Jesús da a
conocer con dos imágenes audaces y sorprendentes lo que piensa y espera de sus
seguidores. No han de vivir pensando siempre en sus propios intereses, su prestigio
o su poder. Aunque son un grupo pequeño en medio del vasto Imperio de Roma, han
de ser la “sal” que necesita la tierra y la “luz” que le hace falta al mundo.
“Vosotros sois
la sal de la tierra”. Las gentes sencillas de Galilea captan espontáneamente el
lenguaje de Jesús. Todo el mundo sabe que la sal sirve, sobre todo, para dar
sabor a la comida y para preservar los alimentos de la corrupción. Del mismo
modo, los discípulos de Jesús han de contribuir a que la gente saboree la vida
sin caer en la corrupción.
“Vosotros sois
la luz del mundo”. Sin la luz del sol, el mundo se queda a oscuras y no podemos
orientarnos ni disfrutar de la vida en medio de las tinieblas. Los discípulos
de Jesús pueden aportar la luz que necesitamos para orientarnos, ahondar en el
sentido último de la existencia y caminar con esperanza.
Las dos
metáforas coinciden en algo muy importante. Si permanece aislada en un
recipiente, la sal no sirve para nada. Solo cuando entra en contacto con los
alimentos y se disuelve con la comida, puede dar sabor a lo que comemos. Lo
mismo sucede con la luz. Si permanece encerrada y oculta, no puede alumbrar a
nadie. Solo cuando está en medio de las tinieblas puede iluminar y orientar.
Una Iglesia aislada del mundo no puede ser ni sal ni luz.
El Papa
Francisco ha visto que la Iglesia vive hoy encerrada en sí misma, paralizada
por los miedos, y demasiado alejada de los problemas y sufrimientos como para
dar sabor a la vida moderna y para ofrecerle la luz genuina del Evangelio. Su
reacción ha sido inmediata: “Hemos de salir hacia las periferias”.
El Papa
insiste una y otra vez: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada
por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de
aferrase a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el
centro y que termina clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”.
La llamada de
Francisco está dirigida a todos los cristianos: “No podemos quedarnos
tranquilos en espera pasiva en nuestros templos”. “El Evangelios nos invita
siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro”. El Papa
quiere introducir en la Iglesia lo que él llama “la cultura del encuentro”.
Está convencido de que “lo que necesita hoy la iglesia es capacidad de curar
heridas y dar calor a los corazones”.
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