La
Cuaresma es un tiempo de gracia que nos invita a renovar nuestro encuentro con
Jesús, el Señor que nos ama y nos salva. Cuando encontramos verdaderamente a
Jesús, nuestra vida se transforma y se llena de alegría. No podemos guardar
para nosotros este tesoro, sino que sentimos el deseo de compartirlo con los
demás, especialmente con aquellos que no lo conocen o que se han alejado de Él.
El
Evangelio para todos
Jesús
quiere que su Evangelio sea para todos, sin excepción. Él nos muestra que hay
un poder humanizador en su mensaje, una plenitud de vida que está destinada a
todo hombre y a toda mujer, porque Él ha nacido, muerto y resucitado por todos.
Por todos, nadie excluido. Por eso, los cristianos debemos ser extrovertidos,
salir al encuentro de los demás, abrirnos al diálogo y al testimonio.
La
llamada a la misión
La
Biblia nos enseña que cuando Dios llama a una persona y hace un pacto con ella,
el criterio siempre es este: elige a alguno para alcanzar a otros. Este es el
criterio de Dios, de la llamada de Dios. Todos los amigos del Señor han
experimentado la belleza, pero también la responsabilidad y el peso de ser
elegidos por Él. Y todos han sentido el desánimo ante las propias debilidades o
la pérdida de sus seguridades.
La
tentación del privilegio
Pero
la tentación quizá más grande es la de considerar la llamada recibida como un
privilegio, como algo que nos hace superiores o mejores que los demás. Esto es
un grave error, que nos aleja de la verdad y del amor de Dios. La llamada no es
un privilegio, nunca. Nosotros no podemos decir que somos privilegiados en
relación con los otros, no. La llamada es para un servicio. Y Dios elige a uno
para amar a todos, para llegar a todos.
La
universalidad del cristianismo
También
debemos evitar la tentación de identificar el cristianismo con una cultura, con
una etnia, con un sistema. Así, más bien, pierde su naturaleza verdaderamente
católica, es decir para todos, universal. El cristianismo no es un grupito de
elegidos de primera clase, sino una familia de hijos e hijas de Dios, que acoge
a todos con respeto y fraternidad. No lo olvidemos: Dios elige a alguien para
amar a todos. Este es el horizonte de universalidad que nos propone el
Evangelio.
La
Cuaresma: un tiempo de conversión y comunión
La
Cuaresma es, pues, un tiempo propicio para acercarnos a todas las personas,
creyentes y no creyentes, para vivir en apertura al diálogo. Un diálogo que no
busca imponer, sino compartir; que no busca convencer, sino testimoniar; que no
busca dominar, sino servir. Un diálogo que nace del encuentro con Jesús, que
nos hace partícipes de su misión, que nos libera de la tentación del
privilegio, que nos abre a la universalidad del cristianismo. Un diálogo que nos
lleva a la conversión y a la comunión, a la alegría y a la esperanza.
¿Cómo
puedo hacer práctico esto de vivir la apertura hacia los demás en mi día?
*
Busca momentos de oración personal y comunitaria, donde puedas agradecer a Dios
por el don de su amor y pedirle que te ayude a ser un instrumento de su paz.
*
Practica la escucha activa y el respeto hacia las personas que piensan o creen
diferente a ti, sin juzgarlas ni imponerles tu punto de vista. Intenta
comprender sus motivaciones, sus necesidades, sus sueños y sus dificultades.
*
Ofrece tu ayuda, tu tiempo, tu sonrisa, tu palabra de ánimo, tu perdón, tu
compañía, a quienes lo necesiten, especialmente a los más pobres, los más
solos, los más marginados, los más sufrientes.
*
Participa en iniciativas de solidaridad, de voluntariado, de diálogo
interreligioso, del cuidado de nuestra casa común, de defensa de la vida y de
la dignidad humana, que promuevan el bien común.
*
Sé coherente entre lo que dices y lo que haces, entre lo que crees y lo que
vives, entre lo que rezas y lo que amas. Así serás un testimonio creíble y
atractivo del Evangelio. Cn
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