En ocasiones
uno puede pensar que lo imposible sea posible, o que lo posible sea imposible.
Así, ocurre que
pensamos que sería imposible que hoy lloviese, y la tarde nos sorprende con una
fuerte tormenta.
O declaramos
posible que esta dieta me ayudará a bajar (o subir) de peso, cuando tal dieta
resulta imposible (e inadecuada) para ese objetivo.
Por eso ya
Platón y Aristóteles subrayaron la importancia de aprender a distinguir entre
lo posible y lo imposible.
En efecto: no
somos capaces de tomar buenas decisiones cuando optamos por algo que suponemos
falsamente como posible, cuando en realidad está fuera de nuestro alcance; o
cuando pensamos que sería imposible algo que perfectamente podríamos obtener
con un esfuerzo bien orientado.
En la vida
ética, por lo tanto, un momento clave consiste en identificar todo lo bueno que
podemos llevar a cabo, para luego escoger lo que permita realizarlo, en esa
búsqueda continua por lograr mejoras para nosotros mismos y para otros.
Al mismo tiempo,
es necesario no invertir tiempo ni energías en lo imposible, aunque en
ocasiones algo se nos presente como un espejismo seductor que atrae pero que
está totalmente fuera de nuestro alcance.
La vida es un
tesoro maravilloso que se desarrolla en el tiempo que tenemos a nuestra
disposición. Un tiempo que no deberíamos invertir en sueños imposibles, cuando
lo único importante consiste en identificar tantas opciones buenas que
enriquecen la existencia.
Serán esas
opciones posibles las que encaucen lo mejor de nuestras energías interiores y
de nuestras acciones concretas, desde esa decisión firme y serena que nos lleve
a poner en marcha solamente proyectos realistas, orientados a lo bueno, lo
noble y lo justo. FP
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