Virtus y Aretè: Fortaleza y excelencia. Los
antiguos filósofos entendían la virtud como una cualidad que sobresale, que
llama la atención y despierta admiración. La ‘virtus’ latina y la ‘aretè’
griega no solo destacaban la capacidad de una persona para ser fuerte y
valiente, sino también su habilidad para destacar por su excelencia moral. La
persona virtuosa es aquella que no se deforma ante las adversidades, sino que
permanece fiel a su vocación y alcanza la plenitud de su ser.
Los
santos: Ejemplos de humanidad. Contrario
a la creencia popular, los santos no son una excepción a la humanidad, sino
ejemplos de lo que todos estamos llamados a ser. Son aquellos que han logrado
ser plenamente ellos mismos, realizando la vocación inherente a todo ser
humano. En ellos vemos reflejada la imagen de Dios, y nos recuerdan que cada
uno de nosotros está destinado a alcanzar esa misma plenitud.
El corazón humano, aunque susceptible
a las pasiones negativas, está hecho para el bien. Este bien no solo nos
satisface temporalmente, sino que nos completa de manera profunda y duradera.
Practicar la virtud significa hacer que ciertas disposiciones positivas se
vuelvan permanentes en nosotros, transformando así nuestra naturaleza
transitoria en una identidad virtuosa y estable.
La reflexión sobre nuestras
capacidades para el bien es un tema central en la filosofía moral,
especialmente en el estudio de las virtudes. Este análisis nos permite entender
mejor cómo podemos cultivar cualidades que nos fortalezcan y nos permitan vivir
de acuerdo con nuestra vocación más auténtica.
La práctica de la virtud es un
ejercicio que requiere tiempo y esfuerzo, similar a una semilla que necesita cuidado
y paciencia para germinar. Sin embargo, el resultado de este proceso es una
persona que no solo es fuerte y capaz de autocontrol, sino también alguien que
inspira y eleva a los demás a través de su ejemplo.
La verdadera virtud se manifiesta en
aquellos que, a pesar de las dificultades, se mantienen fieles a su esencia y
propósito. Estas personas no se deforman ante los desafíos, sino que se
destacan por su integridad y su capacidad para realizar plenamente su ser.
Los santos, lejos de ser figuras distantes
e inalcanzables, son la prueba de que la santidad es la vocación de todo ser
humano. Ellos nos muestran que es posible vivir una vida de virtud y alcanzar
la plenitud que todos anhelamos.
En un mundo donde la injusticia, la
falta de respeto y la hostilidad parecen prevalecer, la práctica de la virtud
es más necesaria que nunca. Si todos adoptáramos estas cualidades como norma,
el mundo sería un lugar mucho más feliz y armonioso.
El llamado a vivir virtuosamente es un
recordatorio de nuestra verdadera forma, de la imagen divina que llevamos
dentro. En tiempos de crisis y deformación moral, es esencial volver a
descubrir y practicar las virtudes que nos hacen plenamente humanos y reflejan
nuestra naturaleza divina.
Reflexionemos hoy sobre la importancia
de las virtudes en nuestra vida diaria. A través de la comprensión y la
práctica de estas cualidades, podemos aspirar a una existencia más plena y
significativa, tanto para nosotros mismos como para la sociedad en su conjunto.
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