El
tiempo no se detiene. Los años pasan. La memoria acumula experiencias y
recuerdos.
En
algunos momentos, la mirada hacia el pasado permite alcanzar un juicio. Hacemos
cuentas y preguntamos: ¿valió la pena?
Necesitamos
buscar tiempos para hacer una reflexión sobre la vida. No siempre alcanzaremos
la perspectiva justa. Pero seguramente encontraremos criterios buenos.
Un
poeta argentino, hace ya muchos años, expresaba su descubrimiento: lo sufrido,
lo llorado, lo perdido, tienen sentido si nos condujeron a metas buenas, a
reencuentros, a amores que no pasan.
Aquí
su poesía:
“Si
para recobrar lo recobrado debí perder primero lo perdido, si para conseguir lo
conseguido tuve que soportar lo soportado.
Si
para estar ahora enamorado fue menester haber estado herido, tengo por bien
sufrido lo sufrido, tengo por bien llorado lo llorado.
Porque
después de todo he comprobado que no se goza bien de lo gozado sino después de haberlo
padecido.
Porque
después de todo he comprendido que lo que el árbol tiene de florido vive de lo
que tiene sepultado”. (Francisco Luis
Bernárdez, ‘Soneto’, en ‘Cielo de tierra’, Buenos Aires 1937).
Sí:
lo hemos experimentado más de una vez. Lo sufrido y lo llorado adquieren su
lugar si descubrimos que nos acercaron a un amor, a una belleza, a un bien más
grande.
En
palabras cristianas, vale la pena todo lo sufrido para crecer en el amor a Dios
y a los hermanos.
Entonces,
como el poeta, descubrimos que las flores del árbol tienen vida desde raíces
ocultas. O, como enseña Cristo en el Evangelio, reconocemos que el grano de
trigo que muere en el surco da mucho fruto... (cf. Jn 12,24). FP
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