Entonces Él
mandó a la gente acomodarse sobre la tierra y, tomando los siete panes y dando
gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran, y
ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos pocos pececillos. Y,
pronunciando la bendición sobre ellos, mandó que también los sirvieran.
Comieron y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes siete espuertas.
Fueron unos cuatro mil; y Jesús los despidió. Subió a continuación a la barca
con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.
«No tienen qué comer»
Comentario:
Rev. D. Carles ELÍAS i Cao (Barcelona, España)
Hoy, tiempo de inclemencia y desasosiego, también
Jesús nos llama para decirnos que siente «compasión de esta gente» (Mc 8,2). Hoy, con la paz en crisis,
puede abundar el miedo, la apatía, el recurso a la banalidad y a la evasión:
«No tienen qué comer».
¿A quién llama el Señor? Dice el texto: «A sus
discípulos» (Mc 8,1), es decir, me
llama a mí, para no despedirlos en ayunas, para darles algo. Jesús se ha
compadecido —esta vez en tierra de paganos— porque también tienen hambre.
¡Ah!, y nosotros —refugiados en nuestro pequeño
mundo— decimos que nada podemos hacer. «¿Cómo podrá alguien saciar de pan a
éstos aquí en el desierto?» (Mc 8,4).
¿De dónde sacaremos una palabra de esperanza cierta y firme, sabiendo que el
Señor estará con nosotros cada día hasta el fin de los tiempos? ¿Cómo decir a
los creyentes y a los incrédulos que la violencia y la muerte no son solución?
Hoy, el Señor nos pregunta, simplemente, cuántos panes
tenemos. Los que sean, ésos necesita. El texto dice «siete», símbolo para
paganos, como doce era símbolo para el pueblo judío. El Señor quiere llegar a
todos —por eso la Iglesia se quiere reconocer a sí misma desde su catolicidad—
y pide tu ayuda. Dale tu oración: ¡es un pan! Dale tu Eucaristía vivida: ¡es
otro pan! Dale tu decisión por la reconciliación con los tuyos, con los que te
han ofendido: ¡es otro pan! Dale tu reconciliación sacramental con la Iglesia:
¡es otro pan! Dale tu pequeño sacrificio, tu ayuno, tu solidaridad: ¡es otro
pan! Dale tu amor a su Palabra, que te da consuelo y fuerza: ¡es otro pan!
Dale, en fin, lo que Él te pida, aunque creas que sólo es un poco de pan.
Como nos dice san Gregorio de Nisa, «el que parte
su pan con los pobres se constituye en parte de aquél que, por nosotros, quiso
ser pobre. Pobre fue el Señor, no temas la pobreza».
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