Para
establecer una relación positiva con los demás, y poder así decirse las cosas
de forma fluida y sin acritud, es preciso cultivar toda una serie de
capacidades destinadas a combatir la negatividad y a establecer una relación no
defensiva con los demás.
El principal
obstáculo es que probablemente en nuestro interior tenemos grabadas unas
respuestas emocionales negativas que no es fácil cambiar de la noche a la mañana.
Por eso hemos de poner esfuerzo en familiarizarnos con respuestas emocionales
más positivas, de modo que, con el tiempo, las vayamos evocando de forma más
natural y espontánea, en la medida que las incorporemos más a nuestro
repertorio emocional. Algunos ejemplos de esas capacidades emocionales pueden
ser los siguientes:
Tranquilizarse
a uno mismo, pues al enfadarnos perdemos bastante de nuestra capacidad de
escuchar, pensar y hablar con claridad, y la excitación del enfado tiende a
generar un enfado mayor si uno no se da un tiempo muerto hasta lograr
tranquilizarse.
Desintoxicarse
de pensamientos negativos hipercríticos, que suelen ser los principales
desencadenantes de conflictos. Cuando logramos darnos cuenta de que nos
embargan pensamientos de ese tipo, y nos decidimos a hacerles frente, el
problema suele estar ya casi resuelto.
Escuchar y
hablar de modo que nuestras palabras no despierten la defensividad del
interlocutor, es decir, que no las perciba como críticas u hostiles. De modo
análogo, hemos de esforzarnos en escuchar a los demás sin interpretar como un
ataque lo que quizá es una simple queja o una observación bienintencionada.
Detectar
temas, momentos o situaciones de hipersensibilidad. Si observamos una actitud
de defensividad en una determinada persona, será una manifestación clara de que
el tema que se está tratando reviste importancia para ella (y que por tanto
conviene andarse con especial tacto), o que en ese momento está alterada por
algo, o que hay alguna razón por la que nuestra relación con esa persona se ha
dañado, en poco o en mucho. Por ejemplo, si observamos que le ha contrariado
que interrumpamos una explicación suya, podemos terciar, sin acritud, diciendo:
“perdona, que te he interrumpido; di lo que ibas a decir”.
Centrarse en los
temas, sin enredarse en detalles nimios o en cuestiones colaterales que
entorpecen el diálogo.
No derivar
hacia el ataque personal. Siempre es mejor, por ejemplo, decir un “me ha
molestado que llegues tarde y no me hayas avisado”, que soltar un “eres un
desconsiderado y un egoísta”.
Disculparnos
cuando advirtamos que nos hemos equivocado, y asumir con sencillez la
responsabilidad que nos corresponda por nuestros errores.
Procurar
reflejar el estado emocional del interlocutor. Si, por ejemplo, alguien nos
expresa una queja o una preocupación que le cuesta manifestar, hemos de
procurar reflejar que nos hacemos cargo de lo que siente en ese momento.
Ser generosos
en el reconocimiento de los méritos de los demás, y no escamotear, cuando sea
oportuno, los elogios razonables que destaquen y alaben explícitamente las
cualidades del otro. AA
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