No estoy segura
si Jesús bebería café si viviera en esta época, posiblemente no, pero el café
es una bebida tan contemporánea para nosotros como lo fue el vino para Él. ¡Y
cómo nos gusta tomarlo! Con azúcar, sin azúcar, con crema, sin crema, con
leche, sin leche, frío, caliente, expreso, cappuccino, macciatto, latte,
etcétera.
Parece ser que
preparar o comprar una taza de café, y beberla lentamente nos reconforta el
alma. Nos encanta dedicar tiempo a ello, compartirlo con amigos, y hasta
llegamos a convertirlo en un hábito o en un ritual matutino. Un buen café es
algo así como una chimenea en un día de invierno, o, si le ponemos más
imaginación, como un abrazo cálido en tiempo de dolor.
No sé cuántas
veces lo has pasado, o cuán a menudo has sentido que ya no puedes más… porque
algo te está molestando o torturando. A veces, uno se siente extremadamente
cansado de alguna situación, o existe gran confusión en nuestra alma. Quizá te
hirieron o aún guardas el recuerdo de una acción de alguien que te lastimó demasiado.
Todos hemos estado ahí, sufriendo, esperando un cambio, resentidos,
desesperados, tristes o ya casi sin esperanza.
Si tenemos una
fe espiritual firme, puede ser que vayamos delante del Señor y nos rindamos
delante de Él en oración. Por supuesto, Dios siempre nos escucha, aunque en
ocasiones sintamos que no. Las situaciones más dolorosas y difíciles hacen que
perdamos de vista el carácter de Dios, y nos olvidamos un poco de su bondad.
Por
experiencia, sé que hay veces que debemos detenernos, es decir, tenemos que
reaccionar y pensar que sí, Dios está en su reino, rodeado de luz y gloria,
Cristo está sentado a su derecha y el Espíritu Santo vive entre nosotros (de
hecho, dentro de nosotros). Pero todos ellos ven nuestra aflicción, la sufren
por igual, cuentan cada una de nuestras lágrimas, y esperan el momento en que
vengamos a ellos, como un amigo viene a otro en busca de consuelo.
A veces,
hermanos amados, hay que sentarnos en el sofá, abrir la ventana, mirar hacia
afuera, apagar el celular y las emociones… ¡y simplemente sentarnos a tomar un
café con Jesús! Ahí, en el lugar más cómodo e íntimo que encontremos, para
abrir nuestros labios, nuestro corazón, dejar salir todo el dolor y todo lo que
esté en nuestra mente, expresárselo al Señor.
El Padre, compasivo,
nos tratará como a hijos, con gran compasión y bondad; Jesús, empático, nos
abrazará como a hermanos, con gran entendimiento y comprensión; y el Espíritu
Santo nos consolará con ternura y sabiduría, nos aconsejará y nos recordará que
somos su templo, un templo donde la paz debe habitar y Dios debe reinar.
Así de simple
como tomar un café, como sentarnos a hablar con un amigo, o como realizar una
caminata en el parque, es venir delante de ese cielo que nos espera, nos ama y
nos respalda. El alma humana fue diseñada para tener comunicación con su
Creador, y para vivir feliz dentro de un cuerpo. ¡Tómate ese café que tanto te
gusta, y descansa en tu reunión con el Señor! MG
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