellos, pidiendo su salud espiritual y corporal. Si
hay una enfermedad del cuerpo, no dudamos en enterarnos de si existe un
tratamiento adecuado, si hay personas que puedan cuidarlo, etc.
Cuando se trata de una ‘enfermedad’ del alma
(habitualmente, palpable externamente), como puede ser que un hijo, un hermano,
un pariente no asista a Misa los domingos, aparte de rezar conviene hablarle
del remedio, tal vez transmitiéndole de palabra algún pensamiento o alguna
orientación motivadora que podamos nosotros mismos extraer del Magisterio (por
ejemplo, de la Carta apostólica ‘El día del Señor’ de San Juan Pablo II, o de
alguno de los puntos del Catecismo de la Iglesia).
Si el hermano ‘enfermo’ es alguien constituido en
pública autoridad que justifica o mantiene una ley injusta —como puede ser la
despenalización del aborto—, no dudemos —además de orar— en buscar la
oportunidad para transmitirle —de palabra o por escrito— nuestro testimonio
acerca de la verdad.
«Nosotros no podemos dejar de anunciar lo que
hemos visto y oído» (Hch 4,20). Todas
las personas tienen necesidad del Salvador. Cuando no acuden a Él es porque
todavía no le han reconocido, quizá porque nosotros todavía no hemos sabido
anunciarle. El hecho es que, en cuanto le reconocían, «colocaban a los enfermos
en las plazas y le pedían que les dejara tocar la orla de su manto» (Mc 6,56).
Jesús curaba tanto más cuanto había algunos que «colocaban» (ponían al alcance
del Señor) a los que más urgentemente necesitaban remedio.
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