Texto del
Evangelio (Lc 18,1-8): En aquel
tiempo, Jesús les propuso una parábola para inculcarles que es preciso orar
siempre sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni
respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él,
le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’. Durante mucho tiempo no
quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los
hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que
no venga continuamente a importunarme’».
Dijo, pues, el
Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus
elegidos, que están clamando a Él día y noche, y les hace esperar? Os digo que
les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la
fe sobre la tierra?».
«Es preciso orar siempre sin
desfallecer»
Comentario:
+ Rev. D. Joan FARRÉS i Llarisó (Rubí, Barcelona, España)
Hoy, en los últimos días del año litúrgico, Jesús
nos exhorta a orar, a dirigirnos a Dios. Podemos pensar cómo los padres y
madres de familia esperan que —¡todos los días!— sus hijos les digan algo, que
les muestren su afecto amoroso. Dios, que es Padre de todos, también lo espera.
Jesús nos lo dice muchas veces en el Evangelio, y sabemos que hablar con Dios
es hacer oración. La oración es la voz de la fe, de nuestra creencia en Él,
también de nuestra confianza, y ojalá fuera también siempre manifestación de
nuestro amor.
A fin de que nuestra oración sea perseverante y
confiada, dice san Lucas, que «Jesús les propuso una parábola para inculcarles
que es preciso orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1). Sabemos que la oración se puede hacer alabando al Señor
o dando gracias, o reconociendo la propia debilidad humana —el pecado—,
implorando la misericordia de Dios, pero la mayoría de las veces será de
petición de alguna gracia o favor. Y, aunque no se consiga de momento lo que se
pide, sólo el poder dirigirse a Dios, el hecho de poder contarle a ese Alguien
la pena o la preocupación, ya será la consecución de algo, y seguramente
—aunque no de inmediato, sino en el tiempo—, obtendrá respuesta, porque «Dios,
¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a Él día y noche (...)?» (Lc 18,7).
San Juan Clímaco, a propósito de esta parábola
evangélica, dice que «aquel juez que no temía a Dios, cede ante la insistencia
de la viuda para no tener más la pesadez de escucharla. Dios hará justicia al
alma, viuda de Él por el pecado, frente al cuerpo, su primer enemigo, y frente
a los demonios, sus adversarios invisibles. El Divino Comerciante sabrá
intercambiar bien nuestras buenas mercancías, poner a disposición sus grandes
bienes con amorosa solicitud y estar pronto a acoger nuestras súplicas».
Perseverancia en orar, confianza en Dios. Decía
Tertuliano que «sólo la oración vence a Dios».
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