El ser humano es el ‘homo viátor’,-caminante,
pues la vida es una peregrinación en búsqueda del sentido de la
existencia. Ese peregrinar se puede estructurar en torno
a la esperanza. La esperanza nos abre a lo trascendente: es la afirmación de la
existencia como de un ser que está más allá del tiempo y del espacio. Marcel
estará en contra de todo lo despersonalizante de la técnica, como en
contra de las persecuciones ideológicas comunistas. Su postura,
finalmente, comporta una visión de apertura a la trascendencia interpersonal, a
la esperanza en la inmortalidad y la apertura radical al misterio de Dios.
Los
filósofos como Marcel, nos abren a la lectura de los signos de los tiempos, a
la cual nos invitaron san Juan XXIII, san Pablo VI y particularmente el
Concilio Vaticano II, sobre todo en la Constitución Gaudium et Spes, -sobre la
‘Iglesia en el mundo actual’, entendidos como los fenómenos frecuentes y
comunes que caracterizan una época y manifiestan las necesidades y aspiraciones
de la humanidad.
Dios nos interpela para leer esos signos
históricos del tiempo presente. ‘Es
deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e
interpretarlos a la luz del Evangelio (GS
4). Así el reconocer la preocupación por ‘la dignidad humana’, el ‘anhelo
de libertad’, ‘la solidaridad universal entre todos los seres humanos’,
‘derecho de asociación’, ‘derecho a la democracia’, ‘la promoción del obrero’,
la ‘promoción de la mujer’, o la respuesta contestataria a ser
encasillados en esquemas superados por el ritmo de la marcha de la humanidad.
El Evangelio ha de responder a estos retos, libres de la esclavitud de las
ideologías. Esto nos obliga a estar atentos a toda manipulación,
despersonalización, a intereses de políticas populistas engañosas y
manipuladoras. No podemos vernos sometidos a esperanzas inmanentistas cerradas
a la trascendencia, pues nuestra fe cristiana abarca el universo, la historia y
está orientada a la eternidad, a la máxima consumación de toda persona humana.
Peregrinos de la historia, sin negar sus retos,
pero creadores de una nueva humanidad nacida en el bautismo para luchar por la
justicia, la paz y por supuesto, la hermandad, -comunión de personas, para establecer
con todas nuestras fuerzas a impulso del Espíritu Santo, la cultura del amor
que ha de generar la Civilización del amor.
Hemos
de integrar la ‘utopía’ en una ‘escatología’, no solo de las cosas últimas, más
allá del espacio y del tiempo, muerte, juicio, purgatorio, cielo, infierno,
sino conseguir lo ‘utópos’, lo que no se encuentra todavía, por nuestro empeño
lleno de esperanza para realizarlo.
El Señor nos debe encontrar vigilantes y haciendo
siempre el bien (Lc 12, 32-48).
Somos peregrinos; constituimos colonias de
extranjeros, -paroikoi (cf 1 Ped 2, 11), en la historia. Caminamos a nuestra morada
permanente que es el Cielo, el ‘Sabat’, Dios mismo nuestro ‘Descanso’.
Nos
dice la Carta a los Hebreos que ‘La fe es fundamento de lo que se espera y
garantía de lo que no se ve’ (Heb
11,1); es la posesión anticipada y garantizada del futuro, -de lo último,-
el ‘ésjaton’ prometido, que para alcanzarlo hay que cooperar con la gracia, la
Providencia y la dimensión activa del Espíritu Santo.
Hemos
de tener presente el cumplir con nuestra misión terrestre hacia la consumación
celeste, en la gloria, junto a Dios.
La
lógica de los peregrinos de la historia, es el amor; caminamos hacia los cielos
nuevos y la tierra nueva: la eternidad. En una palabra, peregrinos del tiempo
hacia la eternidad. PHCh
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