Hace
muchos años leí que la cantidad de lágrimas en el universo era una constante:
cada vez que alguien −fuera un niño o un adulto− dejaba de llorar, otro a su
vez rompía en llanto. Me impresionó la afirmación y quizá por ello se grabó en
mi memoria, aunque no recuerde ya el autor de la frase. Por supuesto, no es
posible comprobar la exactitud de la tesis, pero sí que anima a pensar sobre el
valor de las lágrimas en la vida humana y el papel decisivo del consuelo.
Puede
haber −de hecho hay− lágrimas de felicidad, pero casi siempre que los seres
humanos lloramos no es por alegría. Los niños lloran cuando se caen, cuando
algo les duele, cuando reclaman la atención de sus padres. Los mayores no
solemos llorar por el dolor físico −además tomamos analgésicos−, sino por el
dolor moral: la ingratitud, la incomprensión, la injusticia y, en general, todo
aquello que nos haga sufrir, en especial, si es causado por las personas que
queremos. Sobre todo lloramos cuando mueren los padres, los hermanos, el
cónyuge, los hijos, los amigos. Aunque sigan viviendo en nuestro corazón y en
nuestra memoria, lloramos su ausencia que nos priva para siempre de su trato y
de su amable compañía.
No me
importa reconocer que a mí se me saltan las lágrimas cuando veo el telediario
en la televisión y no es por los políticos −con esas actuaciones a veces
realmente penosas−, sino por la exhibición del sufrimiento ajeno que mueve a la
compasión: la madre que llora con su hijo muerto en brazos, los refugiados que
huyen con sus niños de grandes ojos tristes y tantas otras penalidades que
llenan las pantallas a diario.
En muchas
ocasiones las lágrimas son contagiosas, pero cuando es uno solo quien llora
casi siempre es —al menos así me parece a mí— porque sus palabras no son
capaces de expresar todos los sentimientos que alberga en su corazón en aquel
momento. Por eso siempre animo a quienes me cuentan sus penas a poner por
escrito las cosas que les preocupan y hacen sufrir, para después poder leerlas
a corazón abierto con alguna persona de su confianza. Se trata −suelo decir− de
convertir las lágrimas en tinta y de esa forma la intimidad se ensancha, se
airea, se esponja y, además, casi siempre se alivia un poco la pena.
Hace unos
días me llegaba un dibujo de Mafalda en la que se la veía llorando y decía algo
así: “No lloro, simplemente estoy lavando recuerdos”. Efectivamente a menudo
las lágrimas tienen un maravilloso efecto purificador de la memoria. Lo vemos
tantas veces en los niños −y en los adultos− que, llenos de arrepentimiento,
piden perdón con ojos llorosos diciendo que no lo harán más. Esas son lágrimas
buenas, que −por así decir− lavan la acción, purifican a su autor y llevan al
olvido la acción lamentable que hubiera cometido.
No quiero
recurrir a la manida frase de “los hombres no lloran” con la que sigue
reprimiéndose la expresividad emotiva de tantos niños varones en todo el mundo.
Llorar −suele decírseles− es “cosa de niñas”. Como se afirma a veces en Estados
Unidos: “men repress, women express”, los hombres reprimen sus lágrimas, mientras
que las mujeres expresan sus emociones con ellas. De hecho cuando se ve a Obama
llorando en un discurso a algunos les parece un recurso teatral semejante
quizás a las lágrimas de cocodrilo.
A mí
siempre me impresionan las lágrimas. Me parece importante valorarlas y aprender
a consolar a quien llora. Hay que saber ponerse a su lado y echar nuestro brazo
sobre sus hombros para hacerle sentir el cálido apoyo de nuestro afecto,
ofreciéndole, si fuera preciso, un clínex o nuestro pañuelo limpio. Acompañar a
quien llora nos dice mucho de la capacidad de consuelo que aporta el cariño: no
es cuestión de palabras, basta con estar al lado. No es vergonzoso llorar, es
una señal de que tenemos un corazón tan grande que no puede expresarse solo con
simples palabras. No hay que reprimir las lágrimas: muchas veces es una
verdadera necesidad. Y, sobre todo, la persona que llora está gritando con sus
hipidos que necesita nuestro consuelo, esto es, que necesita sentir el apoyo de
nuestra comprensión y de nuestro acompañamiento. JN
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