Texto del
Evangelio (Jn 3,13-17): En aquel
tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del
cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto,
así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él
tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para
que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios
no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo
se salve por Él».
«Para que todo el que crea en Él
tenga vida eterna»
Comentario:
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio es una profecía, es decir, una
mirada en el espejo de la realidad que nos introduce en su verdad más allá de
lo que nos dicen nuestros sentidos: la Cruz, la Santa Cruz de Jesucristo, es el
Trono del Salvador. Por esto, Jesús afirma que «tiene que ser levantado el Hijo
del hombre» (Jn 3,14).
Bien sabemos que la cruz era el suplicio más
atroz y vergonzoso de su tiempo. Exaltar la Santa Cruz no dejaría de ser un
cinismo si no fuera porque allí cuelga el Crucificado. La cruz, sin el
Redentor, es puro cinismo; con el Hijo del Hombre es el nuevo árbol de la
Sabiduría. Jesucristo, «ofreciéndose libremente a la pasión» de la Cruz ha
abierto el sentido y el destino de nuestro vivir: subir con Él a la Santa Cruz
para abrir los brazos y el corazón al Don de Dios, en un intercambio admirable.
También aquí nos conviene escuchar la voz del Padre desde el cielo: «Éste es mi
Hijo (...), en quien me he complacido» (Mc
1,11). Encontrarnos crucificados con Jesús y resucitar con Él: ¡he aquí el
porqué de todo! ¡Hay esperanza, hay sentido, hay eternidad, hay vida! No
estamos locos los cristianos cuando en la Vigilia Pascual, de manera solemne,
es decir, en el Pregón pascual, cantamos alabanza del pecado original: «¡Oh!,
feliz culpa, que nos has merecido tan gran Redentor», que con su dolor ha
impreso “sentido” al dolor.
«Mirad el árbol de la cruz, donde colgó el
Salvador del mundo: venid y adorémosle» (Liturgia del Viernes Santo). Si
conseguimos superar el escándalo y la locura de Cristo crucificado, no hay más
que adorarlo y agradecerle su Don. Y buscar decididamente la Santa Cruz en
nuestra vida, para llenarnos de la certeza de que, «por Él, con Él y en Él»,
nuestra donación será transformada, en manos del Padre, por el Espíritu Santo,
en vida eterna: «Derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los
pecados».
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