Mártires, 03 de
Junio
Elogio: Memoria de
los santos Carlos Lwanga y doce compañeros, todos ellos de edades comprendidas
entre los catorce y los treinta años, que perteneciendo a la corte de jóvenes
nobles o al cuerpo de guardia del rey Mwanga, de Uganda, y siendo neófitos o
seguidores de la fe católica, por no ceder a los deseos impuros del monarca
murieron en la colina Namugongo, degollados o quemados vivos. Estos son sus
nombres: Mbaya Tuzinde, Bruno Seronuma, Jacobo Buzabaliao, Kizito, Ambrosio
Kibuka, Mgagga, Gyavira, Achilles Kiwanuka, Adolfo Ludigo Mkasa, Mukasa Kiriwanvu,
Anatolius Kiriggwajjo y Lucas Banabakintu.
Patronazgos: patronos de la Acción Católica africana, de los jóvenes africanos;
protectores de las víctimas de la tortura.
Los detalles
biográficos del grupo y de lo que sabemos de ellos, así como el contexto de la
persecución de Uganda se tratan en el artículo de grupo. En éste sólo
transcribiremos el fragmento de la homilía de SS Pablo VI en la misa de
canonización, el 18 de octubre de 1964, que se lee en el Oficio de Lecturas de
la memoria de los santos. La memoria de hoy comprende al grupo de jóvenes
cortesanos, mientras que los restantes mártires son conmemorados cada uno en su
fecha de martirio.
Estos mártires
africanos vienen a añadir a este catálogo de vencedores, que es el
martirologio, una página trágica y magnífica, verdaderamente digna de sumarse a
aquellas maravillosas de la antigua África, que nosotros, modernos hombres de
poca fe, creíamos que no podrían tener jamás adecuada continuación. ¿Quién
podría suponer, por ejemplo, que a las emocionantísimas historias de los
mártires escilitanos, de los cartagineses, de los mártires de la «blanca
multitud» de Útica, de quienes san Agustín y Prudencio nos han dejado el
recuerdo, de los mártires de Egipto, cuyo elogio trazó san Juan Crisóstomo, de
los mártires de la persecución de los vándalos, hubieran venido a añadirse
nuevos episodios no menos heroicos, no menos espléndidos, en nuestros días?
¿Quién podía prever que, a las grandes figuras históricas de los santos
mártires y confesores africanos, como Cipriano, Felicidad y Perpetua, y al gran
Agustín, habríamos de asociar un día los nombres queridos de Carlos Luanga y de
Matías Mulumba Kalemba, con sus veinte compañeros? Y no queremos olvidar
tampoco a aquellos otros que, perteneciendo a la confesión anglicana,
afrontaron la muerte por el nombre de Cristo.
Estos mártires
africanos abren una nueva época, quiera Dios que no sea de persecuciones y de
luchas religiosas, sino de regeneración cristiana y civil. El África, bañada
por la sangre de estos mártires, los primeros de la nueva era -y Dios quiera
que sean los últimos, pues tan precioso y tan grande fue su holocausto-,
resurge libre y dueña de sí misma. La tragedia que los devoró fue tan inaudita
y expresiva, que ofrece elementos representativos suficientes para la formación
moral de un pueblo nuevo, para la fundación de una nueva tradición espiritual,
para simbolizar y promover el paso desde una civilización primitiva -no
desprovista de magníficos valores humanos, pero contaminada y enferma, como
esclava de sí misma- hacia una civilización abierta a las expresiones
superiores del espíritu y a las formas superiores de la vida social.
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