Mártir, 05 de
Junio
Elogio: Memoria de
san Bonifacio, obispo y mártir. Monje en Inglaterra con el nombre de Wifrido
por el bautismo, al llegar a Roma el papa san Gregorio II lo ordenó obispo y
cambió su nombre de pila por el de Bonifacio, enviándolo después a Germania
para anunciar la fe de Cristo a aquellos pueblos, donde logró ganar para la
religión cristiana a mucha gente. Rigió la sede de Maguncia (Mainz) y, hacia el
final de su vida, al visitar a los frisios en Dokkum, consumó su martirio al
ser asesinado por unos paganos.
La obra
misionera de San Bonifacio no habría sido posible sin la organización política
y social europea de Carlomagno. Bonifacio o Winfrid parece que perteneció a una
noble familia inglesa de Devonshire, en donde nació en el año 673 (o 680). Fue
monje en la abadía de Exeter, y después se dedicó a la evangelización de los
pueblos germánicos, más allá del Rin. Quiso ir a Frisia, pero no le fue posible
por la hostilidad entre el duque alemán Radbod y Carlos Martelo.
Entonces
Winfrid fue a Roma en peregrinación para orar sobre las tumbas de los mártires
y recibir la bendición del Papa. San Gregorio II apoyó el compromiso misionero,
y Winfrid regresó a Alemania. Se detuvo en Turingia, luego pasó a Frisia,
recientemente sometida por los francos, y allí logró las primeras conversiones.
Durante
tres años recorrió gran parte del territorio germánico. Los Sajones
correspondieron con entusiasmo a su predicación. El Papa lo llamó a Roma, lo
consagró obispo y le dio el nuevo nombre de Bonifacio. Durante el viaje de
regreso a Alemania, en un bosque de Hessen, hizo derribar un gigantesco roble
al que los pueblos paganos le atribuían poderes mágicos, porque decían que era
sede de un dios. Ese gesto fue considerado como un desafío a la divinidad y los
paganos corrieron para presenciar la venganza del dios ofendido. Bonifacio
aprovechó la ocasión para transmitirles el mensaje evangélico. A los pies del
roble derribado hizo construir la primera iglesia, que dedicó a San Pedro.
Antes de
organizar la Iglesia a orillas del Rin, pensó en la fundación, entre las
regiones de Hessen y Turingia, de una abadía, que fuera el centro propulsor de
la espiritualidad y de la cultura religiosa de Alemania. Así nació la célebre
abadía de Fulda, comparable con la de los benedictinos de Montecassino por la
actividad y el prestigio. Eligió a Maguncia como sede arzobispal, pero expresó
el deseo de ser enterrado en Fulda.
Ya
anciano, pero todavía infatigable, regresó a Frisia. Lo acompañaban unos
cincuenta monjes. El 5 de junio había citado cerca de Dokkum a un grupo de
catecúmenos. Era el día de Pentecostés; estaban comenzando la celebración de la
Misa cuando un grupo de Frisones armados con espadas asaltaron a los
misioneros. Bonifacio les dijo a los compañeros: “No teman. Todas las armas de
este mundo no pueden matar nuestra alma”. Cuando la espada de un infiel cayó
sobre su cabeza, él trató de cubrirse con el misal, pero el enemigo derribó el
libro y le cortó la cabeza al mártir.
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