El
templo-mercado
El
templo de Jerusalén era el centro de la religión judía, el lugar donde se
ofrecían los sacrificios a Dios y se celebraban las fiestas. Sin embargo, con
el tiempo, el templo se había convertido en un lugar de comercio, donde se
vendían animales para los sacrificios y se cambiaba dinero para pagar el
impuesto del templo. Los mercaderes y los cambistas se aprovechaban de la
necesidad de los peregrinos y les cobraban precios abusivos, haciendo del
templo un lugar de explotación y de injusticia. El templo-mercado representaba
una religión formalista y superficial, que se reducía a cumplir unos ritos
externos, sin implicar el corazón ni la vida. Una religión que buscaba el
beneficio propio, sin importar el bien de los demás. Una religión que se
alejaba de Dios y de los hermanos.
El
templo-casa
Jesús
llega al templo y se indigna al ver lo que allí sucede. Con autoridad y celo,
expulsa a los mercaderes y a los cambistas, derriba las mesas y las sillas, y
dice: «No hagan de la casa de mi Padre un mercado» (Jn 2,16). Jesús reivindica el verdadero sentido del templo, que es
ser una casa de Dios y una casa para el hombre. El templo-casa representa una
religión auténtica y profunda, que se basa en la relación personal y amorosa
con Dios, que se expresa en la oración y en la adoración. Una religión que
busca el bien común, que se preocupa por los pobres y los necesitados, que se
manifiesta en la fraternidad y en el servicio. Una religión que se acerca a
Dios y a los hermanos.
La
conversión cuaresmal
La
acción de Jesús en el templo nos invita a reflexionar sobre nuestra propia
vida. ¿Qué templo somos nosotros? ¿Qué lugar ocupa Dios en nuestra vida? ¿Qué
lugar ocupan los demás en nuestra vida? ¿Somos templo-mercado o templo-casa? La
Cuaresma es un tiempo propicio para hacer un examen de conciencia y para
iniciar un camino de conversión. Un camino que nos lleve de ser templo-mercado
a ser templo-casa. Un camino que implique tres dimensiones: la dimensión
personal, la dimensión comunitaria y la dimensión social.
La
dimensión personal
La
conversión personal implica reconocer que somos templo de Dios, que Dios habita
en nosotros por el bautismo y que nos llama a vivir en su presencia. Esto
supone cultivar una relación íntima y confiada con Dios, a través de la
oración, la lectura de la Palabra, la participación en los sacramentos,
especialmente la eucaristía y la reconciliación. Implica también purificar
nuestro corazón de todo lo que nos aleja de Dios, de todo pecado, de todo
egoísmo, de toda idolatría. Implica, en definitiva, amar a Dios con todo
nuestro ser y dejar que Él nos transforme a su imagen y semejanza.
La
dimensión comunitaria
La
conversión comunitaria implica reconocer que somos templo del Espíritu Santo,
que el Espíritu Santo nos une como miembros de un mismo cuerpo, que es la
Iglesia. Esto supone vivir la comunión con los hermanos, participando
activamente en la vida de la comunidad, compartiendo los dones y los carismas
que el Espíritu nos ha dado, apoyándonos unos a otros, perdonándonos y
reconciliándonos. Implica también abrirnos a la diversidad y a la riqueza de la
Iglesia universal, que es católica y apostólica, que acoge a todos los pueblos
y culturas, que anuncia el Evangelio a toda criatura. Implica, en definitiva,
amar a los hermanos como Cristo nos ha amado y dejar que el Espíritu nos haga
uno en Él.
La
dimensión social
La
conversión social implica reconocer que somos templo del Padre, que el Padre
nos ha creado a su imagen y semejanza, que somos hijos e hijas suyos y hermanos
y hermanas entre nosotros. Esto supone vivir la solidaridad con los más pobres
y marginados, comprometiéndonos con la justicia y la paz, defendiendo la
dignidad y los derechos de todos, especialmente de los más vulnerables,
cuidando la creación que el Padre nos ha confiado. Implica también colaborar
con el proyecto de Dios para el mundo, que es el Reino de Dios, que es un reino
de amor, de verdad, de libertad, de vida. Implica, en definitiva, amar al
prójimo como a nosotros mismos y dejar que el Padre nos haga partícipes de su
obra.
Tres
formas de ser templo-casa en la vida cotidiana
En
la vida familiar
La
familia es el primer lugar donde podemos vivir la conversión cuaresmal, donde
podemos hacer de nuestra casa un templo de Dios. Para ello, podemos:
El
trabajo es otro ámbito donde podemos vivir la conversión cuaresmal, donde
podemos hacer de nuestro oficio un templo de Dios. Para ello, podemos:
El
colegio es otro espacio donde podemos vivir la conversión cuaresmal, donde
podemos hacer de nuestra educación un templo de Dios. Para ello, podemos:
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