Hemos
recibido regalos maravillosos de Dios: su misericordia, su Amor, su Hijo. Esta
verdad toca el corazón de cada bautizado, es el centro de nuestra fe, enciende
la esperanza, alimenta la caridad.
Cuando
abrimos el alma a los dones de Dios, cuando reconocemos que nos libró del
pecado, que nos sacó de las tinieblas, que nos condujo a la luz, que nos abrió
las puertas del cielo, surge casi espontánea, gozosa, la gratitud.
Desde
la gratitud, ¡qué fácil sería vivir los mandamientos, huir del pecado, enraizar
en el amor! Porque un corazón agradecido busca maneras concretas para
corresponder a quien nos lo ha dado todo.
Vivir
a fondo la gratitud nos aparta, por lo tanto, del mal. Muchos de nuestros
pecados surgen porque no somos plenamente agradecidos. En otras palabras, casi
no haría falta la penitencia (confesión)
si viviésemos a fondo la gratitud.
El
Concilio de Trento lo explicaba así: “Si tuviesen todos los reengendrados tanto
agradecimiento a Dios, que constantemente conservasen la santidad que por su
beneficio y gracia recibieron en el Bautismo; no habría sido necesario que se
hubiese instituido otro sacramento distinto de este, para lograr el perdón de
los pecados” (Los sacramentos de la
penitencia y de la extremaunción, capítulo 1).
La
debilidad humana, unida a tantas distracciones que nos impiden reconocer y
agradecer a fondo lo que significa ser redimidos, explica ese pecado que nos
aparta de Dios, que nos hace ofender al prójimo, que nos destruye internamente.
Por
eso, uno de los mejores antídotos contra el pecado radica precisamente en la
gratitud. La invitación de san Pablo vale para cada generación cristiana: “Y
sed agradecidos. La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza;
instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y
cánticos inspirados. Y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo
en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre” (Col 3,15b-17).
La
gratitud, al mismo tiempo que nos aleja del mal, nos lleva a la fidelidad, a la
entrega, a la búsqueda del bien y de la justicia. Quien es agradecido, no
traiciona al Amigo.
Somos
fieles, perseveramos firme en la fe, avanzamos en el amor, si continuamente
damos gracias a Dios “porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 118). FP
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