Características de un auténtico evangelizador:
1. Una sólida fe
Fundamental. Sin fe no podemos evangelizar. No hablo
solo de la fe en Cristo, en el Padre y en el Espíritu Santo; sino también de la
fe en la Iglesia y su Magisterio. He escuchado a algunos que dicen: «Yo
evangelizo, llevo a Cristo a los demás… pero eso del papa, como que no estoy
muy de acuerdo…». ¿Cómo que no estás muy de acuerdo? ¿Eres católico o no? Yo no
debo creer solo en lo que me conviene, en lo que me gusta; debo creer aquello
que Dios me ha revelado y ha dispuesto para mi salvación. Nuestra fe es
íntegra, no puede ser una fe de supermercado donde tomo sólo aquello que me
gusta y lo demás lo dejo. Por eso el auténtico evangelizador debe decirle al
Señor: «¡Creo Señor, pero aumenta mi fe!» (Marcos
9, 24) y día a día renovar su opción por Cristo conociéndole y amándole
más.
«La fe es garantía de lo que se espera; la prueba
de las realidades que no se ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores. Por
la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera
que lo que se ve resultase de lo que no aparece… fijos los ojos en Jesús, el
que inicia y consuma la fe…» (Hebreos
11,1-3.12,2).
2. La coherencia de vida
El Padre Pío de Pietrelcina decía: «Haz el bien, en
todas partes, para que todos puedan decir: “Este es un hijo de Cristo”».
Pregúntate: ¿mis obras reflejan a Jesús? Quienes me ven, ¿pueden decir que soy
un auténtico cristiano? (Piensa…) No
pensemos que la coherencia de vida es una carga pesada, insoportable. Al
contrario, es lo que nos da la felicidad y nos anima a continuar el buen camino
que llevamos. La clave está en la humildad. En reconocer que soy un necesitado
de Dios y que Él quiere necesitarme. Yo no puedo evangelizar, no soy la luz
verdadera; sino que mi misión es ser reflejo de la Luz de Dios. Es Cristo quien
vive y evangeliza en mí. La humildad hay que pedirla a Dios, sólo así podremos
ser un testimonio viviente de Jesús.
«Vino un hombre, enviado por Dios que se llamaba
Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz. No era él la luz,
sino testigo de la luz» (Juan 1:6-8).
3. Mucha humildad
Desarrollo aquí la característica ya vista en el
punto anterior. ¿Qué significa ser humilde? «La humildad es andar en verdad»,
decía Santa Teresa de Jesús. Y es muy cierto. No podemos ser lo que no somos.
Humildad es ser un verdadero hijo de Dios. Humildad es reconocerme pecador.
Humildad es saber que sin Dios nada, ¡nada puedo! Humildad es no valorarme por
encima de los demás, creyendo que soy mejor. La humildad tiene un efecto
práctico en la vida de todo cristiano. Se es humilde siendo humilde, en gerundio.
Y es esfuerzo también. Para mantenerme siempre humilde es necesario que
practique la humildad. Es muy importante este punto en la Evangelización. Soy
humilde cuando sé que la obra no es mía, sino de Dios. Cuando no me apropio de
nada ajeno. ¿De quién es el Reino de Dios? ¿La Iglesia? Todo es de Dios, yo
solo colaboro, pongo mi grano de arena. Humildad siempre, esa es la actitud
cristiana.
«No hagan nada por rivalidad o vanagloria; sean,
por el contrario, humildes y consideren a los demás superiores a ustedes
mismos. Que no busque cada uno su propio interés, sino el de los demás. Tengan,
pues, los sentimiento que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús» (Filipenses 2, 3-5).
4. La fidelidad en lo pequeño
San José María Escrivá decía: «Convenceos de que
ordinariamente no encontraréis lugar para hazañas deslumbrantes, entre otras
razones, porque no suelen presentarse. En cambio, no os faltan ocasiones de
demostrar a través de lo pequeño, de lo normal, el amor que tenéis a
Jesucristo» (Amigos de Dios, 8). Así
es. No podría haberlo dicho mejor. Lo normal, lo que es pequeño a nuestros ojos
puede ser una gran ocasión para ser fiel a mi amor por el Señor. Por ejemplo:
cuando estamos en el autobús podemos ceder el asiento, cuando estamos en la
fila del banco poder ceder nuestro lugar a alguien mayor o más necesitado,
cuando devolvemos el dinero de más que nos dan al pagar las compras… todo esto
son ‘las cosas pequeñas de la vida’ que, con amor, ¡se hacen grandes!
