Para el pueblo de Israel el templo era uno de los
signos más representativos de su religiosidad y de la presencia del Señor en
medio del pueblo. La gran construcción los hacía sentir seguros. Sus más
grandes desastres los vivieron cuando el templo fue destruido y la tristeza del
exilio consistía en no poder dar el culto al Señor.
Por eso miraban con orgullo la gran construcción. Sin embargo Cristo les llama la atención, con
mucha frecuencia, porque su veneración por el templo no está respondiendo con
la congruencia de una vida recta en justicia y amor. Anunciarles que
será destruido el templo, es quitarles su mayor seguridad, pero es también
hacerlos reflexionar en lo que pide Dios para su culto. Es cierto que Dios ha
pedido el culto, pero un culto vivo que lleve al amor y al cumplimiento de sus
mandamientos.
Pero cuando el templo se transforma en escaparate
para esconder las injusticias, en lugar de ser una bendición está llevando a la
ruina. El mismo sentido tienen las palabras que Jesús dice a continuación sobre
los engaños de quien se quiere hacer pasar por el Mesías y Señor.
En nuestros días muchos se han aprovechado de los
desastres ecológicos para anunciar un supuesto día final. Pero debemos estar
atentos y reconocer que el único que conoce el día final es el Señor Jesús y
que nosotros tendremos que tener una actitud de perseverancia, de paciencia y
de vigilancia. Nosotros también hemos puesto nuestras seguridades en las cosas
y los bienes, en el poder y la fama, y nos hemos alejado de lo que busca
el Señor.
Nosotros también hemos tomado una actitud de
despreocupación y de descuido frente a la venida del Señor. Tendremos que recuperar esa actitud que nos
ayude a vivir plenamente nuestros días como si fueran los últimos, no en
el sentido de angustia, sino de rectitud, de vigilia y de fraternidad. Si éste
fuera nuestro último día ¿Cómo lo viviríamos? ED
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