En el
ámbito en constante evolución de los trastornos psicológicos, el trastorno por
evitación y restricción de la ingesta de alimentos (ARFID) ha surgido como un
recién llegado desconcertante en los últimos años. Una vez agrupado bajo la
amplia etiqueta de ‘trastorno alimentario selectivo’, ARFID se distingue de
afecciones más reconocidas como la anorexia al evitar cualquier enredo
emocional con la imagen corporal o el miedo a tener sobrepeso.
El
diagnóstico de ARFID
El
Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, quinta edición
(DSM-5), sirve como piedra angular para identificar ARFID. Según esta biblia
clínica, la afección se manifiesta como una alteración de la alimentación que
resulta en una incapacidad persistente para satisfacer las necesidades
nutricionales y energéticas adecuadas. Esta alteración se asocia con uno o más
de los siguientes: pérdida significativa de peso, deficiencia nutricional,
dependencia de la alimentación enteral (alimentación por sonda) o suplementos
orales y una marcada interferencia con el funcionamiento psicosocial.
Fundamentalmente,
el diagnóstico de ARFID descarta condiciones en las que los síntomas se
explican mejor por la falta de alimentos disponibles o prácticas culturalmente
aceptadas. También excluye la presencia de anorexia nerviosa, bulimia nerviosa
o cualquier otra condición médica o mental que pueda causar los síntomas. En
esencia, ARFID es un trastorno alimentario único que requiere su propio conjunto
de consideraciones e intervenciones de diagnóstico.
Factores
de riesgo:
Si bien
nuestra comprensión de ARFID aún está creciendo, se han identificado varios
factores de riesgo. Las personas con afecciones del espectro autista, trastorno
por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y discapacidades intelectuales
son más susceptibles a desarrollar ARFID. Además, los niños que exhiben
conductas exigentes a la hora de comer graves o duraderas parecen tener más
probabilidades de sufrir ARFID a medida que envejecen. Los trastornos de
ansiedad acompañan con frecuencia a la ARFID, lo que a menudo complica aún más
el panorama del diagnóstico y el tratamiento. Es importante subrayar que los
factores de riesgo pueden variar sustancialmente entre individuos. Esto significa
que dos personas con ARFID pueden tener experiencias, perspectivas y síntomas
muy diferentes, un reflejo de la compleja interacción entre elementos
biológicos, psicológicos y socioculturales.
Señales
y signos de advertencia:
Los
síntomas de ARFID son tan diversos como preocupantes. A primera vista, la
pérdida drástica de peso y los problemas gastrointestinales pueden ser los
indicadores más visibles. Sin embargo, un examen más detenido revela una serie
de otros signos, como aversiones a la textura de los alimentos, miedo a
ahogarse o vomitar, y una gama cada vez más reducida de alimentos aceptados con
el tiempo. Los síntomas psicológicos, incluida la falta de interés en la comida
y quejas inespecíficas a la hora de comer, son comunes. En particular, no hay
alteraciones de la imagen corporal ni temores de ganar peso (síntomas a menudo
asociados con otros trastornos alimentarios), lo que subraya aún más la
naturaleza única de ARFID.
El
camino a seguir: una realidad desalentadora y lagunas en la comprensión
ARFID
es más que una simple curiosidad psicológica intrigante; plantea riesgos para
la salud, graves y potencialmente mortales. Debido a una ingesta insuficiente
de nutrientes, el cuerpo entra en un modo de conservación de energía, lo que
lleva a una serie de consecuencias nefastas, desde desequilibrios
electrolíticos hasta un paro cardíaco. A pesar de la profundidad de nuestra
comprensión actual, persisten numerosas lagunas. La etiología y los impactos a
largo plazo de ARFID aún no se comprenden completamente y la búsqueda de
opciones de tratamiento efectivas está en curso. Estas preguntas persistentes
subrayan la necesidad de continuar con la investigación y el enfoque clínico. JQR
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