«El que es de fiar en lo poco, lo es también en lo
mucho. Y el que es injusto en lo poco, lo es también en lo mucho. Pues si no
fueron de fiar en los bienes de este mundo, ¿quién les confiará el verdadero
bien?» (Lucas 16, 10-11).
5. Una sólida vida interior
¿Vida interior? Se trata sencillamente de la íntima
unión con Cristo. Una unión real, natural, personal y constante. ¿Unión con
Cristo? Sí, en el lenguaje espiritual estar unido a Cristo significa que Él
esté presente siempre en mi vida. Lo está, efectivamente, pero yo puedo
acrecentar esa unión a través de constantes diálogos con Él (oración), a través de las virtudes
teologales (fe, esperanza y caridad)
y a través de la participación activa de los sacramentos. En fin, es buscar que
Dios sea parte de mi vida y hacer lo posible para que esta relación crezca cada
día más. ¡Ojo que la vida interior se puede perder con facilidad! Sí, cuando
preferimos otras cosas, cuando dejamos de ir a misa por comodidad, cuando ya no
rezamos. La vida interior no nos garantiza que todo vaya bien, a veces es al
revés, se nos dan más ocasiones para que crezca ese amor a Dios a través de
tribulaciones y pesares. Lo importante es caminar siempre de la mano de Dios,
unido a Él.
«Amen al Señor su Dios, sigan sus caminos, cumplan
sus mandamientos y permanezcan unidos a Él, sirviéndole con todo su corazón y
con toda su alma» (Josué 22, 5).
6. ¡Mucha alegría (un santo triste es un triste
santo)
La alegría es de esas cosas que se contagian
fácilmente. A veces cuando estamos tristes nos basta solo la sonrisa de otro
para alegrarnos. La alegría va más allá del momento. San Francisco de Asís nos
dice: «por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo
que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de
sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e
incomodidades», en esto precisamente está la verdadera alegría. No somos
alegres cuando no tenemos problemas ni tristezas, sino cuando somos capaces de
ver a Dios con nosotros, que carga con nuestra cruz y nos anima a seguir. La
alegría es, en síntesis, el sabernos amados por Dios Padre Misericordioso.
¿Alguien puede aspirar a algo mejor? No. El amor de Dios es lo más grande, por
eso vivo alegre.
«Estén siempre alegres en el Señor; les repito,
estén alegres. Que todo el mundo los conozca por su bondad. El Señor está
cerca. Que nada los angustie; al contrario, en cualquier situación presenten
sus deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias» (Filipenses 4, 4-6).
7. Formación continua (Leer mucho, escribir)
La escuela, la universidad, el instituto, etc. son
instituciones que nos ayudan a saber. La Iglesia como Madre y maestra también
nos ofrece este espacio de formación en el ámbito cristiano, sí, le llamamos
catequesis. Todo católico por lo menos ha pasado 3 años de catequesis. ¡3 años!
Y, ¿qué he aprendido? Mmmm. A veces no sabemos cómo responder a las preguntas
de nuestros hermanos separados (evangélicos).
El problema es que no conocemos bien nuestra fe. Para esto existe la formación
continua. No basta con saber ‘algo’ sobre la fe, hay que escudriñar cada vez
más hondo. Conocer la Biblia principalmente, los sacramentos, la gracia, el
perdón, el amor, etc. etc. Leer, escribir, compartir la fe, hablar de ella con
otros y crear círculos de estudio son buenas instancias para aprender siempre
sobre Cristo y sus enseñanzas.
«Así dice el Señor: Que el sabio no presuma de su
sabiduría, que el soldado no presuma de su fuerza, que el rico no presuma de su
riqueza; el que quiera presumir que presuma de esto: de conocerme y comprender
que yo soy el Señor; el que ejerce en la tierra la fidelidad, el derecho y la
justicia; y me complazco en ellas» (Jeremías
9, 22-23).
Luego de haber leído estos 7 puntos y haberte
examinado, te invito a que hagas un compromiso al Señor. Siempre es bueno, como
fruto, comprometernos a algo. Trabajar por mejorar algún defecto en mí, ser más
constante en mi apostolado, ir todos los domingos a misa prestando mucha
atención, orar todos los días media hora por la mañana o la tarde, etc. Así
sabremos que lo reflexionado tiene un impacto real en mi vida. La vida
cristiana es un constante trabajo. «El que no avanza en la vida espiritual,
retrocede», porque la vida está en constante movimiento y nosotros vamos a
contracorriente. Así que ponte en marcha y no dejes de caminar con Cristo,
ayudando a tus hermanos con tu ejemplo de vida alegre y coherente,
intercediendo siempre en la oración por quienes se encuentran más débiles en la
fe y dejando que Jesús día a día vaya transformado tu vida. EHC
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