Mártires, 13 de
Abril
Elogio: En Pérgamo,
en la provincia romana de Asia, santos mártires Carpo, obispo de Tiatira,
Pápilo, diácono, Agatónica, hermana de Pápilo, y otros muchos que, por la dicha
de expresar su confesión cristiana, fueron coronados con el martirio.
En el reinado de Marco Aurelio (169-180) o en el de
Decio (249-251), un obispo llamado Carpo, de Furdos de Lidia, y un diácono de
Tiatira llamado Pápilo, comparecieron ante el gobernador de Pérgamo, en el Asia
Menor. Cuando el juez preguntó su nombre a Carpo, éste respondió: «Mi primero y
más noble nombre es Cristiano; pero si quieres saber también mi nombre mundano,
me llamo Carpo». El gobernador le exhortó a ofrecer sacrificios a los dioses,
pero el prisionero replicó: «Soy cristiano. Yo adoro a Cristo, el Hijo de Dios
que vino a salvarnos de las acechanzas del demonio y no sacrificaré a tus
ídolos». Como el gobernador le ordenase obedecer al punto el edicto del
emperador, Carpo contestó citando a Jeremías: «Los dioses que no han creado el
cielo y la tierra, perecerán», y declaró que los vivos no debían sacrificar a
los muertos. «¿Crees acaso que los dioses están muertos?», le preguntó el
magistrado. «Como nunca vivieron, no pueden haber muerto», replicó el mártir.
El gobernador le cortó la palabra y le condenó a la tortura.
Entonces empezó el interrogatorio de Pápilo, quien
declaró que era originario de Tiatira. «¿Tienes hijos?» «Sí, muchos». Uno de
los presentes explicó al juez que era una manera de hablar de los cristianos y
que significaba que tenía muchos hijos en la fe. «Tengo hijos en la fe en todas
las ciudades y provincias», corroboró el diácono. «¿Estás dispuesto a
sacrificar, o no?», preguntó el juez con impaciencia. Pápilo respondió: «Yo he
servido a Dios desde la juventud y nunca he ofrecido sacrificios a los ídolos.
Soy cristiano. Esa es la única respuesta que daré a tus preguntas, porque no
puedo decir nada más grande ni más noble que ese nombre». El juez le condenó
también a la tortura. Pero al fin comprendió éste que ningún tormento sería
capaz de hacerles cambiar y mandó que pereciesen en la hoguera. Pápilo murió
primero. Cuando los verdugos ataban a Carpo, su rostro se iluminó con tal
expresión de gozo, que uno de los presentes le preguntó si veía algo. El mártir
replicó: «Miraba la gloria de Dios y por eso me sentí transportado de gozo»
(otra versión atribuye estas palabras a Pápilo). Cuando las llamas empezaron a
consumirle, el santo exclamó: «¡Bendito seas, Señor Jesucristo, Hijo de Dios,
porque te has dignado compartir conmigo tus suplicios, aunque soy un pecador!»
Después, el gobernador mandó que trajesen a su
presencia a Agatónica, la cual se negó también a ofrecer sacrificios a los
dioses. Los presentes la exhortaron a que abjurase de la fe por amor de sus
hijos; pero ella respondió: «Mis hijos tienen a Dios, y Él mirará por ellos».
El gobernador la amenazó con condenarla a la hoguera, pero Agatónica permaneció
inconmovible. Los soldados la condujeron al sitio de la ejecución; cuando la
desnudaron, la multitud se maravilló de su belleza. El fuego empezó a
consumirla y Agatónica exclamó: «¡Ayúdame, Señor Jesús, a sufrir por Ti!» Murió
al repetir esta oración por tercera vez.
Estas actas tan sencillas se cuentan entre los
documentos más importantes de la época de los mártires que han llegado hasta
nosotros. Sin embargo, todas las recensiones que existen han sido retocadas.
Para probar la antigüedad del culto de estos mártires, basta con recordar que
los mencionan Eusebio y el Breviario sirio; en esta última obra se dice que el
culto de los mártires es ya una tradición antigua. El Martirologio Romano, ya
en su primera redacción, incluyó en el mismo elogio una cantidad indeterminada
de mártires, aludidos en las mismas fuentes, aunque no se da en ellas precisión
ni sobre su número ni sobre sus nombres.
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