Mártires, 11 de Febrero
Elogio: Conmemoración
de los numerosos santos mártires apresados en Numidia, durante la persecución
llevada a cabo bajo Diocleciano, que fueron víctimas de crueles suplicios por
no querer entregar las Sagradas Escrituras, conforme al edicto del emperador.
Aunque la
gesta de estos mártires anónimos se parece a lo que celebraremos mañana bajo el
título de «Santos Saturnino y compañeros de Abitinia, mártires», e incluso
aunque ese otro grupo, que el nuevo Martirologio coloca el 12 de febrero, se
inscribía en el Martirologio anterior el mismo día 11 de febrero, no se trata
del mismo conjunto, aunque sí bajo la misma persecución. En el caso del grupo de
Abitinia contamos con unas «Actas» de martirio auténticas, y los nombres y
detalles del martirio de muchos de ellos. En los que celebramos hoy, los
mártires de Numidia, en cambio, lo que tenemos es una alusión genérica que nos
permite saber que ocurrieron estos hechos, pero no pasar más allá de esa
constatación.
La alusión es
de san Agustín. En su «Breviculus collationis cum Donatistas» («Resumen de las
conversaciones con los donatistas»), cuenta -como el título indica- a sus
feligreses lo actuado en unas conversaciones oficiales llevadas a cabo por
instancias del emperador, entre católicos y donatistas. En esas conversaciones
los donatistas habían reprochado la actitud de un obispo católico en las
persecuciones, entonces se aclararon los términos citando una carta donde se
recuerdan los hechos, y al hacerlo, nos hace conocer también a este grupo de
anónimos mártires de Numidia:
«Leyeron
además la respuesta que en tono pacífico envió Segundo de Tigisi al mismo
Mensurio, en la que le contaba las tropelías de los perseguidores en Numidia, y
cómo los que habían sido detenidos y no querían entregar las santas Escrituras,
habían soportado muchas calamidades, atormentados con terribles suplicios, e
incluso habían sido asesinados; le contaba también cómo él recomendó se les
tributaran los honores del martirio, alabándolos por no haber entregado las
Escrituras...»
Fácilmente se ve
el eco de este texto en el elogio que recoge el Martirologio Romano, y que
debemos al Cardenal Baronio ya desde la primera redacción, en el siglo XVI.
Lamentablemente es todo lo que sabemos de cierto sobre estos valientes.
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