Los judíos
hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Era el mejor regalo que habían
recibido de Dios. En todas las sinagogas la guardaban con veneración dentro de
un cofre depositado en un lugar especial. En esa Ley podían encontrar cuanto
necesitaban para ser fieles a Dios.
Jesús, sin
embargo, no vive centrado en la Ley. No se dedica a estudiarla ni a explicarla
a sus discípulos. No se le ve nunca preocupado por observarla de manera
escrupulosa. Ciertamente, no pone en marcha una campaña contra la Ley, pero
ésta no ocupa ya un lugar central en su corazón.
Jesús busca la
voluntad del Dios desde otra experiencia diferente. Le siente a Dios tratando
de abrirse camino entre los hombres para construir con ellos un mundo más justo
y fraterno. Esto lo cambia todo. La ley no es ya lo decisivo para saber qué
espera Dios de nosotros. Lo primero es “buscar el reino de Dios y su justicia”.
Los fariseos y
letrados se preocupan de observar rigurosamente las leyes, pero descuidan el
amor y la justicia. Jesús se esfuerza por introducir en sus seguidores otro
talante y otro espíritu: «si vuestra justicia no es mejor que la de los
escribas y fariseos, no entraréis en el reino de Dios». Hay que superar el
legalismo que se contenta con el cumplimiento literal de leyes y normas.
Cuando se
busca la voluntad del Padre con la pasión con que la busca Jesús, se va siempre
más allá de lo que dicen las leyes. Para caminar hacia ese mundo más humano que
Dios quiere para todos, lo importante no es contar con personas observantes de
leyes, sino con hombres y mujeres que se parezcan a él.
Aquel que no
mata, cumple la Ley, pero si no arranca de su corazón la agresividad hacia su
hermano, no se parece a Dios.
Aquel que no
comete adulterio, cumple la Ley, pero si desea egoístamente la esposa de su hermano,
no se asemeja a Dios.
En estas
personas reina la Ley, pero no Dios; son observantes, pero no saben amar; viven
correctamente, pero no construirán un mundo más humano.
Hemos de
escuchar bien las palabras de Jesús: «No he venido a abolir la Ley y los
profetas, sino a dar plenitud». No ha venido a echar por tierra el patrimonio
legal y religioso del antiguo testamento. Ha venido a «dar plenitud», a ensanchar
el horizonte del comportamiento humano, a liberar la vida de los peligros del
legalismo.
Nuestro
cristianismo será más humano y evangélico cuando aprendamos a vivir las leyes,
normas, preceptos y tradiciones como los vivía Jesús: buscando ese mundo más
justo y fraterno que quiere el Padre. JAP
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