Cuando pensamos en la infección de COVID-19 por
regla general lo primero que te viene a la cabeza es que se trata de una
enfermedad que afecta especialmente a los pulmones, y puede dar lugar a una
fuerte neumonía. Pero no solo es eso.
“Todos asociamos a que es una afectación
respiratoria, porque los síntomas iniciales por ahí van, pero cuando llegamos a
este espectro de la enfermedad, cuando es un paciente crítico, es una
enfermedad devastadora, que puede afectar a multitud de órganos y puede llegar
a ser una situación de disfunción multiorgánica, donde se ve que el riñón puede
ser uno de los principales órganos afectados”.
Así lo afirma en una entrevista con Infosalus la Dra. María Ángeles
Ballesteros, coordinadora de los grupos de trabajo de la Sociedad Española de
Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SEMICYUC).
En concreto, la experta apunta a que se sospecha
sobre tres razones. En primer lugar, dice que se cree que es un órgano blanco
de la enfermedad porque presenta un marcador, la renina angiotensina (un
sistema de regulación de la tensión arterial), que se ve afectado por este
virus. “Uno de los órganos en los que se encuentra es en el riñón, pero también
está este marcador en el pulmón, y se postula que puede estarlo en el cerebro”,
sostiene la especialista.
También, la Dra. Ballesteros afirma que el riñón se
puede ver afectado durante la infección de COVID-19 al ser una enfermedad
sistémica (que afecta a todo el cuerpo), por lo que si por ejemplo empieza a
fallar el corazón, el riñón no recibe el riego sanguíneo adecuado y es entonces
cuando se daña.
Asimismo, el tercer factor que puede hacer que el
riñón sea uno de los principales órganos blanco del COVID-19 es que se están
empleando muchos fármacos para combatir la enfermedad, y que pueden tener un
efecto tóxico en el mismo.
“Y a veces se juntan no sólo una única
contribución, sino varias de ellas. Es decir, que el propio virus que afecta a
ese receptor, que por la situación de shock, y de baja presión arterial, que
hace que el riñón no esté correctamente perfundido, y tercero que por la
toxicidad de muchos fármacos que se emplean; esas tres cosas pueden hacer que
la función del riñón se vea alterada”, resalta la responsable de la SEMICYUC.
Según datos de esta entidad científica, la
incidencia de lesión renal aguda (LRA) en pacientes ingresados con COVID-19
“aún no está bien establecida”, pero oscila “del 0,1% al 29%”. “El desarrollo
de LRA está asociado a un aumento de la mortalidad que puede llegar al 91% en
caso de distrés respiratorio agudo (SDRA) con LRA”, sostiene.
¿Mantendrán
el deterioro renal si se recuperan?
Por otro lado, sobre si se recuperarán las personas
que han presentado durante su estancia en la unidad de terapia intensiva (UTI)
insuficiencia renal aguda, la Dra. Ballesteros sostiene que a día de hoy “el
tiempo lo dirá”. Según apunta, desde la SEMICYUC se está realizando un registro
de los casos, por lo que en el momento en el que exista un suficiente tamaño
muestral, con la potencia estadística adecuada, se verá la evolución y se
podrán aportar conclusiones al respecto.
“Pero esto no se traduce en que si hay disfunción
renal en la UTI tengas después daño renal de forma permanente. No deja de ser
un evento o factor de riesgo para tener secuelas a nivel de la función renal,
pero no siempre se traduce en un deterioro de la función renal permanente. Los
resultados del registro nos permitirán ver si esta sospecha o hipótesis se
consolida”, comenta la experta.
Según recalca, el conocimiento de la enfermedad es
diario, “se está aprendiendo a tiempo real sobre la misma”, y la experiencia se
limita a lo que han transmitido los compañeros de China, que han vivido la
pandemia en primer lugar. “Ellos remiten que sí que es verdad que hay
disfunción renal, pero que no siempre esto se traduce en secuelas permanentes
en la función del riñón, una vez el paciente se recupera”, aclara Ballesteros.
La responsable de la SEMICYUC recalca que aquí
entran en juego, no sólo la infección, sino también las características del
paciente. “Si además de infectarse, si ya tenía de base una función renal algo
deteriorada, otro factor daño añadido que ejemplo puede contribuir a la LRA.
Pero si es una persona que estaba sana, pues aunque en la UTI se haya
deteriorado el riñón, no tiene por qué darse después un daño permanente”,
asegura.
“No existen datos sobre la recuperación a largo
plazo de la función renal tras presentar LRA en el contexto de la infección por
COVID-19, por lo que se recomienda la revaloración de la función renal de 3 a 6
meses tras el alta. El objetivo es determinar su grado de recuperación y el
poder establecer medidas de rehabilitación y protección renal que mejore su
pronóstico a largo plazo”, recoge esta sociedad científica entre el documento
de recomendaciones sobre 'qué hacer y qué no hacer con los pacientes de
COVID-19' que deben ser ingresados en las Unidades de Terapia Intensiva que ha
hecho público recientemente.
Recomendaciones
Con todo ello, Ballesteros sostiene que muchas de
las recomendaciones que se han lanzado desde esta sociedad científica a todos
los profesionales sanitarios, en el documento con recomendaciones antes citado,
van en este sentido, consejos como el vigilar el empleo de los nefrotóxicos
durante los tratamientos, así como monitorear la función renal en todo momento,
“para que no haya el mínimo desliz, y haya una visión global del enfermo, se
tenga en cuenta todo”.
Incluso el grupo de Nutrición de la SEMICYUC, según
recuerda la coordinadora de los grupos de trabajo de la sociedad científica,
recomienda no olvidar el aportar los requerimientos calórico-proteicos a los
pacientes de las UTI porque todo lo que sea buscar el equilibrio del cuerpo, la
homeostasis, irá en beneficio de una mejor o más pronta recuperación tras el
COVID-19.
Entre otras, se recomienda también a los
profesionales de las UTI, por ejemplo, que realicen un reconocimiento precoz de
los factores de riesgo de lesión renal aguda (LRA), ya que según señalan, la
identificación precoz de pacientes con riesgo puede ayudar a implementar
intervenciones para evitar o reducir la aparición o progresión de la misma.
Concretamente, cita que los factores de riesgo
asociados a LRA en pacientes con COVID-19 son similares al resto de la
población de UTI: pacientes ancianos, hipertensión arterial, enfermedad renal
crónica previa, cardiopatía isquémica e insuficiencia cardiaca, shock al
ingreso y fármacos nefrotóxicos. BP
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