Texto del
Evangelio (Mc 7,24-30): En aquel
tiempo, Jesús partiendo de allí, se fue a la región de Tiro, y entrando en una
casa quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar inadvertido, sino que, en
seguida, habiendo oído hablar de Él una mujer, cuya hija estaba poseída de un
espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies. Esta mujer era pagana,
sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Él
le decía: «Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el
pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella le respondió: «Sí,
Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños». Él,
entonces, le dijo: «Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu
hija». Volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que
el demonio se había ido.
«Vino y se postró a sus pies (...)
le rogaba que expulsara de su hija al demonio»
Comentario:
Rev. D. Enric CASES i Martín (Barcelona, España)
Hoy se nos muestra la fe de una mujer que no
pertenecía al pueblo elegido, pero que tenía la confianza en que Jesús podía
curar a su hija. En efecto, aquella madre «era pagana, sirofenicia de
nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio» (Mc 7,26). El dolor y el amor le llevan
a pedir con insistencia, sin tener en cuenta ni desprecios, ni retrasos, ni
indignidad. Y consigue lo que pide, pues «volvió a su casa y encontró que la
niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido» (Mc 7,30).
San Agustín decía que muchos no consiguen lo que
piden pues son «aut mali, aut male, aut mala». O son malos y lo primero que
tendrían que pedir es ser buenos; o piden malamente, sin insistencia, en lugar
de hacerlo con paciencia, con humildad, con fe y por amor; o piden malas cosas
que si se recibiesen harían daño al alma o al cuerpo o a los demás. Hay que
esforzarse, pues, por pedir bien. La mujer sirofenicia es buena madre, pide
bien («vino y se postró a sus pies») y pide algo bueno («que expulsara de su
hija al demonio»).
El Señor nos mueve a usar perseverantemente la
oración de petición. Ciertamente, existen otros tipos de plegaria —la
adoración, la expiación, la oración de agradecimiento—, pero Jesús insiste en
que nosotros frecuentemos mucho la oración de petición.
¿Por qué? Muchos podrían ser los motivos: porque
necesitamos la ayuda de Dios para alcanzar nuestro fin; porque expresa
esperanza y amor; porque es un clamor de fe. Pero existe uno que quizá sea poco
tenido en cuenta: Dios quiere que las cosas sean un poco como nosotros
queremos. De este modo, nuestra petición —que es un acto libre— unida a la
libertad omnipotente de Dios, hace que el mundo sea como Dios quiere y algo
como nosotros queremos. ¡Es maravilloso el poder de la oración!
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